El amor entrañable entre lírica y pan

El amor entrañable entre lírica y pan

En un rincón apartado de Euskal Herría, en una pequeña panadería, trabajaba un panadero llamado IKER. No se trataba de un panadero que pasaba todos los días amasando y horneando el pan. Tenía un talento inusual, pues durante las noches frías y lluviosas arrimado al fuego de la chimenea, escribía hermosos sonetos a la luz de una vela titilante.

Iker, había heredado la panadería de su padre Josetxo, el cual, la había recibido del suyo. Él y sus antecesores llevaban en la sangre la tradición de fabricar el mejor pan de la comarca.

Sin embargo, Iker, llevaba en sus entrañas otra afición muy grande, durante las horas festivas, subía, trepaba las verdes montañas, desde cuya meta podía observar el gran mar, unas veces con sus olas gigantescas y otras en completa calma. Más el mar siempre estaba presente, nunca moría, allí permanecía intacto con sus aguas verdosas y otras con su va y viene con sus salpicones espumosos.

Durante el trayecto caminaba entre árboles frondosos, cuyas hojas verdosas le ofrecían su cobijo. Al mismo tiempo, pájaros de distintas especies le ofrecían sus trinos de salutación.

Desde el interior de su alma y mientras amasaba el pan, iba imaginando todas las maravillas que había observado. Seguía oliendo junto la masa del pan el intenso olor a salitre que despedía su inmenso mar.

Un día, llegó a su panadería un muchacho montañero, de cuya mochila colocada sobre su espalda sobresalían unas hojas de papel. Su vestimenta estaba totalmente rozada y maltrecha, su aspecto era flaco y desaliñado. Se encontraba totalmente hambriento después de su larga caminata. Más al oler el pan recién horneado le atrajo la tentación de poder degustarlo. Se acercó tímidamente al mostrador, aunque le dirigió unas palabras a Iker, manifestándole no tener dinero suficiente para pagar una hogaza de pan.

Iker, sintió pena de él y después de entablar una pequeña conversación le entregó una hogaza de pan recién horneada. No cuesta nada muchacho, supongo habrás hecho muchos kilómetros y por ello te encuentras hambriento.

El joven aceptó el pan y con su gran gratitud le dijo había disfrutado mucho recorriendo aquellos lugares maravillosos. Su verdadera afición era la poesía, en la que resaltaba todas las maravillas que iba recorriendo en sus momentos de soledad.

Iker, al verse identificado con aquel mochilero, se le ocurrió ofrecerle un trabajo en la panadería. Así podría seguir admirando la naturaleza, rellenando todas aquellas cuartillas maravillosas.

El chico aceptó su propuesta, por las mañanas ayudaba a amasar el rico pan y al mismo tiempo limpiaba el local. Durante la noche, ambos se entregaban en largas conversaciones sobre literatura y sus grandes sueños oníricos.

Pasado un tiempo, Iker, comenzó a compartir sus escritos. El joven se fue dando cuenta del gran talento que poseía su amigo y, le propuso escribir juntos una obra completa. Juntaron el oficio de panaderos con la escritura, uniendo el trabajo manual con la belleza de la creación literaria.

Un día, se les ocurrió escribir una obra titulada “El pan de cada día”. Invitaron a clientes del pueblo rural a escuchar su obra en un pequeño local adjunto al de la panadería.

El día de su estreno, los vecinos quedaron estupefactos al escuchar a su panadero recitando tan hermosos versos, con infinidad de ensoñaciones.

Pasado un tiempo, fueron escribiendo libros de poesías, los cuales comenzaron a venderlos junto a las hogazas de pan.

Más de pronto el mancebo desapareció. Por los montes de Euskal Herría se oyeron comentarios que aquel joven se había convertido en un gran dramaturgo en su país de origen.

No obstante dejó impreso en la aldea el gusto por la poesía.

Cada día era mayor el número de clientela en la panadería, ya que Iker además de hornear un buen pan escribía nuevos libros.

Al final, las hogazas de pan se juntaron con la lírica de aquellas majestuosas montañas y aquel mar que, aunque Iker falleció el mar con sus turbulencias siguió junto con los libros líricos para nuevas generaciones.

CARMEN BARTOLOMÉ ASURMENDI

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