Caminaba sin rumbo cuando ese olor invadió mis sueños. Era pan recién horneado, el que envolvió mis peores sentimientos. Así comenzaron a marchar, poco a poco, sin prisa, para calmar mi decaído corazón. Como se suele decir; «las penas con pan son menos penas».
Un trocito de pan probé y con su sabor mis ojos avivaron el placer. Placer que conmovió mi ser. Entonces algo dentro de mí me advirtió: con un poquito de queso sabrá mejor. De vaca, de oveja o de cabra, qué mas da, cualquiera mezclado con el pan mis anhelos alentará.
A la mañana siguiente pensé en un pan caliente. Quizás con mermelada o miel, creí que mis sentimientos estaban a flor de piel, pues siempre el dulce reconfortaba mi ser.
Un recuerdo inundó mis pupilas, con el que regresaba al pasado y el hambre me angustiaba. Gracias a la caridad, aquel cuscurro de pan me sació. Ahora, ese recuerdo se encuentra oculto entre uvas y pan, y con sabor a beso lo recibo en mis labios con amor.
El pan, tan sencillo y diverso a la vez; con semillas o pasas, con trigo o centeno, con cebada o avena, todos cocinados con salero y alegría para complacer el día a cualquiera. Qué será que cuando me siento inspirada, el pan con cacao lo ansío y las palabras escribo con más brío.
Mi querido pan, si algún día no te puedo catar que tu sabor se esconda en el rincón de los olvidos.
Historias del pan II
OPINIONES Y COMENTARIOS