Perdido en medio de los olivares, este pueblecito de Andalucía con sus casas blancas, sus calles tranquilas salpicadas de flores multicolores, tiene un lugar muy especial. No es su iglesia romana, ni su mirador, ni su puesta de sol detrás de los olivares, es su pequeña Panaderia.  Un punto vital para sus habitantes, el alma del pueblo.

Cada mañana, temprano, suelen acercarse a ver que les tiene preparado Juan, su panadero. Saben que desde el alba ha horneado pan rústico, hogazas, pan de maquina, pan de pueblo con masa madre, barras y también tortas de azúcar, de nueces, roscos, magdalenas…y alguna sorpresa. Tienen donde elegir.

Al empujar la vieja puerta de madera se percibe el inconfundible aroma a masas recién horneadas con matices de matalauva y canela. ¡Esta todo tan bueno! Incluso una simple rebanada de pan con una onza de chocolate como cuando era niña. El culto al pan, el pan de verdad, viene de muy lejos. En estos pueblecitos llegó a escasear, hace años, la comida. Tener una hogaza en casa era una seguridad, un tesoro, la base de su alimentación. Y hoy, aun que la situación no es la misma, en la mente de los mayores es imprescindible que no falte El Pan en casa.

Para la mayoría de los vecinos el ir a buscarlo cada mañana es un ritual, una ocasión para salir de casa, una excusa para encontrarse con amigos, familia y charlar un rato. Delante de La Panederia es el punto de encuentro y se pueden ver corrillos a los que se van acercando los vecinos poco a poco. Sin duda La Panaderia es el alma del pueblo.

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