La mujer amasaba y amasaba. Se encontraba cansada y agotada, ya estaba amaneciendo y ella seguía intentando hacer siquiera un pan. Sentía sus dedos entumidos y sus brazos acalambrados pero no iba a darse por vencida tan fácilmente.

En su rostro había rastros de lágrimas y sus ojos se encontraban rojos e hinchados. Respiraba agitadamente, sentía que el aire no ingresaba a sus pulmones pero a pesar de las dificultades seguía en su labor.

Vio desde la ventana como los rayos del sol se asomaban y entendió que ya era un nuevo día. Decidió detenerse un poco para descansar y desayunar algo simple. Lavó sus manos para prepararse un café y sentarse en el sillón, frustrada por no lograr con su cometido.

Miraba los alrededores de su hogar, observó cada detalle de aquellas fotos colgadas en la pared, adornando la sala. Eso solo hizo que se sumergiera en sus recuerdos para comenzar a experimentar un dolor en su pecho, su corazón dolía y dolía demasiado.

“Te prometo que conmigo serás feliz.”

La voz de un pequeño niño resonó en su mente. No olvidaba aquella inocente promesa que le había hecho su esposo cuando eran niños. Recordó su difícil infancia y el cómo hubo alguien que ilumino su camino.

Tomó una de las fotos que tenía cerca para mirarla con atención y luego suspiró para observar la cocina, todo estaba sucio y hecho un desastre. No era como si no supiese cocinar pero el hacer pan le resultaba de lo más difícil. Al fin y al cabo a la mujer nunca le gusto el pan.

El pan le recordaba a su infancia, a las veces que no había nada para comer en casa y lo único que había era aquel duro y rancio pan que nadie quería pero ella comía por el hambre. Para su suerte conoció a un niño lleno de sueños y metas los cuales felizmente cumplió.

La mujer sonrió al recordar cuando conoció a su querido y amado esposo. Suspiro nuevamente al pensar en la ironía de la vida ya que, de pequeña, juró odiar el pan y que al crecer no probaría ni comería de nuevo aquello. Por el contrario, se terminó casando con un famoso y popular panadero de la ciudad. A pesar de todo siempre rechazó comer o mínimamente probar los panes de su marido aunque no negaba que el olor de los panes al ser horneados era sumamente delicioso.

Dios, cuanto deseaba en esos momentos probar al menos un solo pan de su marido. Anhelaba y se arrepentía de todas las veces que rechazo las deliciosas creaciones de su esposo.

— Si tan solo…

No pudo seguir hablando porque conocía que si seguía indagando en sus recuerdos nuevamente lloraría desconsoladamente. Respiró profundamente para prepararse e ir decidida en terminar su trabajo. Tomó el libro de su esposo para repasar la receta y sonreír mientras leía.

“Y no olvidar el ingrediente secreto: amor. Siempre recordar que el amor da vida y sabor a lo que hacemos, nunca hay que olvidar agregar aquel ingrediente tan especial a los panes.”

La mujer soltó una pequeña risa al leer eso, su esposo era alguien muy amoroso y positivo, risueño y soñador. Era por eso que se encontraba tan enamorada, amaba aquel hombre por completo. Deseaba regresarle toda la felicidad y alegría que él le había brindado, era por lo que pensó que el mejor regalo era darle algo que le apasionaba y gustaba, el pan.

Fue difícil, hasta el punto de convertirse en una verdadera pesadilla pero al fin, al fin consiguió hacerlo.

— Es hermoso.

Dijo sin más, admirando la creación entre sus manos. Al fin había terminado de hornear y todo salió bien. Podía verse un hermoso pan, con un buen color y con apenas un toque se lograba escuchar como crujía. Afortunadamente no fue el único, hizo un par más que salieron iguales de buenos y se preparó para irse. Cargó con sus queridos panes para ir hacia su destino.

Durante su camino recorrió los lugares favoritos a los que concurría con su pareja. Cada lugar la llevaba a distintos momentos y recuerdos de su vida juntos. Sonrió feliz por lo que quedaba de su camino, tratando de mantener buenos ánimos y verse fuerte.

Cuando llegó a su destino, observó la entrada del hospital por unos momentos. Luego de un rato reflexionando decidió entrar al lugar para ir a la habitación en donde se encontraba su querido y dormido esposo.

Al verlo su corazón dio un vuelco, no era la primera vez que lo veía en ese estado pero aún no se acostumbraba a que su gran amor estuviese en coma. Ya iba a pasar un año desde que ocurrió el accidente que dejó en aquel estado al hombre, un accidente provocado por una tonta discusión que tuvieron en el auto.

La mujer ingresó en silencio a la sala para sentarse junto a la camilla y trató de calmarse, no iba a romper en llanto, sabía que era inútil llorar.

— Cariño, tengo una sorpresa para ti.

Habló casi en un susurró y decidió sacar sus creaciones. Al instante de hacerlo un cálido olor a pan recién horneado invadió el lugar. Aquello hizo reaccionar un poco el cuerpo del hombre y eso alegró a la mujer.

— Sabes que no me gusta el pan pero… quise prepararte algo que te guste a ti y…

Un nudo en su garganta se presentó que no la dejó hablar, sentía que en cualquier momento lloraría. No deseaba verse frágil ante su esposo, quería demostrar fuerza y determinación, fortaleza…

— Hoy es el día que te desconectaran y yo…

Su plan falló, no pudo mantener sus ánimos y se derrumbó. Las lágrimas no paraban de recorrer su rostro y en un intento desesperado para que su marido reaccionara, cortó con sus manos un pequeño trozo del pan que había hecho para dárselo de comer al hombre. Dentro de su corazón, algo le decía que con aquello despertaría, que de alguna manera todo se solucionaría.

— Siempre quisiste que compartiéramos el pan y yo siempre fui tan quisquillosa en eso. Lo siento, lo siento tanto.

Sollozó y cortó otro trozo de pan. Sin pensarlo mucho, cerró sus ojos para probarlo.

Por alguna razón pensó que los recuerdos de su cruda infancia regresarían a su memoria pero sin embargo una calidez recorrió su cuerpo. Ya no sentía tristeza ni soledad. En su mente solo pasaban recuerdos hermosos y brillantes junto a su ser más amado. Aquel pequeño trozó de pan trasmitió todo el gran amor que sentía por su marido y la inmensa felicidad que le había brindado.

— No está nada mal, incluso son mejores de los que hago.

Se escuchó una voz y la mujer abrió los ojos para ver a su pareja totalmente lucida y con una gran sonrisa en su rostro. Sin mucho más que decir se abalanzó a sus brazos para llorar de felicidad y repetir sin parar cuanto lo había extrañado para al final fundir su alegría en un beso cargado de amor y cariño.

Desde entonces la mujer dejó atrás su odio al pan.

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