LA ABUELA REMEDIOS

LA ABUELA REMEDIOS

Trepando a mi árbol genealógico.

La abuela Remedios.

“Si mi madre viviera se moriría de ver a esa niña” –sentenciaba mi tía Lola mientras me señalaba dirigiéndose a mi madre, cuando yo aparecía arriba de algún árbol o de la casa, o tal vez con alguna herida en mis rodillas, por lo que mi madre me vestía de jardineras que ella misma confeccionaba con gran habilidad.

En mi mente de niña se debe haber formado una idea distorsionada de quien era mi abuela Remedios, alguien que se moriría si me veía. Sumado al hecho de que nunca nadie me habló de ella abiertamente y yo nunca pregunté, pues era alguien del pasado que ya había fallecido cuando yo nací. Sólo una foto en sepia, ella de pie al lado de un sillón donde estaba sentado mi abuelo, ambos serios como se muestran todas las fotos de esa época, pues era necesario estar quietos algunos minutos para no arruinar la imagen.

Lo que puedo reconstruir a partir de lo escuchado alguna vez es:

Mis abuelos llegaron a la Argentina en 1912 ¿Qué los impulsó a hacer tal cosa? Y ella, Remedios, ¿cómo se sentiría?

Mi abuelo, como buen andaluz solía contarme como chiste que mi padre, que tenía dos años en el viaje, le decía: “Padre, yo quiero pan de Almería” porque no le gustaba el pan del barco, húmedo y correoso. Esto me lleva a deducir que se embarcaron con seis niños, cuatro varones, uno de ellos que en ese entonces tendría cuatro años había nacido con una malformación: en el lugar del brazo izquierdo tenía un muñón; y dos niñas, y el mayor quizás de doce años. Pero eso no es todo, mi abuelo cargaba a mi padre porque mi abuela estaba embarazada, al punto de que dio a luz en el trayecto, otro varón que fue apadrinado por el capitán y al que le dieron la nacionalidad de la bandera del trasatlántico.

Y Remedios ¿Cómo viviría todo eso?

Se embarcaron con seis niños, llegaron con siete y con una enorme carga de improvisación.

Llegados a Buenos Aires en migraciones le preguntaron a mi abuelo adónde se radicaría, y él, lo imagino con esa gracia que siempre tenía para responder, dijo que “Aquí, claro“-pero le respondieron- “Pues en la capital no pueden quedarse, aunque los españoles se están yendo a donde termina el ferrocarril”

Y así llegaron a San Rafael, al sur de la Provincia de Mendoza, y se instalaron en una casona de inmigrantes a diez o quince cuadras de la estación ferroviaria.

No debe haber sido fácil vivir en una habitación con siete niños, uno recién nacido, y conviviendo con otras familias con las que quizás no compartiría ni el idioma. También mi abuelo contaba que un día mi padre se perdió y nadie podía dar con su paradero, tenía sólo dos años. ¿Culparían a Remedios por el descuido o ella se culparía sola? ¿Y qué de su dolor y su angustiosa impotencia? Horas después apareció un gaucho a caballo, negro y barbudo, llevando a un niño de dos años, rubio, pálido, de ojos azules, feliz de la gran aventura vivida.

Imagino a Remedios abrazándolo fuerte contra su pecho, agradecida a ese desconocido, y a Dios y todos los santos.

No tengo conocimiento de dónde fueron después, sí que dio a luz a otra niña, mi tía Lola.

Mi madre conoció a mi abuela cuando estaba por casarse con mi padre, y lo único que me comentó fue que estaba en cama y a ratos levantada, sentada en un sillón envuelta en una manta.

Nunca regresó a España, ni ella ni su esposo o sus hijos. Una mujer instruida, de buen nivel económico ¿Eligió venir o aceptó venir?

Y lo más importante ¿Habrá sido feliz en algún momento?

Más de setenta años después me reconcilio contigo, y te expreso mi admiración y mi amor. Bendita seas, abuela Remedios.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS