Pan con leche

Pan con leche

Callas

06/08/2024

Hoy visité a mamá. Esta vez me conoció. Le di de comer trocitos de pan embebidos en leche y no me importó que la mitad se derramara sobre su babero enorme. Pudimos estar solas bastante tiempo, tuve ganas de hablarle, y le hablé.

Ni vos ni yo, mamá, nacimos con talento para hornear el pan. Sí para partirlo en dos, o en tres, incluso en más pedazos, para decir una mentira (qué rico, por ejemplo), para reírnos de eso que habíamos hecho y que desde una fuente nos miraba desconcertado.

Un haz de luz atravesaba una ventana de vidrios repartidos. Adentro había silencio, y quietud. Afuera era otro mundo.

Decir que ese rayo de sol, que ese único rayo de sol que dibujaba motas de polvo en su camino era un fenómeno refractario de la luz por pasar de un medio a otro o decir que era un ángel que venía a darnos calma, son formas de explicar el mundo.

De niña tuve una verdad, de vez en cuando me visita, pero cuando quiero nombrarla se me escapa.

Que no parta la flecha todavía, demore el brazo el latigazo, tense el arco un poco más el hilo, no asome aún la calavera, retenga el rostro su expresión y no se vuelva piedra. Solo para partir el pan, mojarlo en leche y dártelo, mamá. (Si el deseo pudiera escandirse en unos versos, y decirse, quizás yo alguna vez diera en el blanco)

Al irme, constaté que las motas de polvo se habían vuelto invisibles, que el sol había cambiado de posición y que el haz de luz había desaparecido. Sentí que volvía a hablarme una verdad, pero no entendí lo que decía. Afuera era otro mundo.

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