Ángela era joven, inteligente y guapísima. También muy ingenua. Creía que todos eran tan buenos e inocentes como ella. Estaba siendo abusada por un narcisista encubierto pero ella no lo sabía; así de sutiles son sus técnicas de manipulación. Es lo que tiene criarse en una familia disfuncional con una madre abusadora. Te programan para el abuso sin que te des cuenta, así que lo normal es que el “príncipe azul” te salga rana. Tuvo cuatro hijos con el monstruo. La segunda niña, que fue concebida en una relación sexual forzada, nació enferma del corazón y murió a los doce días. Ese dolor que no tiene nombre habita en su alma eternamente. Ángela amaba quedarse en casa con sus niños, para darles litros de leche materna, que salía a borbotones de sus pechos con olor a bebé, noches en vela y toneladas de amor incondicional. Se levantaba todas las mañanas a las 5 para amasar con sus propias manos, rebosantes de amor, el pan de madre más rico del mundo. Un pan de harina integral biológica finiiiita, que parecía harina blanca, molida en un molino de piedra procedente de Alemania. Mientras la casa se llenaba de olor a pan recién horneado, los rapaces y el depredador dormían. Un día, como en un abrir y cerrar de ojos, los chiquillos de Ángela se hicieron adultos. Su relación con ellos tiene muchos puntos dolorosos debido a la alienación parental a la que fueron sometidos. Hoy vive sola y tiene quien amase el pan por ella: una panificadora de última generación de origen japonés. Sus manos sólo intervienen para añadir los ingredientes en la cubeta, eso si, con el mismo amor de siempre. Ángela echa de menos a esos críos pequeños para los que amasaba con tanto amor, que hoy son tres adultos de los que se siente orgullosa. En unos meses nacerá su primer nieto, al que considera una bendición de Dios. Otra vez habrá niños en la familia y el ciclo de la vida seguirá su curso. El pan de la “japonesa” huele que alimenta y sabe a gloria. Ella lo disfruta como si fuera una cría. Aunque muchas veces se siente sola, triste, melancólica y la vida para ella es todo un desafío, con tanto estrés postraumático a cuestas, la bestia está lo suficientemente lejos de su vida y ya no puede hacerle daño. Tiene otra presa y la descartó hace años. Ahora Ángela saborea cada mañana el pan de la libertad.

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