Un pan… Para el susto

Un pan… Para el susto

Ramses Yair Ayala

13/08/2024

No me resisto al delicioso aroma que desprende un pan bien elaborado porque claro, un pan bien hecho se distingue en primer lugar con el olfato y posteriormente con la vista, porque la vista es mentirosa desde el día que abrimos los ojos y miramos, pero el olfato… el olfato es verdad absoluta desde que animales fuimos.

Me declaro adicto al Pan, apasionado amante de la mezcla de mantequilla, harina, leche y huevos horneada a fuego lento con la paciencia que requiere todo lo bueno en ésta vida; Criatura de voluntad débil cuando de resistir a esos encantos dulces se trata y que no se detiene ante los sutiles sabores.

Llevo tres meses transportando por la madrugada pan dulce en los blancos y frívolos pasillos del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Los llevo en charolas blancas plastificadas cobijados con una suave capa de plástico transparente.

Cada noche la misma rutina que pesa sobre los hombros y la espalda: cargar, descargar, transportar, deslizar lentamente cada charola por la banda que los lleva a una examinación exhaustiva como para descubrir el alma de cada pieza de pan desde lo más profundo del migajón.

No se puede ver a simple vista  la certeza de que esos panes tienen el alma corrupta y la facilidad para corromper el espíritu humano. Los he visto corromper a mis compañeros que los convierten en moneda de cambio de favores, los he visto ser devorados a escondidas en el rincón más recóndito de los almacenes y del Aeropuerto poniendo sobre aquellos desdichados una sonrisa placentera de oreja a oreja.

Se han revolcado sobre el piso encerado, han tropezado cayendo al piso para después ser recogidos por manos  desesperadas que los colocan de nuevo sobre su trono de plástico. Se posan radiantes sobre la mesa de los comensales más distinguidos.  Algunas otras veces, se les ve allí, sobre los escaparates de distintos colores, cadenas,marcas y dentro de bolsas de este inmundo lugar de viajeros sin alma, con prisa y mucho apetito. ¡Da lo mismo el pan que se coman! Ojos que no ven paladar que no siente y mientras no vean aquel circo nocturno…

Repito el ritual de cada madrugada y que me ha mantenido salvo durante este tiempo. Al terminar la jornada saco un pan de mi bolsillo y le arranco un pedacito. Aroma a horno casero, a Tierra de la Sierra, sabor a mis ancestros, a tradición familiar, a manos humildes que mezclan con amor, a verdad, un pedazo de cielo. A eso y más sabe la cajita de Guerrero. 

Como decía mi abuelo: Un pan…para el susto.



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