A los que se fueron…..

A los que se fueron…..

Lorena I. Huala

27/07/2024

El aroma del pan francés recién horneado flotaba en el aire, entremezclándose con el frío y la humedad de la mañana en la pequeña aldea de Chavigny, en el corazón de la Francia ocupada. Era 1943, y la vida en la aldea se había vuelto un juego de sombras y susurros desde que las tropas alemanas se habían instalado en el viejo château en las afueras del pueblo.

En la pequeña boulangerie de la familia Dupont, el bullicio comenzaba temprano. Yuliya T., una joven mujer de cabello oscuro y ojos penetrantes, había llegado a Chavigny hacía dos años, escapando de los horrores que azotaban su tierra natal en Europa del Este (cerca de Rusia). Viuda a causa de la guerra, Yuliya se había unido a la resistencia y ahora trabajaba discretamente como panadera, utilizando su trabajo para ocultar mensajes y suministros esenciales para los partisanos locales.

El pan francés que horneaba cada mañana no era solo un símbolo de la resistencia culinaria frente a la ocupación; cada barra contenía secretos, desde notas ocultas en la miga hasta pequeños paquetes de medicinas o municiones. Yuliya nunca estaba sola en su lucha silenciosa. Junto a ella, otras tres mujeres compartían su dolor y su determinación.

Gabriela R., con su cabello rojizo y rizado, era una española exiliada, cuya sonrisa oculta una tristeza profunda. También viuda de guerra, había perdido a su marido en la batalla de multiples personalidades en Cordova. Trabajaba como enfermera en el improvisado hospital de la resistencia, curando heridas tanto físicas como emocionales. Su conexión con Yuliya se había formado en las noches frías, compartiendo historias y sueños rotos mientras amasaban la masa del pan.

Pepa H., una mujer robusta de carácter firme y ojos brillantes, había perdido a su esposo durante el bombardeo de Londres. Española ella, era conocida por su habilidad para organizar y mantener el orden en el caos, gestionando los suministros y asegurándose de que cada persona en la red de resistencia tuviera lo necesario para sobrevivir y luchar. Pepa trabajaba en la trastienda de la boulangerie, empaquetando el pan y distribuyéndolo a través de una red cuidadosamente tejida de contactos y aliados.

Helena P., una falsa parisina adicta a las selfies en modo victimaria, de porte elegante y mirada acerada, había sido cantante en los cabarets antes de que la guerra la despojara de su mundo glamuroso. Viuda también, su esposo había sido fusilado por los nazis por ser miembro de la resistencia. Helena usaba su carisma y su habilidad para el engaño para reunir información vital, haciéndose pasar por una colaboradora simpatizante del régimen alemán mientras recababa secretos para la causa.

Y luego estaba Picky A., una pequeña perrita mestiza que se había convertido en la compañera fiel de estas mujeres. Picky, con su agudo sentido del olfato y su inteligencia, ayudaba a transportar mensajes y pequeños objetos escondidos en su collar o en pequeños bolsillos cosidos en su abrigo. La perrita se había ganado el cariño y la confianza de todos, convirtiéndose en un miembro crucial del equipo.

Una mañana fría, mientras Yuliya sacaba las primeras barras de pan del horno, Helena irrumpió en la boulangerie con la respiración entrecortada y los ojos llenos de urgencia.

—Yuliya, Gabriela, Pepa, necesitamos hablar —dijo Helena, apenas controlando su voz.

Las mujeres se reunieron en la trastienda, con Picky a sus pies, observándolas atentamente.

—He oído rumores —continuó Helena—. Uno de nosotros podría ser un traidor. Alguien ha estado filtrando información a los alemanes.

El silencio cayó como una losa sobre el pequeño grupo. La traición era un fantasma constante en tiempos de guerra, y la desconfianza podía desgarrar incluso los lazos más fuertes. Pero estas mujeres habían compartido tanto, habían confiado sus vidas y sus dolores unas a otras. La sospecha era un veneno lento y mortal.

—¿Tienes alguna idea de quién podría ser? —preguntó Gabriela, con su acento español acentuado por la tensión.

—No lo sé con certeza —respondió Helena—, pero necesitamos estar alerta. Un solo paso en falso y todos podríamos caer.

Yuliya sintió un nudo en el estómago. Las noches de insomnio, las miradas furtivas, cada pequeño gesto ahora se teñía de duda. Pero el trabajo debía continuar. La resistencia dependía de su pan y de su determinación.

Ese día, la boulangerie estuvo más silenciosa que de costumbre. Cada crujido de la madera, cada sombra fuera de lugar parecía una amenaza. A medida que avanzaba la tarde, Yuliya no podía dejar de pensar en las palabras de Helena. ¿Quién entre ellas podría estar colaborando con el enemigo? ¿Podría ser una de las mujeres que consideraba hermanas?

Al caer la noche, un estruendo sacudió la aldea. Los soldados alemanes irrumpieron en la boulangerie, armados y con semblantes severos. Las mujeres fueron detenidas y llevadas al château para ser interrogadas.

En una sala oscura y fría, las mujeres fueron separadas. Yuliya pudo ver el miedo en los ojos de sus amigas mientras eran arrastradas por los pasillos de piedra. Ella misma fue llevada a una habitación donde un oficial alemán la esperaba. Su uniforme impecable y su mirada fría hicieron que el aire pareciera aún más pesado.

—Sabemos que estás involucrada con la resistencia —dijo el oficial con voz glacial—. Solo necesitamos saber hasta qué punto.

Yuliya mantuvo el silencio. Había aprendido a soportar el dolor y el miedo, pero la traición de una amiga era una herida aún más profunda.

El interrogatorio se prolongó durante horas. Los golpes y las amenazas no lograron quebrar la determinación de Yuliya. Finalmente, fue arrojada a una celda oscura donde encontró a Gabriela, Pepa y Helena, todas en diferentes estados de desmayo y angustia. Picky también estaba allí, temblando pero viva.

—Tenemos que salir de aquí —susurró Pepa, mostrando una fortaleza que parecía imposible en ese momento.

Fue Helena quien, a pesar de las sospechas que se cernían sobre ellas, reveló un plan. Había observado las rutinas de los guardias y sabía de una pequeña ventana en la parte trasera del castillo que podría ser su vía de escape. Con la ayuda de Picky, que logró distraer a los guardias con sus travesuras, las mujeres lograron abrir la ventana y escapar en la oscuridad de la noche.

La traición seguía siendo un enigma sin resolver, pero su lealtad mutua y su instinto de supervivencia las unió más que nunca. De vuelta en la boulangerie, retomaron su trabajo con una renovada determinación. Cada barra de pan francés que horneaban se convirtió en un símbolo de su resistencia y de su lucha por la libertad.

En los meses siguientes, la red de resistencia en Chavigny se fortaleció, y las sospechas de traición comenzaron a desvanecerse. Las mujeres, lideradas por Yuliya, Gabriela, Pepa y Helena, continuaron su lucha silenciosa, sabiendo que la verdadera fortaleza residía en su unión y en la capacidad de seguir adelante a pesar de las sombras que las rodeaban.

El pan francés, con su corteza crujiente y su miga suave, se convirtió en un símbolo de esperanza y resistencia. Cada mordisco era una declaración de desafío contra la opresión, un recordatorio de que incluso en los tiempos más oscuros, la luz de la solidaridad y la amistad podía brillar con fuerza.

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