Nuestro Pan de Cada Dia

Nuestro Pan de Cada Dia

Al recordar la frase de aquella oración universalmente conocida por todos nosotros, aún por el paso del tiempo, que por miles de años, la seguimos escuchando en alguna iglesia lejana o cercana de nuestro domicilio «El Padre Nuestro». Pues, todo bien cristiano meditara en familia o no, dichas palabras cautivadoras al alma que como flecha de Cupido introduce la esencia divina del creador. 

Evocando aquellos pasajes en mi adolescencia, sigue resonando en mi memoria al igual que canto de ángeles la imagen de aquel muchacho que me sonrío en la entrada de la Parroquia «Reina de los Mártires», del pueblo donde realice actividades de apoyo comunitario, ese mozuelo vestido de harapos estirando su mano en señal de sustento hacia todos los asistentes a la misa del domingo, todos negaron su auxilio al pobre mozalbete. El muchacho insistió, pero llegó el momento en que los feligreses lo echaron a empujones afuera del recinto de oratorio. Estando acompañado con mi padre, observamos la situación que lo incómodo inmediatamente, reaccionando de modo que frunciendo el ceño dijo que lo conocía, en voz alta (y enojado): «él pertenece a la parroquia, así que déjenlo tranquilo».

Mientras tanto seguían llegando público por el llamado ruidoso de las campanas. Trate de calmarlo, tomándolo del brazo. Entiendo su impulso, pues él tuvo una estricta educación cristiana. En alguna oportunidad, me conversó que realizó estudios eclesiásticos en un internado católico, incluso después desarrolló formación académica en un sacerdocio. Cuesta creerlo, pero le falto algunos años para recibirse de clérigo. Terminado el mal rato, las puertas de la parroquia se cerraron, quedando dos devotos creyentes en el pórtico como vigías. De pronto al final del oscuro corredor cercano al confesionario nuestro querido cura hace presencia, todos los concurrentes de la comunidad se ponen de pie cantando en alabanzas la llegada del Señor. 

Ya en misa nuestras miradas se fijan en la imagen del cristo puesta en el servicio litúrgico, haciendo el signo de la cruz en la frente, boca y corazón para oír la palabra del altísimo, la primera intervención del párroco, alude sobre la importancia de la comunión de la santa cena, el último alimento del día, que resulta ser el misterio de la consagración de la ostia, expresándose en concisas y sensatas oraciones lo siguiente:»…por eso os digo a todos ustedes, nuestro alimento llega a vuestros hogares gracias al sacrificio y sudor del trabajo, sin ello no podríamos llevar el pan a la familia, y alimentar no tan solo al cuerpo, si no también al espíritu… «, el silencio era sepulcral, todos nosotros escuchábamos los sensibles términos de la ceremonia eucarística, mientras el sacerdote habla, se escuchan inesperadamente unos fuertes golpes en el portón, acompañado de ese vozarrón estridente que sin duda ya no eran súplicas del joven echado afuera del lugar. Todos los asistentes (me incluyo) estábamos sorprendidos o asustados por las maldiciones que vociferaba ese indócil rebelde. La misa estando ya interrumpida, necesariamente había que poner orden a tal desorden y agresión verbal. El cura irritado, nerviosamente pide que acallen a ese condenado, diciendo: » le haré silenciar su conciencia, si me lo traen, aquí frente a mi..» inmediatamente los vigías acuden hacia el facineroso, que tranquilo se encamina sin ser tomado a la fuerza por los guardias. «Haber amigo, ¿cuál es tu gran desesperación?,..no sabes que estás en la casa de Dios,.debes tener más respeto, te pido por favor un momento de reflexión » – Decía nuestro pastor- , insistiendo más sosegado, el muchacho contestaba:» de respeto conozco mucho, pero primero aprendan a respetar ustedes. Señor cura no lo recuerda pero estuvo en mi casa, hace años atrás, le hago memoria. Una mujer con un bebé en brazos y un niño en las faldas afuera de la catedral de la ciudad de Santiago, estábamos pidiendo algo que comer, la misa había terminado, la gente salía como siempre despidiéndose de usted, nos queda mirando con cariño, mi madre le confiesa lo mal de esta vida en hambre. Vuestra merced con un gesto de amor y consuelo nos entregó su caritativa ayuda siguiéndonos a casa…»

Ni se imaginan los rostros de todos nosotros, atónitos, boquiabiertos, algunos feligreses se tapaban los oídos, o las más devotas del vecindario rumoreaban el santo rosario, quizás para espantar las tentaciones malignas. 

El relato del joven invitado continuaba:»…así usted fue muy amable con nosotros, solo espero que para la próxima reunión aquí en su templo, me pueda convidar de ese vino y de ese pan, que a pocos lo entrega…», el sacerdote sobresaltado, reprime añadiendo: «…no recuerdo haberte visto ni aquí, ni en Santiago», el joven sonriendo; » He cambiado por los años, pero estando en las faldas de mi madre era tan solo un niño». Los ojos del cura estaban llenos de lágrimas, emocionado sin palabras rodea con sus brazos apretando con aprecio el cuerpo enjuto vestido de andrajos de aquella inesperada visita. 

Todos los presentes de aquel escenario de reencuentro  litúrgico entendimos el mensaje, que sin interceder fuimos invadidos por la emoción en aquel dia Domingo de Misa.
Doy fe al recordar ; «Danos hoy nuestro pan de cada día»…

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