─ ¿Qué estás haciendo, ma?
─ Pan.
─ ¿Pan? Yo no pienso comer, ¿eh? Engorda un montón.
Laura siguó amasando. Espolvoreó un poco más de harina por debajo del bollo. Un rato después bajó Matías a hacerse un café.
─ ¿Qué hacés? ¿Ravioles? Desde que nos casamos que no hacías pastas.
─ No. Es pan.
─ ¿Pan? ¿Te volviste loca?
─ ¿Qué tiene?
─ No sé: nunca compramos pan porque hincha, hace mal al corazón, y lo que siempre decís de la diabetes… que te sube la glucemia o algo así.
─ Sí.
Levantó la masa, que se le desbordaba de las manos, se quedó por un momento disfrutando como una nena de la sensación fresca, de la falta de control sobre la mezcla que escurría por entre los dedos abiertos. La soltó, como pudo, en el bol anaranjado. Desprendió los pegotes como si se fuera sacando anillos. La masa se veía como un almohadoncito viejo. Le puso un repasador por encima.
─ ¿Quién te entiende a vos? Nunca tenés tiempo de cocinar y ahora te ponés a hacer pan casero.
─ ¿Te molesta que haga lo que quiera en mi día libre?
─ No; me parece lindo. Es que me resulta raro.
Le dio un beso en la mejilla.
─ Puf, tenías harina en la cara. Vuelvo tipo cinco, cinco y media. No hagas mucho, porque me parece que la única que lo va a comer sos vos ─se palmeó la pancita─ hay que cuidarse.
Cuando estaba revisando la temperatura del horno para meter la bandeja, pasó el hijo menor.
─ ¿Qué es eso? ¿Pan?
─ Sí.
─ ¿De harina blanca?
─ Sí.
─ Pero mamá, ¿vos sabés la cantidad de…?
Laura trató de que la música subiera de volumen dentro de su cabeza para no oír “glifosato” “calorías” “bacterias” ni lo que fuera que Lucas estuviera diciendo, que iba a desembocar seguramente en una mezcla de calentamiento global, que nos vamos a morir todos, con diabetes, gordura o pesticidas. Algo de eso estaría diciendo, o todo junto.
Laura pensó que no había Pink Floyd ni Cumparsita mental que pudieran filtrar completamente el desprecio en la voz del chico. Carraspeó para que la garganta se aflojara un poco. Hoy iba a hacer pan y se acabó. Hoy tenía el día libre y, aunque nadie se acordara, hoy hubiera sido el cumpleaños de la abuela Julia.
Cuando la bandeja se hubo entibiado un poco, llegó el momento que Laura había esperado por horas. Mordió con ganas el pedazo desgarrado de pan, olió a fondo la miga humeante, la costra marrón clarito. El resto se lo llevó, no quiso decir a dónde, por más que ahora sí se lo pidieran.
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