Pan             

Para mi Principito, con cariño y  agradecimiento

Para Ernesto Corces, por su defensa incondicional de la libertad

Lado A.

Pan, pan amargo, pan del pobre y el hambre; pan de la guerra y la muerte. Pan al fin, para engañar al estómago. Pero pan al fin…

Ismael se alejó del callejón, y caminó unos pocos metros entre los escombros y los cadáveres del bombardeo. Como la navaja aún goteaba sangre, la secó con un trapo viejo que encontró en el suelo y se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta raída. Era su posesión más preciada. Varias veces su filo le había salvado la vida. Pero esta vez no; esta vez era él quien la había utilizado para arrebatarle a Juan el miserable mendrugo que ahora atesoraba en su morral. A Juan, su amigo, con quien había compartido noches de frío y miedo.

Pero eso no era importante ahora. Sólo la muerte, que ensuciaba la ciudad arrasada por la guerra, lo era.

Se secó con el trapo la sangre espesa que le goteaba del pelo, la cara y le embadurnaba las manos. No le preocupaba que alguien lo estuviera mirando. Entre los cuerpos destrozados, a nadie le llamaría la atención tanta sangre, ni los gemidos de agonía que salían de un callejón bombardeado. Así que se sentó en los restos del muro medio derrumbado para masticar cada trozo que le iba quitando al pedazo de pan duro y mohoso. Al masticar, le sangraban las encías laceradas y tragaba los trozos enteros, porque tenía los dientes casi podridos y la lengua reseca por la sed.

Lado B.

Dios mío… ¿Dónde está el amor al prójimo que nos enseñaste de niños? Dios mío, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?

El soldado caminaba patrullando la ciudad que le habían ordenado arrasar.

Tengo miedo, siento culpa, tengo hambre, estoy asqueado. Hace días que sólo tomo agua podrida. No quiero pensar en la sangre que quizás la haya maldecido. La que yo mismo derramé, la que brotó de estos muertos que se pudren lentamente en las calles. ¿Cuándo vendrán las brigadas de limpieza para enterrarlos? Señor, esto apesta. ¿Cuándo nuestras tropas tirarán por aire alimentos? Tengo hambre. Hambre y muerte, es todo lo que veo.

Rebuscando en sus bolsillos, encontró una tableta de chocolate; en el morral halló un trozo de pan viejo y mohoso. Era lo único que tenía antes de que llegaran los suministros, sabría Dios cuándo.

Entonces los vio. Acurrucados junto al cuerpo de una mujer muerta, dos ojos negros lo miraban despavoridos. Paralizados por el miedo, ni siquiera pestañeaban.

El soldado enemigo se sentó a prudente distancia, para que el niño no huyera. Dejó de mirar; no quería asustarlo más de lo que ya estaba. Colocó su casco en el suelo, y con gesto calculadamente lento, comenzó a partir la barra de chocolate y el trozo de pan. Sabía que esos ojos no podrían resistirse al ver la comida, que el instinto del hambre sería más fuerte que el miedo al enemigo, aunque éste hubiera matado a su madre.

¿Cuánto tiempo llevará así? Fueron cuatro semanas de bombardeos, y hace tres días que tomamos la ciudad. ¿Cuánto tiempo hace que está ahí, junto a la madre muerta? Dios mío, mejor no pensar.

Tal como el soldado previó, el muchachito dejó de mirarlo y se concentró en lo que estaba llenando el casco. Pasó un tiempo, pasó un siglo, hasta que levantó la cabeza lentamente. El soldado tomó un palo y empujó el improvisado cuenco hacia la criatura, que, despacio, se puso de pie y caminó hasta el alimento, sin sacarle la vista de encima. En cuclillas, devoró la barra de chocolate y el pan.

Entonces el soldado se levantó lentamente y le acercó la mano. El niño dudó otro tiempo interminable, hasta que aceptó la mano fría y temblorosa que le tendían y comenzó a caminar junto a ella. Con cuidado infinito, como quien sostiene a un pájaro herido, el soldado tomó en brazos al niño. Éste se abrazó a su cuello, y recostando la cabeza en el pecho del hombre, se acurrucó suspirando.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS