Había terminado antes de que yo llegara, los cristales de la botella de vodka adornaban el suelo de madera a su costado, mientras que la mesa se encontraba espolvoreada de polvo blanco, el mismo de su nariz.
Su rostro era de satisfacción o de fallecer con una sonrisa, no tengo idea. Lo único que pasaba por mi mente era ver todos los esfuerzos de mi jornada nocturna desperdiciados frente a mí.
Di un suspiro de vapor gris, intenté calmarme lavando mis manos en el fregadero, sucio, para variar. ¿Qué hora era? Las seis de la mañana, tiré el reloj al suelo por no soportarlo.
“Muero de hambre” pensé, no había una migaja bajo este techo, mucho menos un negocio abierto fuera de él. Al darme cuenta de ello pude sentir un clic, del reloj tal vez, pero lo dudo.
Solo sé que me vi encima suyo, y con puños y palmas le golpee, sentí su piel moverse bajo mis dedos adaptándose a la forma, de igual manera el calor abrazaba lentamente mis manos.
No me detuve, mis brazos bailaban eficientes sobre el cuerpo, magullando y ablandando todo a su paso. Una vez sin energía, corrí a los muebles por algo que me ayudara.
¿Un uslero? Lo posé sobre mi palma haciendo un aplauso revigorante.
Seguí con la labor por cada centímetro de su ser, poco a poco, podía sentir el quebrar de huesos y la sangre fluyendo aprisionada, se volvía una masa, un saco de todo lo que nos hace humanos.
No me iba a detener, no, claro que no, con mi herramienta combiné los componentes de este individuo inerte, revolviéndolos y arrastrándolos de los pies al cuello, era divertido ver cómo se formaban los relieves de entrañas. Evité su cabeza, aun así, lloraba sangre y bilis. Tan aborrecible como incoherente los ojos eran empujados por el flujo. Por su boca apestosa a vómito salía un líquido verde, rojo y café. Reí, me recordaba a esas caricaturas que veía en mi juventud, a esa expresión de grito exagerada e irrealista.
Luego de un arduo trabajo, se convirtió en una bola amorfa en el suelo, que después de realizar unos ajustes tenía la simetría de un elipsoide suave, con excepción de su cabeza que protruía a un lado, actuaba como tapón de su contenido.
Me perdí en el pensamiento sin saber qué hacer ya. Lo metí al horno, me pareció el siguiente paso lógico, supongo, aunque también un enorme deseo me invadía, rezaba porque pudiera sentir todo lo que le había pasado y pasaría.
Dentro adoptó un color castaño oscuro, mientras que en otras partes conservaba la palidez ahora un poco tostada. La superficie era dura, y con apretarle crujía con ternura. Su rostro estaba quemado por completo, tenía el gesto perpetuó de felicidad, sin embargo, no le quedaba un atisbo de su persona, era imposible reconocerle.
Lo coloqué sobre la mesa. Sentí mi cabeza despejarse de los demonios, por lo que me enfrenté cara a cara con los pecados de esta mañana. Di vueltas a su alrededor, con sorpresa del producto de mi esfuerzo. Mi pie pateó el reloj que había tirado. Las siete.
Me senté, probé suerte al palpar y romper la corteza, revelando en el interior una masa escarlata pegada firmemente a las paredes. Se encontraba consistente, por mucho que le balanceara su forma se mantenía.
Me atreví a jugar, usando un cuchillo para cortarlo en trozos tan equitativos como me era posible, la cabeza fue un obstáculo, por lo que la retiré y lancé a la basura. Ordené el resto en la mesa.
Era increíble pensar que eso fue un humano. Pregúntale a cualquiera y te dirá que estas son masas de pan rellenas de frutilla y chocolate.
“Masa de pan rellena de frutilla y chocolate” Resonó mi estómago.
No lo soporté. Era hora del desayuno después de todo.
Le di un bocado. Olía a carne quemada y metal, un leve tinte a heces con bistec mal aliñado me deformaba la cara del asco.
– Esto es horrible – Le dije con la boca llena.
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