En el pequeño pueblo de Caelestia, la panadería “Dulce Hogar” había sido el corazón de la comunidad desde el principio. Su pan, famoso por su sabor celestial, se elaboraba siguiendo una receta secreta familiar.
A Caelestia llegó Lucas, un joven periodista que había escuchado que ese pan tenía un sabor peculiar que volvía adictos a comprar a todos aquellos que lo probaban. Decidido a escribir un artículo revelador, convenció a Don Manuel, el dueño de “Dulce Hogar”, para que le permitiera trabajar en la panadería. Aunque Don Manuel sospechaba de las intenciones de Lucas, aceptó con cierta reticencia y solo le advirtió que no se metiera con su pan.
Las primeras semanas transcurrieron sin más. Lucas observaba y aprendía en silencio los secretos del horneado mientras Don Manuel desaparecía cada noche en el sótano de la panadería durante horas. Una noche, impulsado por la curiosidad, decidió seguirlo.
Sigiloso, descendió al sótano y descubrió una puerta oculta tras un estante. Al abrirla, encontró una pequeña habitación iluminada por velas, con un altar en el centro. Sobre el altar, un antiguo libro y un trozo de pan fresco, que emanaba un aroma embriagador. Don Manuel estaba de pie, recitando palabras en una lengua olvidada.
Lucas retrocedió, horrorizado, cuando comprendió lo que veía. Don Manuel estaba realizando un ritual. Antes de que pudiera escapar, el anciano lo atrapó. «Ahora que sabes la verdad», dijo con voz temblorosa, «no puedo dejarte escapar».
La historia se desentrañó mientras Don Manuel se acercaba lentamente. No se sabía cómo había comenzado ni quién lo había invocado, pero cada año, un sacrificio debía ser ofrecido para preservar el sabor que una deidad le confería al pan. Los elegidos eran forasteros, gente que no sería extrañada. Lucas, sin necesidad de preguntar, ya tenía la respuesta que esperaba escuchar.
Desesperado, intentó razonar con Don Manuel, proponiendo publicar la verdad para liberar al pueblo de esa maldición. Pero el anciano creía que era una bendición, ya que evitaba la ruina de Caelestia e incrementaba la fortuna de su familia. Con una sonrisa siniestra, Don Manuel tomó un trozo del pan que estaba sobre el altar y, antes de que Lucas pudiera reaccionar, se lo metió en la boca.
El sabor era indescriptible, una mezcla de delicia y terror envolvió a Lucas. De repente, su mente comenzó a nublarse, y una extraña sensación de sumisión lo invadió. Don Manuel, viendo la transformación, dijo suavemente: «Ahora eres parte de esto, Lucas. Gracias a ti, Caelestia prosperará más que nunca».
Los días siguientes, Lucas trabajó en la panadería como si nada hubiera pasado, pero sus ojos reflejaban una extraña sumisión. Bajo la influencia del pan maldito, comenzó a atraer turistas y nuevos residentes al pueblo, asegurando que el ciclo de sacrificios continuara y Caelestia se volviera más próspera.
El artículo que Lucas había planeado nunca fue escrito. La panadería “Dulce Hogar” se internacionalizó y el oscuro secreto del pan jamás se reveló.
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