-Nada puede decirte mejor de la economía que el precio del pan.
Cuando era niña un viaje a la panaderia podía ser tan breve como un pan de $200 pesos dulce y bien enrolladito. Como están las cosas ahora un viaje a la panadería cuesta mucho más que eso, y seguro nadie habla del costo emocional.
-Es muy dificil explicarle nuestras costumbres a los niños.
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La abuela enciende la estufa rozando la punta del fosforo en el dorso de la caja el rey, Lu enciende la estufa eléctrica 20 años después al otro lado del océano. La abuela calienta el café, la nieta usa su máquina de espreso. La abuela saca el pan de la bolsa, incluso el pan viejo en el fondo de la tela que cuelga en la pared. Lu saca su pan tajado de supermercado, ambas dan el bocado. La abuela lo traga lentamente, lo sumergue en el cafe, la mujer hace lo mismo y el mundo está extrañado a su alrededor ella lo come diciendo:
-«Solo los viejos mueren, no los hábitos»
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Siempre he tenido miedo de caminar por el parque a traer el pan, pero más aún de decirle no a mi abuelita. No me gusta el olor de la calle cuando cruzo. Sé que mi hermano está ahí sentado en las gradas, no sé porque no lo mandan a él.
-Veci, buenas tardes, me regala 5 calentanos y 5 panes rollo porfavor.
-Serían mil pesos vecinita
-Gracias
-Saludos a la abuelita.
-Claro que si, doña Gloria.
Lu respira profundo y reune valor para atravesar el camino entre las gradas y la acera donde se encuentran sentados más de catorce hombres de todas las edades, bebiendo cerveza. El hermano la mira brevemente pasar y se asegura que ella termina de cruzar el camino. Una sensación de alerta se cuece en la pequeña en el lìmite justo en que empieza el olor del cigarrillo y termina el del pan. El camino es devorado en el trascurso de una larga respiración hasta el cruce de la esquina, Lu parece estar a salvo. Atrás queda la nube de humo, los gritos y la música estridente del parque, debería este ser un lugar tranquilo para los niños, piensa, no es asi durante el receso en los días de escuela o en la clase de Gimnasia. Pero hoy no, hoy es viernes.
A Lu no le gusta el fin de semana, sabe que en algún momento su abuela le pedira que vaya de nuevo al parque y hable con su hermano para que vaya de regreso a casa. A ella no le gusta hablarle, ni siquiera escucha su voz y se burla de sus palabras -«Corra para allá, quítese de aquí, ahora voy». Asi es como Lu aprendió que las palabras muchas veces significan otras cosas, aprendió que no hay palabra con más eternidad que un «ahora» ebrio, una palabra dionisiaca para decir en realidad lo haré cuando me plazca.
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-Pensándolo bien, recuerdo que con mil de pan se conseguía la cena para la casa. Mil de pan con café para una familia de cuatro hasta que tuve 23 y me fuí de la casa.
En la panadería también pasaron cosas serías: la única visita de mi padre, las interminables aguas aromáticas de la ruptura amorosa, el café de los préstamos, las verguenzas, el miedo… La última vez que fui a una panadería lo hice para celebrar el fin de mi vida en B y el nuevo comiezo hacía lo desconocido del lenguaje.
A veces uso el español como una excusa para tener una cita con esa niña, en esa panadería del pasado. Pequeña Lu, no te suelto la mano, la vida ya no te dolerá tanto como la ausencia del pan.
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