No podía creerlo pero ante sus ojos estaban las cámaras repletas de pan dispuesto para entrar al horno. Estaba completamente seguro de que las había vaciado y no hubo una carga posterior. Revisó en la agenda para comprobar que las cajas previstas estaban ya realizadas. Sin detenerse por más tiempo en lo que parecía inexplicable se dispuso a ir cociendo las nuevas barras. Se sentía fatigado por el esfuerzo de aquella noche, pero mientras iba llenanado nuevas cajas con el pan inesperado, se le ocurrían ideas muy buenas para no desperdiciar aquella producción. 

Una vez extraída la última bandeja se acercó con cuidado a las cámaras. Al comprobar que estaban vacías se sintió aliviado, aunque consideró absurdo esperar que estuvieran nuevamente cargadas. Empezó a valorar que había tenido un lapsus, si bien le resultaba imposible sostener aquella posibilidad debido a las tareas necesarias para cargar las cámaras de pan amasado y listo para  fermentar. Comenzó a ubicar las últimas cajas en su furgoneta. Si se daba prisa podía pasar por el albergue de transeúntes y dejarles algunas barras. Seguro que les ayudaría contar con ellas. Al llegar al destino, una mujer le recibió sorprendida. No se detuvo en ofrecer explicaciones y sencillamente le dijo que era un detalle. Se despidieron con una sonrisa y renovada su motivación se dirigió a una nueva parada para entregar otro lote de barras recién salidas del horno. Decididamente era oportuno pasar por el «Banco de alimentos» y dejar allí dos cajas. La gente necesitada de aquel servicio recibiría de buen grado el suministro extra. Cuando llegó al local todavía estaba cerrado, de modo que dejó en la puerta interior el pan con una nota indicando «ayuda 2.024».

La siguiente parada quedaba algo más distante y pensó que debía descansar lo antes posible. Las piscinas municipales tenían ya abiertas sus instalaciones y a buen seguro sabrían aprovechar para ofrecer un bocado a los usuarios. Entregó 50 barras al portero de acceso, que agradecido comentó que enseguida lo comunicaba a los responsables para aprovecharlo. Y de allí partió hacia el colegio de verano para dejar  la última caja. Agotado regresó a casa para recuperar fuerzas. 

La jornada de trabajo del día siguiente transcurrió con normalidad. Ya finalizada la producción prevista se dispuso a recoger el material, pero se le ocurrió acercarse de nuevo a las cámaras para una última comprobación. Se tuvo que frotar los ojos y extender su brazo hasta tocar una barra para aceptarlo, pero finalmente continuó el trabajo con una nueva partida extra. Al igual que en su anterior jornada de trabajo, se trataba de una producción que excedía de lo previsto y que necesariamente destinaría a buenas obras. De modo que no se demoró en progresar con el horneado para repetir el reparto del día anterior. El albergue, en el Banco de alimentos, la piscina municipal y el colegio de verano le recibieron con mayor entusiasmo si cabe, expresándole gratitud y afecto. Cuando pudo completar el descanso de aquella segunda noche extra, reflexionó sobre lo que estaba sucediendo. Era necesario encontrar una explicación racional puesto que estaba realizando un trabajo que en ningún sitio constaba, y en la empresa nadie parecía verse afectado. Misteriosamente nadie comentó absolutamente nada, como si aquello solamente existiera en su esfera personal.

Cuando se acercaba el final de su siguiente horario de trabajo se esmeró el control de las cámaras. Una vez cargada la última hornada nadie había accedido al lugar. Había ya colocado la producción en su sitio y se acercó a revisar que todo estaba finalizado. Al encontrarlas vacías sintió cierta contrariedad, puesto que en cierto modo le ilusionaba volver a suministrar el pan extra a necesitados y a quien pudiese beneficiar. Cuando ya tomaba el rumbo hacia su hogar, la luz roja en el piloto de indicadores le sobresaltó. Corrió hacia las cámaras para encontrarlas otra vez repletas de barras dispuestas para entrar al horno. Sin pausa comenzó la cocción de aquella última partida. Notaba que aquel esfuerzo suplementario le resultaba más liviano, como si una energía distinta le impulsara. Completado el servicio se concentró en el reparto en los lugares habituales. Le recibían con alegría y le preguntaban si estaría también al día siguiente, pero contestaba que no podía asegurarlo. 

Ya en su casa se disponía a conciliar el sueño, pero al escuchar un sonido que provenía de la furgoneta de reparto se levantó para comprobar de que todo estaba bien. Al abrir el portón trasero encontró una nueva caja de barras de pan. ¿Qué estaba ocurriendo? Aunque agotado procedió a trasladarlo. En esta ocasión acudiría a la Biblioteca, para consultar allí si les sería de utilidad para algún servicio a los lectores. 

En la Biblioteca encontró a una encargada de expresión muy seria. Al plantearle la cuestión interpuso los suficientes obstáculos como para hacer preferible buscar otra alternativa. Ciertamente la iniciativa para que allí se aprovechasen aquellas barras era demasiado improvisada. Se marchó con la sensación de que una maquinaria muy pesada debía moverse solamente con una preparación también muy larga. Así que llevó el pan a otra parte, que era una asociación vecinal en plena celebración festiva. Al acercarse para ofrecerlo, explicó que se trataba de un exceso debido a un error de cálculo, y quizá les sería de utilidad. Entre bromas y gritos, a través de una música que amenizaba la matinal de unos pocos al tiempo que crispaba a otros, se quedaron con el pan obsequiado.

Finalmente pudo sumergirse en el sueño. En su memoria las imágenes como flashes, fogonazos que le insistían en algo insólito. Al despertar recordó nítidamente su extraño sueño. Un anciano panadero le hablaba frente a una chimenea. Le decía que los trabajos realizados con alma iban llenando también una cámara secreta. En ocasiones la cámara se llenaba mucho antes de lo previsto, y podía suceder que el alma acabase derramándose en otros lugares. 

Cuando llegaba al trabajo la noche siguiente, le esperaban varios representantes de los sitios en los que había estado entregando el pan originado en aquella cámara secreta. «Hemos venido solamente para darte las gracias, ya que al parecer nadie más es responsable de tus regalos». 

Sonrió complacido para despedirse enseguida.  «Son cosas del alma y que yo no sé explicar» les dijo.

Y ya en este día por alguna razón que pocos sabrán, no hubo trabajo desde la cámara secreta. Terminó su jornada tranquilo y acudió puntual a su lecho. A buscar en su sueños respuestas, a indagar sobre el alma que sobra y que a otros les puede faltar. Para así recuperar cada día un pedazo y esperar que muy pronto aparezca más pan.


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