El Pan de la Abuela

El Pan de la Abuela

Aerial

16/07/2024

-Mi abuela dice que cuando se muera quiere que metan sus cenizas en la harina y al pan se lo den de comer a todo el pueblo – decía Máximo a sus compañeros de segundo grado mientras se limpiaba el barro seco de las medias en el patio del colegio.

En la sala del director del colegio, Silvia la mamá de Máximo, le explicaba a la directora mientras tomaban el té.

– Hace un tiempo para acá a Máximo se le dio por inventar historias acerca de su abuela y de todos nosotros, realmente nose de donde lo saca -, – Yo ahora tuve que pedir el día para poder venir hasta acá, estoy desbordada y ya nose que hacer- dijo mientras corto la mirada con la directora del colegio para buscar algo en el bolso que traía.

– Probablemente no sea nada, y por supuesto no quiero involucrar a la psicopedagoga, sin embargo yo me fijaría en el tiempo que pasa frente a las redes sociales – menciono Carlissa la joven directora del colegio en un tono despreocupado, con un gesto adusto y mirada vítrea indicando una contradicción entre la sustracción etimológica casi vampirea de sus propias palabras y la determinación espartana, reprobando con el cuerpo casi al mismo tiempo sus dichos.

-Si,si,si…. ni hablar, hey!, ¿quiere un caramelo de menta?- asintió Silvia con una sonrisa mientras le pasaba una menta a Carlissa vestida de punta en blanco, con unas uñas recién esculpidas, quien miro a la mentita derretida en el envoltorio de plástico como un herpetólogo miraría a un escuerzo recién meado en su vestido de novia.

-No, gracias- dijo Carlissa mirando fijamente a Silvia, – lo que quiero es que me diga mas acerca de donde salio la historia de que su madre quiere que metan sus cenizas en la harina del pan para todo el pueblo – continuó Carlissa, inclinándose ligeramente hacia adelante con una mezcla de curiosidad y preocupación en su rostro.

Silvia suspiró profundamente, guardando el caramelo rechazado de vuelta en su bolso. – La verdad es que no tengo ni idea. Mi madre, la abuela de Máximo, está viva y en perfecto estado de salud. Nunca ha mencionado nada ni remotamente parecido a eso.

Hizo una pausa, como si estuviera considerando algo por primera vez. – Aunque… – murmuró, más para sí misma que para Carlissa.

– ¿Aunque? – presionó la directora, arqueando una ceja.
– Aunque… – comenzó Silvia, dubitativa. «Hace poco mi madre nos contó sobre una vieja tradición de su pueblo natal. Al parecer, hace muchos años, el panadero local era conocido por hacer el pan más delicioso y reconfortante de la región. La gente decía que tenía un ingrediente secreto que lo hacía especial.»

Carlissa se inclinó hacia adelante, intrigada. «¿Y ese ingrediente era…?»

«Nadie lo sabía con certeza», continuó Silvia. «Pero había un rumor… decían que el panadero mezclaba las cenizas de sus ancestros en la masa. Supuestamente, esto le daba al pan un ‘toque de sabiduría ancestral’ y hacía que la gente fuera más amable y menos chismosa.»

La directora alzó las cejas, sorprendida. «Vaya, eso es… interesante.»

«Lo sé, es una locura», asintió Silvia. «Pero mi madre nos contó que cuando el panadero murió, el pueblo entero se volvió un nido de chismes y malos humores. Incluso llegaron a llamarlo ‘El Pueblo del Pan Amargo y las Lenguas Afiladas’.»

Carlissa no pudo evitar soltar una risita. «Suena como el argumento de una película de terror cómica.»

«Exacto», dijo Silvia, esbozando una sonrisa. «Lo gracioso es que mi madre terminó la historia diciendo: ‘A veces pienso que deberíamos revivir esa tradición. Tal vez así la gente dejaría de quejarse tanto del sabor de mis galletas’.»

Ambas mujeres rieron, aliviando la tensión del momento.

«Bueno», dijo Carlissa, limpiándose una lágrima de risa, «creo que ya sabemos de dónde Máximo sacó la inspiración para su historia. Tiene una gran imaginación y un sentido del humor bastante peculiar.»

Silvia asintió, visiblemente aliviada. «Sí, parece que solo estaba mezclando la historia de mi madre con su propia creatividad.»

«¿Qué les parece si usamos esto de manera positiva?», sugirió Carlissa. «Podríamos organizar un taller de narración creativa en la escuela. Máximo podría compartir su versión de la historia y luego todos los niños podrían inventar sus propias recetas mágicas para hacer pan que mejore la comunidad.»

Los ojos de Silvia se iluminaron. «¡Esa es una idea excelente! Podríamos incluso hornear pan real y donar lo recaudado a una buena causa.»

«Perfecto», sonrió Carlissa. «Y quién sabe, tal vez descubramos que el verdadero ingrediente secreto para una comunidad feliz es simplemente reunirse, compartir historias y un buen trozo de pan.»

Mientras las dos mujeres seguían planeando, afuera en el patio, Máximo le contaba a sus amigos sobre un nuevo tipo de pan que estaba inventando: «El Pan de la Risa Incontrolable». Según él, haría que todo el pueblo se riera tanto que se les olvidaría ser gruñones.

Y así, lo que comenzó como una preocupación, se convirtió en una oportunidad para unir a la comunidad, fomentar la creatividad y, por supuesto, disfrutar de un buen pan. Aunque, por si acaso, decidieron mantener las cenizas fuera de la receta.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS