La cosa no iba a funcionar, lo sabía muy bien, y no porque no pusiese todo su empeño en la mecánica creativa, sino porque ese tipo de certámenes siempre lo superaba. Días atrás, buscando páginas de concursos de relatos por internet, encontró un portal en el que se invitaba a los internautas a escribir sobre el pan. «¿Sobre el pan? ¿en serio? -se preguntó- ¿acaso es posible escribir algo serio sobre semejante nimiedad?. ¡Vamos, hombre, un poco de seriedad!» Salió de la página de mala gana y siguió buscando concursos que se adaptaran más a sus habilidades, que no eran pocas, pero como no encontró ninguno de tema libre, cerró la tapa del portátil y lo apartó a un lado. Se sentía confuso, frustrado «si alguien es capaz de escribir algo medianamente decente sobre esa temática, seguro que le dan el Nobel» -sentenció para sí visiblemente enfadado.
Pero según fueron pasando los días, su mente no pudo dejar de pensar en el tema. «No funcionará» -volvió a negar con un movimiento inequívoco de cabeza, aunque ahora había algo de duda en su postura-. Abrió de nuevo la página del concurso, pues la curiosidad era más fuerte que su negativa a participar, y se puso a leer de arriba a abajo toda la convocatoria. Tal vez por el camino le llegase alguna idea de cómo afrontarlo.
Escritor joven, versado en pequeñas historias y relatos cortos, nuestro protagonista era un tipo con ingenio, no exento de talento, que podía escribir sobre casi cualquier cosa: una idea, una frase… una sola palabra que saliese de su imaginación le bastaba para construir una historia sólida. Pero cuando el tema le venía impuesto, se le bloqueaba la mente de tal manera que no era capaz de llevar al papel ni un solo carácter. Y menciono el papel porque nuestro hombre tenía un odio visceral a escribir sobre el teclado, sobre la tablet o incluso sobre el móvil. En esos odiosos dispositivos -como él los definía- se limitaba a leer noticias o a buscar convocatorias en las que participar, pero poco más. Sólo con pensarlo, sólo con ver a esa ingente cantidad de jóvenes tecleando en la pequeña pantalla del móvil, se le revolvían las tripas.
Así las cosas, quiso intentarlo de nuevo. «me voy a dar otra oportunidad; después de todo, no se pierde nada. Es posible que no estuviese lo suficientemente motivado en otras ocasiones» -se convenció. Dejó a un lado el portátil y se fue al cajón del aparador, donde guardaba su recurrente cuaderno de notas. «Apenas quedan tres o cuatro hojas -su mueca era de contrariedad-. pero espero que sean suficientes». Abrió la tapa del cuaderno y ante sí se le presentó la temida página en blanco. El corazón le dio un vuelco, pero consiguió dominarse. La miró fijamente, como esperando algún tipo de complicidad, algún guiño o algo que le permitiese romper el hielo. Luego, ya se encargaría de desarrollar la historia y de cerrarla de forma ocurrente, como tenía por costumbre.
Algo que nunca fallaba en su concentración era tomar su lápiz pulcramente afilado -le encantaba inhalar ese olor a madera recién fileteada, cerrar los ojos y ponerse en manos de las musas. Siempre acababa surgiendo algo. Pasaron unos diez minutos, posiblemente más cerca de los quince y abrió de nuevo los ojos. Miró a la página y vio que seguía de un blanco níveo, impolutamente límpia, vacía como su mente. Escribió la palabra «pan» y empezó a hacer dibujitos alrededor de ella. La subrayó con vehemencia una y otra vez, hasta que de tanto cargar, la punta del lápiz se rompió, aunque antes traspasó el cuaderno. Con el cabreo que pilló arrojó el cuaderno lejos, donde no pudiera importunarlo.
Se levantó del sofá y se dirigió a la cocina. Necesitaba tomar aire. Abrió la nevera y cogió un bote de cerveza, con tan mala fortuna que le resbaló de la mano y cayó al suelo. Tan fuera de sí estaba que no se dio cuenta de que al caer, el bote había cogido presión de gas extra, por lo que no era conveniente abrirlo en ese momento. El chorro de cerveza salió como una exhalación y lo alcanzó directamente en la cara, provocandole un susto mayúsculo. «¡Hija de puta!’ -alcanzó a decir- y arrojó el bote con todas sus fuerzas contra el espejo del aparador, haciéndolo añicos. «Ya es suficiente estropicio por hoy. Mejor será que lo deje para mañana».
Esa noche soñó que su relato «amasando la inspiración» había sido seleccionado finalista por el jurado, llegando a ganar el certamen en una reñida votación. Se sentía el hombre más feliz del mundo. Por primera vez había podido crear algo digno con un tema que le había sido impuesto. Cuando se despertó, recibió un duro golpe de realidad. Aún así, no se vino abajo. Se encontraba bien y de buen humor, decidido a seguir intentándolo.
Recordó que un tío suyo tenía un obrador de panadería. ¡Como no lo había pensado antes! Le haría una visita y comprobaría «in situ» todo el proceso de elaboración de tan imprescindible alimento, desde la selección de los ingredientes, pasando por el amasado, hasta el horneado. Tal vez, al ser un observador presencial, su mente encontrase el camino de la inspiración. Su tío le fue explicando minuciosamente todo el trabajo, advirtiéndole que, si bien el proceso de mezcla y amasado se hacía de forma automática, él procuraba darle siempre «un toque artesanal». Nuestro protagonista fue creando en su mente imágenes nítidas y fueron afluyendo imágenes que se apresuraba en trasladar a su block de notas. Cuando el pan salió del horno e inundó con su aroma todo el obrador, ya tenía claro por donde debería discurrir su trabajo.
En su casa, pleno de excitación, recogió el cuaderno de notas que había estampado contra la cómoda el día anterior, le sacó punta al lápiz y, arrancando la mutilada primera hoja, se puso a escribir como un poseso, consultando de vez en cuando sus notas. No habían transcurrido ni dos horas cuando por fin lo dio por terminado. Todo un tiempo récord. Lo titularía igual que en su sueño «amasando la inspiración».
Acudió a la página web para presentar su relato de inmediato. En su pensamiento estaba el sueño de la noche anterior «he conseguido crear una buena historia. Creo que tengo posibilidades» -se animó. Todavía estaba con la miel en los labios cuando vio el mensaje. Leyó incrédulo: «La organización lamenta comunicar que debido a una falta de entendimiento con el sponsor, éste ha cancelado el certamen. Todos los relatos presentados hasta ahora podrán ser retirados por los concursantes. En su lugar hemos convocado otro concurso cuyo tema es «la idiosincrasia del ornitorrinco». Lamentamos las molestias ocasionadas y deseamos los mayores éxitos para todos los participantes.
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