NOETHER Y EL REPLICADOR DE ALIMENTOS

NOETHER Y EL REPLICADOR DE ALIMENTOS

Abrió sus puertas en el año 2009 y, salvo cuatro viejos, apenas recibía visitas. Tan solo habían transcurrido cien años y ya no interesaba a nadie.

Últimamente yo también había dejado de acercarme; mis fuerzas empezaban a flaquear, pero, sobre todo, era mi estado de ánimo el que menguaba con rapidez.

Me preguntaba si a estas nuevas generaciones les importaba algo el pan.

Mi cristalino modificado me mostraba las recientes estadísticas que ofrecía el Museo, y la verdad es que ya no se acercaba casi nadie.

También es cierto que el gasto de mantenerlo abierto era escaso, imagino que por eso seguía abierto.

Unos cuantos drones, tan viejos como los trillos expuestos, efectuaban el mantenimiento de las instalaciones.

En cuanto a las herramientas: las cribas, los cedazos y la cernedora, con quitarles el polvo de vez en cuando era suficiente, igual que a las espigas de los diferentes tipos de trigo, que estaban recubiertas de resinas sintéticas y semejaban insectos atrapados en el ámbar. Un pequeño enjambre de drones aspirador se ocupaban de ese menester.

Sobre una impresionante mesa de madera de árbol, una zoqueta y una hoz descansan al lado de un escavillo, una azada y un azadón.

La tahona y la artesa, más delicada la una y más vieja la otra, son susceptibles de esmerados mimos, pero nada costosos.

Con el paso del tiempo, poco a poco, el museo fue cayendo en el olvido, pero todo se precipitó cuando los colegios dejaron de llevar a los niños a hacer pan. Los padres de los alumnos se habían quejado. Según ellos, la exposición a la harina -no sintética- les producía ronchones y sarpullidos. Incluso se extendió el rumor de que respirarla podría tener efectos cancerígenos. Rápidamente, unos avispados empresarios modificaron genéticamente el trigo reduciendo el nivel de aspargarina en un 90%. De ahí a la harina sintética, solo fue un abrir y cerrar de ojos.

En el museo, a pesar de la falta de interesados, el robot panadero se encarga, cada día, de retirar del expositor los panes duros y de hornear nuevos.

Por cierto, ayer en la cena terminé el cantero de pan que me quedaba y eso me recuerda que…

—Noether, ¿puedes ir a buscar el pan?

—Ahora lo preparo.

—No te molestes, preferiría que fueses al museo del pan.

—¿Estás seguro?

—Lo prefiero.

—No entiendo por qué te empeñas en comer ese producto. Está demostrado que tiene…

—Por favor. No es necesario que me repitas la cantinela de siempre. Soy viejo, pero mi memoria todavía funciona.

—En solo un segundo podría hacértelo en el replicador de alimentos. Estaría carente de alérgenos, de materia orgánica y perfectamente…

—Noether, agradezco tu interés, pero prefiero el que hacen en el Museo del Pan de Mayorga.

—No entiendo esta fijación tuya.

La miré con cariño. Desde mi nacimiento, Noether había estado a mi lado, me había criado, me acompañó durante mi adolescencia, me ayudó de manera incansable en mis estudios y, después de noventa años, todavía seguía a mi lado. Tan eficiente y perfecta como siempre, su piel de silicona apenas reflejaba el paso del tiempo. Ella misma se actualizaba. Cada cierto tiempo, sustituía sus miles de procesadores y sus bloques de memoria por otros más eficientes y potentes. En algunas ocasiones, hasta cambiaba la circuitería principal y siempre que lo hacía procuraba tranquilizarme.

Yo sabía que, algún día, en uno de esos procesos, todo fallaría y dejaría de existir; que sus programas, a pesar de estar en continua adaptación, dejarían de ser compatibles, y yo no podría hacer nada.

—Detecto tu tristeza y eso es chantaje emocional. Está bien, tú ganas. Ya voy a buscarte tu dichoso pan.

—No estoy triste por eso, Noether. Simplemente, pensaba en el día que…

—Otra vez con eso. Yo estaré siempre contigo. Si algún día sucediera, siempre puedes hacerte una cafetera con mis restos y seguiremos estando juntos.

—Noether, ¿se supone que eso ha sido un chiste?

—Así es.

—Pues no ha tenido gracia; que sepas que es un chiste de mierda. Ves a por el pan y no te comas el corrusco por el camino.

—Cada día que pasa te vuelves más cascarrabias.

—Y tú, más guapa.

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