…. poema, Rufus y pan…..

…. poema, Rufus y pan…..

En una aldea perdida entre montañas y campos dorados,

donde el sol besa el trigo y el viento acaricia el cielo,

vivía un anciano panadero, maestro del arte sagrado

de amasar el pan con amor y hacer del horno su anhelo.

Su nombre era Don Eusebio, de barba blanca y manos de oro,

que cada mañana despertaba antes que el sol,

para preparar la masa con cuidado y decoro,

y así honrar la tradición que aprendió desde niño, el buen pan su rol.

En su pequeña panadería, de madera y piedra construida,

el aroma del pan recién horneado se esparcía por la brisa,

como un perfume divino que al alma convida,

a degustar la vida en cada mordisco, una sonrisa.

Pero en aquel rincón del mundo, vivía también una criatura singular,

un ratoncito llamado Rufus, de pelaje suave y ojos brillantes,

que desde su madriguera en la vieja encina, sin parar,

soñaba con saborear el pan dorado, entre tantos instantes.

Rufus, con su pequeña familia, hacía incursiones en la panadería,

a escondidas, de noche, cuando Don Eusebio dormía,

y entre risas y susurros, probaban cada delicia con alegría,

migajas de cielo que a sus corazones pequeños rendían.

El anciano panadero, en su sabiduría serena,

sabía de la presencia de sus diminutos amigos,

pero nunca los ahuyentaba con furia desmedida y ajena,

sino que los dejaba disfrutar en silencio, sin testigos.

Don Eusebio creía en la magia de compartir el pan,

con todos los seres que con él convivían,

pues sabía que el amor y la generosidad, sin afán,

hacen del mundo un lugar donde la vida florecía.

Así, en su panadería, convivían hombres y animales,

bajo el techo de paja y el calor del horno ardiente,

cada uno encontrando en el pan motivos ancestrales,

para celebrar la vida y su curso siempre pendiente.

El poeta del pan, como algunos lo llamaban,

en sus versos amasados con harina y levadura,

tejía historias de grano y aroma, de mañanas que despertaban,

en la memoria colectiva de una aldea sin premura.

Don Eusebio, con sus manos arrugadas pero fuertes,

sabía el secreto de transformar harina en sustento,

y con cada pan que salía de sus hornos expertos y abiertos,

llenaba los corazones de todos con gratitud y contento.

Rufus, el ratoncito curioso y amante del buen pan,

seguía sus travesuras nocturnas con júbilo y picardía,

siendo el cómplice alegre de este cuento tan divino y tan sutil,

donde el pan y su esencia se entrelazan en una danza de armonía.

En las noches tranquilas, cuando la luna dibujaba su sonrisa,

y el viento susurraba canciones de antaño entre las hojas,

Rufus y su familia se aventuraban con sigilo en la brisa,

a saborear las migas de la última hornada, bajo las estrellas rojas.

Y así pasaban los días y las noches en aquella aldea,

donde el pan era más que alimento, era poesía y melodía,

donde todos, grandes y pequeños, encontraban en la hoguera,

la razón para celebrar la vida con amor y con valentía.

Don Eusebio, con su mirada sabia y su alma en paz,

enseñaba a los jóvenes aprendices el arte del buen pan,

les transmitía la herencia de generaciones, sin solaz,

y les recordaba que el secreto estaba en amasar con pasión, sin afán.

Rufus, el ratoncito que amaba el pan como un tesoro,

seguía siendo el compañero fiel del anciano panadero,

compartiendo secretos de la noche y del amanecer sonoro,

en un pacto de amistad eterna y de cariño verdadero.

Y así podría seguir contando la historia infinita

de Don Eusebio, Rufus y su aldea mágica y serena,

donde el pan y su aroma tejió una red bendita,

de amor, de vida, de risas y de escenas tan plenas.

Pero basta por hoy, con este poema extenso y bonito,

que celebra el pan y su esencia, con un animalito especial,

Rufus, el ratoncito que hizo del pan su bendito,

compañero de aventuras, en este cuento universal.

Que en cada bocado de pan que pruebes mañana o hoy,

recuerdes esta historia de amor y amistad,

y sepas que en el simple acto de compartir con gozo y no con desdén,

se encuentra la esencia misma de la felicidad.

Así que come, disfruta y comparte el pan con todos los seres queridos,

y deja que su aroma y su sabor te lleven a lugares lejanos y queridos,

porque en cada miga hay un pedacito del corazón unido,

en la danza eterna del pan, la vida y el amor compartido.

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