Un hombre amasaba la masa con fuerza y energía, esperaba que sus queridos panes salieran deliciosos y exquisitos. Fue a hornearlos y al terminar observó el resultado final. Notó que uno de los panes salió un poco más pequeño que el resto por lo que con una gran sonrisa lo llamó “Pancito” y aseguró lo orgulloso que se sentía de su creación. Sin más, fue al mostrador para colocar todos los panes que expondría para vender. Así fue que la panadería abrió para el público.

El querido Pancito estaba emocionado y ansioso al imaginar quien lo compraría. Ya para el medio día, un pequeño timbre se escuchó, anunciando a un nuevo cliente que ingreso a la panadería. Se trataba de un muchacho, un tanto introvertido y temeroso, de cabellos negros y ojos cafés. Tardó al menos media hora en escoger el pan que le gustaría comprar y para suerte de Pancito, fue el elegido.

Durante el camino Pancito observó, desde la bolsa en donde era llevado, como el muchacho se encontraba perdido en sus pensamientos. En esos instantes el chico sacó a Pancito de la bolsa para partir con sus manos un pequeño trozo para degustar y sonreír al instante por lo delicioso que estaba. Guardo a Pancito y siguió su camino.

Pancito estaba totalmente alegre, imaginando que el resto de la familia del muchacho se pondría igual de feliz al probarlo. Después de todo, el objetivo de Pancito era alimentar y dar felicidad a la familia que lo llevara, pensaba que no había nada mejor que el amor de una familia.

Al llegar a la morada notó que el muchacho se detuvo un momento en la puerta, como si pensara en entrar o no. Luego de un rato ingresaron a la casa. Pancito desde la bolsa vio que el muchacho fue recibido por un hombre, al parecer su padre, y comenzó a oír una breve charla para, acto seguido, escuchar gritos. No supo que sucedió ya que la bolsa en donde iba se movió agitadamente, apenas escuchó una puerta cerrarse violentamente y lo último que supo es que fue arrojado. Cuando observó donde estaba, se encontraba fuera de la bolsa, en una esquina oscura. Se hallaba debajo de algún lugar, supuso, por lo que solo podía ver los pies de muchacho.

Pancito no iba a entristecerse, esperaba a que lo extrañaran y así comenzaran a buscarlo. Grande fue su sorpresa al ver al muchacho marcharse del lugar y dejarlo completamente solo. Pancito se entristeció pero su esperanza seguía en pie.

El tiempo pasaba y nada ni nadie lo movía de donde estaba. El querido pan suave y crujiente que era antes se convirtió en un pan duro y difícil de comer. Pancito pensó en cuando debería de aguantar hasta ser encontrado pero ni siquiera sabía cuantos días pasaron desde que se perdió.

Pancito durante su estadio observó los movimientos que hacía el muchacho y solo lograba ver sus pies ir y venir, las únicas veces que veía su rostro era cuando se agachaba a buscar algo, solo alimentando la esperanza del pobre Pancito en ser encontrado.

Ya se había vuelto normal escuchar gritos que venía de alguna parte de la casa, usualmente también se escuchaba lamentos y llantos del chico después de que aquellos gritos terminaban. Pancito escuchó tantas cosas pero nunca logró oír una risa o algo parecido a la felicidad por parte del muchacho, como si aquella alegría que mostro cuando probó a Pancito se esfumara una vez ingresaba a la casa, como si aquella emoción estuviera prohibida en el lugar.

Un día, como tantos otros, Pancito de un momento a otro vio desaparecer los pies del muchacho para luego escuchar y ver como una silla caía a un costado. Ese mismo día una mujer entro a la habitación, Pancito pensó que tal vez era la madre del muchacho. No pudo pensar mucho quién era porque la mujer dio un grito desgarrador que lo asustó. Lamentos y llantos se escucharon después. Fue entonces que desde ese día ya nadie ingresó de nuevo a la habitación, el muchacho que compró a Pancito dejó de aparecer y ya nada se escuchaba en esa casa.

Pancito se sintió solo, abandonado y olvidado. ¿Por qué desde que llegó todo fue tan triste y desolador? Pensó que de alguna manera era su culpa por no cumplir con su objetivo de dar felicidad. Recordó al panadero que lo creó y sintió aún más pena, solo deseaba enorgullecerlo.

Por la tristeza, Pancito se endureció aún más, ya ni las ratas querían comerlo. Se convirtió en un pan incomible. Sin sabor, sin gracia, sin vida. Quería llorar, sumergirse en la tristeza. Las lágrimas no salían pero el moho aparecía.

¿Era así como se sentía aquel muchacho? ¿Era por eso que siempre lloraba y se lamentaba solo? ¿A él también lo habían olvidado? Pancito sintió desconsuelo al pensar en aquello. Solo quería dar felicidad pero en cambió solo lo perdieron en aquella esquina oscura en una gran habitación que nadie nunca entraría.

Pancito recordó por última vez al muchacho que lo compró, pensando que si tal vez el chico lo hubiese encontrado habría sido feliz, al menos por un momento. Tal vez algo hubiese cambiado si nunca lo perdían.

Con aquellos últimos pensamientos, Pancito se deterioró para al final descomponerse por completo.

Ay, Pancito. Si tan solo no te hubiesen olvidado…

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