penas pagaban el arriendo- decidió aceptarla.

Rosa llegó a Valparaíso en el año 1943, pudo viajar con el dinero ahorrado gracias a trabajos esporádicos y enormes sacrificios. Huyó de la casa paterna para dejar de experimentar los abusos y vejámenes de su despiadada madrastra. En el último tiempo había adelgazado varios kilos, la mujer solo la autorizaba a comer pan, claro que aquel que ya estaba añejo y se daba a perros o gatos callejeros. Su padre no parecía darse cuenta, o bien no deseaba hacerse cargo.

Se fue al puerto dispuesta a abandonar su Varsovia natal. Al llegar, intentó subirse a tres barcos, el tercero la admitió, eso sí, pagando un elevado pasaje. El destino era Chile, no sabía nada de ese país, ni siquiera que idioma se hablaba. En fin, no era momento de contemplaciones. Ignoraba cuanto duraría la travesía, a esta altura era irrelevante. Así, la joven veinteañera, inició la mayor aventura de su corta existencia. Portaba una pequeña maleta que contenía sus escasas pertenencias, entre ellas, la foto de su madre, quien muriera de una extraña enfermedad.

A bordo la comida no abundaba, el pan volvió a ser la base de su alimentación, solo que esta vez lo disfrutaba, era el sabor de la libertad. Los días se sucedían sin grandes novedades, hasta que conoció a Moisés. El joven era atractivo, estatura media, delgado y poseía unos cautivadores ojos azules. Quedó prendada desde el primer momento. Se juntaban cada mañana para deambular juntos por la cubierta. Las horas transcurrían mirando el furioso oleaje e intercambiando sueños, también era polaco y al igual que ella, huía de un drama familiar. En un lamentable accidente, su hermano menor falleció y su padre no cesaba de culparlo. Un día, ya harto de las acusaciones decidió desaparecer, lo hace sin decir palabra a nadie, ya no podía tolerar que lo inculpara, solía decirle que hubiera preferido que el muerto fuera él.

Desembarcaron en el país sudamericano y se propusieron enfrentar juntos lo que les deparara el destino. A ella le ofrecieron un empleo de aseadora y él encontró trabajo como aprendiz en una sastrería, conocía el negocio, fue por generaciones la fuente de ingresos de su familia paterna.

Al cabo de unos meses decidieron casarse, provenían de familias bastante conservadoras. No hubo flores, vestido de novia y mucho menos anillos, pero estaban emocionados, deseaban dejar atrás las penurias para darse la oportunidad de ser felices.

Arrendaron una pieza en una pensión y ese fue su primer hogar. Rosa procuraba que se viera lo mejor posible, siempre pulcra, pese a que los muebles eran viejos y su aspecto desvencijado.

Tres años mas tarde decidieron probar suerte en la capital, empacaron una maleta pequeña con lo poco que tenían y emprendieron el viaje a Santiago en autobús . A través de un conocido en la pensión, obtuvieron un dato de una casa que arrendaba habitaciones, les pareció una gran idea.

Transcurrieron los años y lograron por fin juntar dinero para alquilar una minúscula casa en un barrio céntrico. Rosa parió a tres niños, claro que los recursos escaseaban. Moisés pudo montar una pequeña sastrería, contrató a dos ayudantes para mas adelante comprar un par de máquinas de coser. Para desgracia de la familia, un cliente lo comenzó a introducir en el mundo de las apuestas en carreras de caballos. Al principio fue comedido, pero a poco andar se salió de control. Cuando regresaba a casa no era difícil saber lo que había ocurrido. Primero observaban sus zapatos, si estaban empolvados es que venía del hipódromo. Luego, la atención se dirigía a la presencia o no de regalos, si los traía, era señal de que la suerte estuvo de su parte. Casi siempre llegaba con las manos vacías. La familia resentía la inestabilidad económica y desarrolló un férreo rechazo a la adicción del jefe del hogar.

Cada tarde, Rosa caminaba un par de cuadras para ir a la panadería. Un par de semanas atrás, el dueño, don Carlos, había incorporado un mesón en el que exhibía números de la lotería, procuraba instar a sus clientes a probar suerte. Rosa se resistía, la sola idea de desperdiciar dinero le provocaba náuseas. Ella se limitaba a comprar un exquisito pan que constituía la cena de los niños, los rellenaba con quesos, fiambres o huevo. Con sus ultimas fuerzas salió rumbo a la panadería.

De regreso a casa se sentía culpable, los hijos la esperaban con la mesa puesta. Extrañados observaron que la conocida bolsa venia muy liviana. Con cierto tono de reclamo preguntaron donde estaban las compras. Ella bajó la mirada para contarles lo que había pasado. Todo ocurrió mientras le pesaban el pan, se distrajo mirando el mesón con los números de la lotería. De pronto vio una luz intermitente que señalaba uno de los boletos. Intentó desviar la vista pero un extraño brillo la instaba a prestar atención. En contra de sus principios decidió adquirir el número. El dinero lo llevaba justo, así que no alcanzó para comprar lo necesario, don Carlos no fiaba. La frustración se apoderó de los chicos, ya tenían suficiente con un padre adicto.

Al día siguiente, Rosa fue al comedor a encender la vieja radio, sintonizó su emisora favorita y se dispuso a escuchar los números ganadores, uno a uno. Cuando el locutor concluyó el anuncio se produjo un gran silencio. La familia estupefacta descubrió que aquel boleto comprado en la panadería, era ni más ni menos que el ganador del máximo premio. Rosa saltaba de alegría, los niños la imitaron, aunque no podían dimensionar lo que implicaría todo aquello en sus vidas.

La afortunada mujer ocultó a su marido la gran noticia, temía que tras cobrar el premio quisiera apostarlo. En cambio, se comunicó con el dueño de la casa que alquilaban y le hizo una oferta por el inmueble. Sorprendido ante el inesperado suceso- ya que a duras penas pagaban el arriendo- decidió aceptarla.

Con el correr de los años, los sobresaltos no cesaron pero al menos tenían casa propia y jamás volvió a faltar el pan.

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