EL PAN DE LA DISCORDIA

A casa de las Oviedo llegó una coqueta caja; un pequeño de unos doce años la entregó a la señora de Oviedo, una sexagenaria que vivía con sus tres hijas, las cuales consideraba su más grande tesoro, por eso decidió colocarles nombres de piedras preciosas, Esmeralda, Perla y Rubí; sin embargo, fue ese amor excesivo el que hizo que las treintañeras se apegaran a sus faldas hasta la fecha.

Emocionada, pudo ver que el paquete traía pegada una tarjeta que decía: “Para la más hermosa del vecindario” y lo firmaba Joselín Bejarano, al parecer este hombre, panadero y propietario de la panadería El Divino Maná, estaba pretendiendo a una de sus hijas. La idea no le disgustó; pues todas estaban en edad de comprometerse, además Joselín era un hermoso moreno de metro ochenta de estatura, que ostentaba un pecho de percherón el cual sabía resaltar con la ajustada camiseta blanca cuello en V que llevaba el nombre y logo de su negocio, en sí mismo, ese monumental espécimen era una publicidad subliminal que lograba atraer a todas las mujeres del barrio. Intrigada por saber quién era la afortunada, llamó a sus hijas. Estando todas presentes, procedieron a abrir la caja; un exquisito aroma invadió el salón, era un delicado pan de frutillas en forma de corazón, fue un inolvidable y romántico momento, el amor había tomado forma y olor a pan, pero ¿quién era la dueña de tan deliciosa demostración de afecto?

Rubí, por ser la más joven, pensó que obviamente era para ella. Sus hermanas contaban con unos cuantos años de más. Sin duda, ese tren ya las había dejado varias estaciones atrás, pero Esmeralda, la mayor, quien era la más asidua compradora de carbohidratos al horno, aseguraba que era para ella, pues había logrado entablar una amistad especial con el hombre en cuestión. Esto no convenció a Perla, que refutó las dos versiones anteriores y estableció los intereses de Joselín hacia ella, ya que siempre le tomaba la mano al momento de entregarle el pedido. Sólo bastaron unos minutos para que la tríada de hermanas comenzara a lanzarse ofensas y descalabros a fin de quedarse con el corazón de pan, que representaba el amor de Joselín.

La madre vio angustiada como los ánimos se calentaban como horno de panadería y trató de calmar la tensión con un discurso de hermandad y respeto, pero fue interrumpida por el timbre de la entrada, pensando que su intervención había logrado el efecto deseado, fue a atender, para su sorpresa era el mismo niño que había traído la caja, a lo mejor él podría aclarar la situación, pero antes que pudiera preguntarle, el chico visiblemente angustiado le pidió cortésmente que le devolviera el paquete, pues se había equivocado, al parecer era para su vecina la señorita Olmedo, la mujer se sintió algo decepcionada por lo sucedido, más a fin de cuentas era lo mejor, este infortunado error daría fin a la tensa situación. Con la mala noticia por contar, regresó al salón a buscar el paquete, pero se encontró con una escena de terror…

Mientras su madre atendía la puerta, las hermanas entraron en tremenda gresca, tomando la caja cada una de un lado, empezaron a halar buscando apoderarse de la presea, inevitablemente esta se rasgó y el corazón fue a dar contra el suelo rompiéndose en pedazos, en ese instante la madre entró quedando pasmada con lo visto, ¿ahora qué haría? Debía devolver el paquete, pues ni siquiera era para alguna de sus hijas, la pobre mujer entró en pánico. Entre todas trataron de armar la caja nuevamente y componer el corazón de pan con los pedazos que quedaron y en un último suspiro, pegaron la tarjeta de dedicatoria en la caja, con una nota adicional escrita por la señora de Oviedo que decía así:

Señor: 

Joselín Bejarano

Lamento lo sucedido al paquete, lo dejé sobre la mesa sin percatarme de la curiosidad de mis gatas por este.

Le ruego que acepte mis disculpas y espero que el dinero que le envié sea suficiente para redimir al menos el daño material que le he causado y de todo corazón le pido que no sea duro con el chico.

Atentamente

Hilda Ruiz de Oviedo.