A TAN SOLO DOS CUADRAS

A TAN SOLO DOS CUADRAS

VITRALES DEL ALMA

27/06/2024

A tan solo dos cuadras de mi casa, existía hace muchos años una panadería. La única del barrio en metros a la redonda. Era y es una casa de dos plantas de color ladrillo. Sus puertas de madera de tres metros de altas aún se conservan. Los colores, un verdadero juego de ajedrez. Ubicada al sur de la ciudad de Bogotá. El dueño se llamaba ROSENDO. Un tipo alto, de piel blanca, bien vestido. Atendía la panadería alrededor de las seis de la mañana, en pantalón y chaleco de paño. Una camisa blanca o rosada. ¡El típico cachaco bogotano!

Mis hermanos, Mateo y Teo, salían presurosos a las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada con un canasto vacío. A los pocos minutos, estaban de vuelta con la cesta llena de PAN FRANCÉS. Uno de mis favoritos. Aún recuerdo el olor a pan caliente. Este aroma gratificante abrigaba todas las casas de la zona y mucho más allá. ¡Irresistible! Era un pecado no acudir a la panadería de don ROSENDO. Pan francés, blandito, de ajo, con uvas pasas, mantecadas, tortas, ponqués. Y, sobre todo, galletas. Las adorables galletas polvorosas. Me encantaban, a pesar de que se atoraban, a veces, en mi garganta. Ni hablar del pan que preparaban para fechas especiales, tales como: Semana Santa, San Pedro, Navidad y Año nuevo. ¡Todo un manjar!

Se dice que los recuerdos no perduran. ¡Pero qué va! He buscado donde hagan un pan francés como lo hacía el panadero de don Rosendo. El de ahora dista mucho de aquel. En la forma y sabor. 

Un día decidí acompañar a mis hermanos a la dichosa panadería. Como llegaban antes de abrir al público, entramos por la puerta de la calle. Esta quedaba justo en la esquina de la vivienda. Al entrar, sentí el calor de los hornos y el inconfundible olor a pan caliente. E ipso facto, algo extraño sacudió todo mi ser. Era como si esa casa fuera mi casa. Es decir, como si yo la hubiese habitado por años. Me vi de niña recorriendo el segundo piso de ese inmueble con otros niños que nunca distinguí. En esa extraña visión tenía siete años, los mismos de aquel entonces. Fue tal el impacto, que generó en mí una reacción y malestar muy extraño.

En aquella época, el desayuno era changua con chocolate, queso y por supuesto, pan francés. La changua es un caldo de la gastronomía colombiana de origen indígena, concretamente de los muiscas. Su nombre proviene de changwa que, en dicho dialecto, significa “caldo” Los muiscas habitaron el altiplano cundiboyacense y el sur del departamento de Santander desde el siglo VI a.C. Sus raíces aún perduran. Se ubican en Cabildos en varias zonas de Colombia.

La panadería de don Rosendo dejó de existir de manera simultánea con la muerte de este. Sus hijos no continuaron con el negocio. A pesar de lo acreditada. Todo quedó ahí. En la franja del olvido.

He recorrido varias panaderías en busca del pan que se guardó para siempre en mi memoria. Ese olor inolvidable que nunca partió. Hay buenas panaderías, excelentes cafeterías donde se saborea un delicioso pan.

Lo que atraía, como un poderoso imán. Era, el olor y sabor inconfundible a PAN FRESCO, PAN CALIENTE, PAN RECIÉN SALIDO DEL HORNO, PAN FRANCÉS, que manaba de dicha vivienda alrededor de las cinco de la mañana.

El aroma era incapaz de sostenerse en derredor de los hornos. Se escapaba presuroso en busca de los paladares exquisitos, de los clientes habituales y de los forasteros que a esa hora caminaban en dirección a no sé dónde.

Imagen: Créditos a su creador. 

Luz Marina Méndez Carrillo/27062024/. 

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