La tienda abría a las nueve, pero el propietario empezaba a preparar el pan antes de que se levantara el sol porque nadie lo ayudaba. Un día ella se presentó en la tienda y se ofreció para trabajar a cambio de un mísero sueldo. Él la rechazó porque era demasiada mayor y tenía las manos deformadas, sin embargo, como no paraba de insistir dejó que se quedara convencido de que no aguantaría la jornada laboral. El pan que elaboraron fue todo un éxito, no solo por el color de la corteza y lo crujiente que era, sino porque se notaba que había estado amasado con sabiduría artesanal.
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