Imagina una pieza de pan. No, no hace falta que te la imagines, allí la tienes, en la cocina, sobre la tabla de cortar, dentro de su bolsa, al lado del cuchillo de sierra. Hazme el favor y tráelo todo a esta mesa.

Ahora haz un esfuerzo y figúrate que esa barra de pan soy yo. Si la tocas notarás que está un poco seca, pues se compró esta mañana a primera hora y, además, un tanto correosa a causa de su envoltorio plastificado.

Comienza a partir la baguette con el cuchillo en pequeños trozos. Así, como estás haciendo. Muy bien. Cada vez que separas una rebanada consigues que la barra sea más pequeña. Sigue cortando. Las cuatro primeras rodajas sois tú y tus hermanos. Son las noches sin dormir cuando erais niños y estabais enfermos, las malas contestaciones en vuestra adolescencia, el dinero que os gastabais alegremente y que a mí tanto me costaba ganar, el alejamiento progresivo de vuestro cariño. Esa otra loncha que te ha salido más grande, digamos que es tu padre que hace mucho tiempo que nos dejó y con todos vosotros aún a medio criar. Continúa trinchando, pero ahora en tajadas más livianas. Esas tres primeras fueron el aborto que sufrí, hecho que ignoráis, la muerte de la abuela, y la tercera, el disgusto que me llevé cuando supe que tu hermana estaba embarazada y su novio no se hacía responsable de esa situación tan delicada.

Aún te queda un poco para llegar al final. Continúa. Esa que ahora cortas son las ilusiones a las que tuve que renunciar, pues la sociedad me marcó un camino que yo ignoraba que no quería. Y de esas dos últimas, la primera son las infrecuentes visitas que tú y tus hermanos me hacéis y la otra es algo que os he escuchado varias veces decir: que me vais a mandar a una residencia, eso sí, por mi bien, y que después venderéis la casa en la que siempre he vivido y que anteriormente fue de mis padres y que construyeron mis abuelos.

Ya solo queda el cuscurro, el final de la barra, que son mis ochenta y tres años, y que para comerlo hay que tener buena dentadura, o remojarlo en un poco de leche. Mañana solo servirá para rallar.

Y ninguna de mis nietas lleva mi nombre. Son esas miguitas que ves por la tabla.

¿Hijo, con alguna de esas rebanadas que has cortado del pan, qué quieres que te prepare para acompañar el café de la merienda: una rica tostada francesa, o mejor te hago unos montaditos de lomo ibérico?

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