La mesa de acero inoxidable queda cubierta por una fina capa de harina, tiene el espesor perfecto para que el resultado siga siendo excelente.
Cuento cada maldito día desde que se acaban las fiestas del pueblo, deseando volver a sentir la misma puta excitación en las siguientes. El año se hace largo, pero hoy estoy aquí, una vez más, de pie frente a esta mesa de obrador, para dar vida a viejas tradiciones.
El pan con el secreto mejor guardado está a punto de ver la luz, y como siempre será el protagonista de una feria gastronómica local que cada vez atrae a más turistas y críticos culinarios, intrigados por intentar descifrar el ingrediente secreto que se esconde detrás de unas simples hogazas de aspecto insignificante, pero con el mejor sabor de la isla.
Miro el reloj de pared, es medianoche, hora de comenzar.
Cojo con cuidado el saco de harina que descansa en el rincón, una pieza de algodón única que pertenece a la colección del abuelo, y que solo utilizo para este ritual especial que se repite desde hace diez veranos. La coloco sobre la mesa.
Todavía recuerdo al primero, fue fácil. Una oportunidad que no podía dejar pasar. El pequeño Nico se alejó del parque, se acercó a la furgoneta de reparto, asomó su cabeza y me saludó con la misma confianza con la que lo hacía su madre cada mañana al comprar el pan.
Y ese día empezó todo. Mejor dicho, se materializó esa absurda idea que me perseguía desde unas vacaciones en México. El Café Xolo, en Texcoco, con su delicioso «pan de muerto negro» fue el responsable de que naciera este manjar delicioso. Claro está, con un toque personal muy sofisticado.
La cuestión es que desde entonces me persigue una obsesión insana por intentar mejorar la receta. Y he descubierto que la clave está en el suspiro final. Como cualquier principiante he pecado de esa impulsividad descontrolada, de un nerviosismo torpe que me ha llevado a acabar con sus vidas de una forma violenta, utilizando el estrangulamiento como la técnica más socorrida.
Era lo que tenía mas a mano, nunca mejor dicho.
Ver sus expresiones de espanto me producía cierto placer, y me ha costado abandonar ese método. Aunque debo reconocer que desde que he decidido innovar en nuevas formas de llevar a cabo el asesinato, el sabor del pan ha mejorado considerablemente.
Pero no nos desviemos de lo esencial, el aquí y ahora que tanto pregona mi profesora de yoga. Ella ha sido la culpable de mi perfeccionamiento en el arte de matar. En sus clases he sentido esa energía universal, el prana que es fundamento de toda existencia, y que es tan importante a la hora de no dejar rastro de malas vibraciones en la masa de mis tan preciados panecillos.
Gracias a Raquel, el suspiro final de Mamadou ha sido sin dolor. Una dosis de calmantes para relajarlo y luego la inyección letal que lo ha sumido en el sueño eterno. Así de sencillo. Él no sufre, y toda una isla agradecida por consumir un producto de primera calidad.
Por cierto, son niños. Todos niños.
¿El motivo? Simple. Me gustan los niños. Es menos faena a la hora del secuestro, transporte y asesinato. Se los engaña fácil, y jugar con sus cuerpos inertes es realmente inspirador. La creatividad campa a sus anchas en mi pequeño obrador. Son todas ventajas.
Y si además, sumamos el hecho de que a mi aislado paraíso llegan cientos de africanos en patera, sin ningún tipo documentación, con hambre, miedo y desesperanza…el cóctel está servido.
Conseguir «uno» con total impunidad es pan comido.
Puede parecer cruel, pero a mi manera estoy aportando un granito de arena en esta crisis migratoria que trae de cabeza a la comunidad europea. Ellos, los poderosos, se quitan un problema de encima; y yo, les estoy ahorrando a estos pobres desdichados una vida marcada por la indiferencia y la marginalidad.
Así que como veis, la materia prima reboza exclusividad, no cualquiera puede disponer de ella como este servidor.
Ventajas del primer mundo jejeje.
Pero vamos al lío, que el amanecer está a la vuelta de la esquina.
Enciendo el horno para que vaya alcanzando los mil cien grados poco a poco. Me pongo un delantal de plástico sobre mi camisa blanca impoluta, guantes y botas de lluvia. No quiero que la sangre estropee mi uniforme. Cojo el bisturí, y comienzo a realizar pequeñas incisiones en aquellas partes del cuerpo donde luego haré el corte definitivo. Sus cuerpecitos son como los moldes de las modistas. En ellos planifico, diseño y experimento antes de trocearlo. De eso depende el resultado final. Y a medida que transcurren los años he ido optimizando el procedimiento. Me siento realmente orgulloso.
Tengo todo a punto. Las cenizas no tardarán en estar entre mis manos para comenzar a amasar. Mezcladas con la harina obtengo una textura sedosa, de una maniobrabilidad suave y ligera.
Un escalofrío me recorre. El éxtasis de mi mayor obra siempre se manifiesta con una erección. No puedo ni quiero evitar esa sensación. Necesito llegar al orgasmo, hacerme una paja y desfogar toda esta excitación que me ahoga. El celibato los 364 días restantes valen la pena. Esta mesa quedará impregnada con la leche suficiente para darle a la masa los tintes de salinidad que necesita.
Siempre me tacharon de bicho raro en el pueblo, y para qué llevarles las contraria ¿no? Mis rarezas me encantan, y a pesar de que aún me sigue sorprendiendo esa falta de sensibilidad por parte de unos vecinos odiosos, he querido obsequiarlos con este talento innato que no han sabido apreciar. Desde que decidí darle un vuelco al negocio familiar toda la comunidad cambió. La fama que he ido ganando con mis panes ha contribuido a esa mirada tolerante. Pero yo no me olvido. Y sé que en el fondo siguen subestimando a este pelele. Lo leo en sus ojos y en sus falsas sonrisas.
Faltan unas horas, y me volverán a adorar. Será mi momento de gloria. Luego pasaré a formar parte, otra vez, de ese ostracismo castigador al que me empujan con la indiferencia. Sigo siendo el paria de este maldito pueblo, aunque delante de los focos simulen ser vecinos ejemplares y condescendientes con el mejor panadero de los últimos tiempos.
Vuestra asquerosa adulación es directamente proporcional a los ingredientes secretos que atesoro con el más férreo silencio, a punto de caducar.
La luz roja del horno se enciende. El proceso de incineración ha llegado a su fin.
Pillar a alguien con las manos en la masa está sobrevalorado. No os daré jamás ese placer.
Que este vídeo sea testigo, confidente y detonador del mayor escándalo.
Dentro de veinticuatro horas se subirá a todas las redes sociales de este popular obrador; después de que os hayáis hartado a comer y os sintáis con dolor de tripa por exceso de gula.
¡Que os aproveche, cabrones!
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