EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

Mi madre nos preparaba un vaso de leche calentito antes de ir al colegio y nos daba un bollo para migarlo con la leche. 

Al mediodía en el almuerzo siempre había pan en la mesa, éramos ocho para comer, casi todos los días teníamos cuchareo con bastante caldo y recuerdo cómo mojábamos pan hasta rebañar el plato. 

Por la tarde, cuando veníamos del colegio, para merendar, nos daba medio bollo, le quitaba las migas, hacía un hueco y echaba aceite con azúcar, otras veces, cuando tenía para más, nos ponía chocolate.

Recuerdo la insistencia de mi madre para que comiéramos pan, era el pan nuestro de cada día. La razón era evidente, cuanto más pan comíamos más se llenaba la tripa y menos hambre pasábamos, así aguantábamos hasta la noche.

En la cena ya era diferente, los platos no eran de cuchareo, teníamos huevos fritos con patatas, pescado o filetes de pollo, pero el pan tampoco faltaba, había que mojar en la yema del huevo, para mí era una fiesta mojar y luego rebañar, era la costumbre.

El pan, en mi niñez era un elemento fundamental para la alimentación, solo había tres o cuatro variedades a saber, bollo pequeño, bollo grande, telera, pulguitas, pan de bocadillos, molletes, etc…, me acuerdo porque en los meses de verano, trabajaba con el panadero del barrio ayudándole con el reparto del pan, el venía de un pueblo y lo repartía casa por casa, yo iba con un triciclo lleno de pan y repartía por el barrio.

Tengo muy buen recuerdo de esos momentos, el olor y el sabor del pan calentito recién hecho me ayudaba a realizar mi tarea de reparto, tenía mucha clientela, todas fieles al pan nuestro (suyo) de cada día.

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