Gracias por el…cenicero.

Gracias por el…cenicero.

Lino

19/06/2024

Mientras muchos compañeros del colegio se iban de excursión a un parque acuático, yo hice una visita a una fábrica de pan de mi barrio. La cosa fue así. Mandaron una nota a todos los padres pidiendo dinero para el parque acuático, los míos no dieron nada, y me fui a ver como crecía un bollo en un horno. Darte cuenta de que eres pobre con once años no es agradable, pero hubiera preferido tener conocimiento de ello y quedarme en casa abanicándome con mi abuela, a irme a finales de junio con los demás pobres del barrio a una maravillosa fábrica de pan. No podía creerlo. Si llega a ser invierno, los niños de padres con dinero hubieran ido a una fábrica de edredones nórdicos, por poner un ejemplo, un lugar amable y calentito, y los de padres pobres de visita a una fábrica de cubitos de hielo. No sé si hubo algo de maldad en esa decisión, porque el director de mi colegio era un personaje bastante peculiar, de esas personas serias de la época, que iban a la iglesia los domingos con su familia, le gustaba gastar bromas pesadas y mirarles el culo a las alumnas. Ni siquiera tuvimos que montarnos en un autobús, la fábrica estaba tan cerca del colegio que fuimos andando. Recuerdo que por el camino iba pensando: “Esto debe de ser una pesadilla, no solo soy pobre, sino que encima me pasean por el barrio para que todos los demás lo sepan”. El no tener dinero de mis padres me estaba destrozando el día. Ahora puede parecer gracioso, pero iba muy cabreado con ellos, como si estar tiesos fuera su culpa, como si fuera su elección, pero en fin, hablamos de un niño de once años con la «inteligencia» de un niño de once años.

Cuando entramos en la fábrica nos dieron una botella de agua y un trozo de masa de pan sin cocer. La botella de agua era para mantenernos con vida, porque os puedo asegurar que allí dentro hacía por lo menos doscientos grados más que en el parque acuático. Y la masa de pan sin cocer era para que le diéramos forma. Encima había que hacer manualidades, el día no mejoraba. Me hubiera conformado con el agua y un trozo de pan ya cocido, pero no, había que participar y amasar aquello un poco, acercarse al caluroso horno, poniendo en riesgo nuestras vidas de niños pobres, y colocarla en una bandeja, para que luego un trabajador con cara de estar pasándolo peor que nosotros, la empujara dentro de esa boca del infierno. Supongo que en invierno ese trabajo sería un poco más agradable, pero…

Quiero aclarar, que si no llega a ser porque algunos profesores y otros tantos padres, sin dinero todos ellos, estaban allí acompañándonos, ya os podéis hacer una idea de cuáles hubieran sido las formas de los panes que hubiéramos hecho, corazones y pollas. Pero en aquella época los profesores y los padres tenían el mismo derecho y el poder de meterte un guantazo sin rendir cuentas a nadie, por lo que decidimos hacer figuras que nos alejaran de las bofetadas. Yo intenté hacer un pan con la forma de un billete de diez mil pesetas, se lo pensaba regalar a mi madre para que aprendiera.

No sé cuanto duró la “excursión”, posiblemente no fuera más de un par de horas, pero salí de allí como un preso al que le acaban de dar la libertad. Llegué a mi casa empapado en sudor, cabreado con mis padres por ser pobres, y con un trozo de pan muy tostado e irreconocible. Se lo di a mi abuela para que se lo diese a mi madre, porque no pensaba hablar nunca más con esa señora sin dinero, miró mi regalo con extrañeza y me dio las gracias por el cenicero. Aquel día solo podía mejorar si me enteraba de que alguno de los niños que los había ido al parque acuático, o el director que también estaba allí, seguro que sin quitarle ojo a las niñas, había sufrido un corte de digestión o una insolación.

A día de hoy no sé qué querían que aprenderíamos en la fábrica, pero yo descubrí que no quería trabajar en una, ya fuera de pan o de cemento. Verle la cara a ese trabajador me valió para darme cuenta de lo que NO quería hacer en mi vida, ese hombre estaba muerto, pero no lo sabía y seguía metiendo pan en el horno día tras día. Creo que es imposible estar bien en una nave rodeado de ruido de máquinas.

Y ya, para concluir, diré que me gusta el pan, pero hace tiempo que me alimento con algo que tiene el aspecto de pan, pero curiosamente no es pan. Algo barato para las masas, pero sin masa, algo que no cruje como el pan, que no huele a pan y que no tiene las propiedades del pan. Incluso algunas panaderías de «toda la vida» se han pasado al lado oscuro, al dinero fácil, a vender ese engrudo medio cocido a precio de pan. Siempre ha sido complicado ir contra el sistema. Y si por casualidad encuentro una panadería que no se ha vendido y aún hace pan de “verdad”, me sale más caro una hogaza que lo que me vaya a comer con ella. El pan auténtico empieza a ser un artículo de lujo, un producto de primera necesidad que se me aleja de la mesa.

Votación a partir del 02/09

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS