En el silencio de la madrugada, la masa reposa en silencio y calma, la harina y el agua, son el sustento sagrado, que espera su cambio con virtual encanto.
El panadero se prepara cada mañana, para hacer el milagro
cuando el sol apenas despierta, un señor
con alma sana comienza junto al horno, con las manos en la masa.
En las madrugadas de verano se amasa el pan con sudor y calma,
la masa reposa con quietud, la harina y el agua, en paz sagrada,
esperan su cambio cada madrugada.
El arte del pan siempre fue un oficio ya milenario, se trabaja en gestos y mucho amor,
con levadura y tiempo, el sacrificio, se ve pronto en cada hogaza, hay un poco de vida.
En el horno, llega la magia, el calor transforma la masa, y la desboca en aroma y formas, el pan crece y crece, para después poder llenar de vida casas llenas de familias .
El pan es esperanza y el sustento para todos, es la unión de los pueblos, es el símbolo que alcanzan las almas, y el cuerpo es trabajo, y entrega de un amor fiel.
Cada miga cuenta una historia, de jornadas largas y sueños cortos,
de manos curtidas de memoria, de familias abuelos y nietos pequeños.
El pan de centeno, oscuro y fuerte,
el de trigo, dorado y suave, cada uno, en su forma, nos advierte,
de la diversidad que ofrecen algunos panaderos que el mundo conoce.
El pan compartido en la mesa, en la cena o en la comida, es signo de paz y armonía, de promesas, de una existencia viva.
Desde el humilde pan de pita, hasta el crujiente baguette francés, todos los panes, en su cuita,
hablan de humanidad a través de su olor.
El pan en las bodas, en las fiestas, en cada celebración y en cada rito, nos recuerda que en nuestras cestas,
lleva la vida en su infinito.
Así, en cada bocado hallamos, no solo el sustento del cuerpo,
sino también el lazo que forjamos
con aquellos a quienes amamos.
El pan, humilde en su grandeza, nos enseña a valorar lo sencillo,
a encontrar en la simpleza, el más puro y noble brillo.
En la corteza dorada y crujiente, en la miga tierna y fragante,
hallamos un hogar presente, en cada sabor, en cada casa.
Por eso, al romper el pan con las manos,
repartirlo y compartirlo en paz y con los sentidos, elevamos nuestros corazones con el pan unidos.
El pan es más que un alimento, es el poema que escribimos juntos,
es el eco de un sentimiento, que nos mantiene y atraviesa a todos unidos.
Por eso, en cada horno encendido, y en cada amanecer tempranero,
renace el milagro querido, de nuestros amigos los panaderos.
El pan, símbolo de lo eterno, que en su sencillez nos lleva al cielo, nos invita a un banquete tierno, y donde el amor es recién hecho.
Así, con respeto y con cariño, honramos el pan cada día, pues en su esencia llevamos el niño, que tiene esperanza y con el alma confía.
En cada miga hay una historia, en cada hogaza, un pedazo de sol, y en su sabor, la memoria, de la vida en su esplendor.
Oh, pan bendito de la tierra, que en nuestras mesas siempre estés,
y que tu presencia nunca cese, en nuestro hogar y en cada ser.
Este poema es un homenaje al pan, al panadero y su labor,
que en cada bocado nos da placer, y en
cada aroma, puro amor.
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