El pan acompaño batallas sangrientas, orgias con vino, pintores hambrientos, monjes compungidos, ancestros que trabajaban la tierra, reyes despiadados, viajeros que existen desde siempre. Nos vio venerando mil dioses y también solo uno. Acompaño nuevas eras, nuevas formas de comercio. Viajo a pie, a caballo, en carreta, en los primeros autos. Viajo en balsas, en barcos. Vio pirámides en construcción, edificios modernos. Fue amasado por madres resignadas, por cantineros feos, por esclavos para sus amos, por esclavos para sus hijos. Fue hecho en casas escasas, en castillos ostentosos. Fue primero una pasta, una galleta dura, un fermento que sorprendió a una civilización.

Que noble el pan, que no entiende de religiones. Que alimenta a judíos ortodoxos, a católicos y budistas. Nos vio caminar por el mundo desnudos, envueltos en cuero, vestidos de seda. El pan sigue viajando. A veces más húmedo, más dulce, más suave o crocante. A veces acompaña guisos y a veces quesos finos y vinos. Nos mira desde mil vidrieras, nos escucha las penas. Nos deja amasarlo aún cuando estamos enojados, apenados, tristes. Y es capaz de llevarse toda la angustia para convertirla en miga. 

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