Me despierto, con esa rara sensación de los sueños muy vívidos, tanto que incluso podía oler la harina en mis manos. Me las huelo. Recapacitas, no, está sonando el despertador, y es martes, vaya, mi peor día de la semana para madrugar sin ganas. Recuerdo ese olor…, levadura, sal, centeno…

—Eh, que te quedas dormida poniéndote los calcetines— dice tu compañero de cama y de hipoteca.

—He tenido un sueño muy real.

—Ah, sí, ¿sobre qué?

Buena pregunta, —no tengo ni idea—respondo, —espera, sí, mis manos enharinadas. Mi compañero me ignora mientras se afeita. Sí qué simpleza, pienso, pero haberlo descubierto inesperadamente me produce mucha alegría, y me levanto dispuesta a afrontar la rutina.

El desayuno me desconcierta: el pan tostado me sabe soso pero el café me abruma por su intensidad. Me ducho, el gel de avena no logra reprimir el aroma de unos cereales que no sé dónde están, pero que lejos de disgustarme me llenan de confianza.

Me visto, me miro en el espejo y me sonrío, ¡parezco una campesina de «la Casa de la Pradera» con mi falda larga y la camisa de batista. Me río y río hasta que mi pareja aparece enfurruñada en la puerta de la habitación

—¿Hoy tienes fiesta de disfraces?

Sin embargo no me enfado, me parece sumamente divertida su cara de agobio.

—Anda, vámonos.

Al llegar al trabajo me cuesta recordar mi contraseña de inicio del ordenador: 6547n3? 6457n3? No, n356747… uf, el despacho huele tanto a papel sucio que no logro concentrarme. Dejo que mi mente vuele: sal, sal, pan dorado, harina en el suelo, n3z65… entro en el sistema.

10:30, segundo desayuno, menos mal, las tripas me suenan sin melodía, melodía… silbidos… —sí, recuerdo unos silbidos—comento en alto.

—¿Ah sí?, ¿has pasado por alguna obra recientemente?—, mi compañera me devuelve a la realidad con una sonrisa, y de repente mis tripas suenan alegremente.

—Me comería un pan de centeno calentito… me percato de que vuelvo a hablar en alto.

El té me sabe demasiado dulce y la mantequilla demasiado suave, es como si mi paladar no reconociera esos sabores. Y mientras voy pensándolo salimos de la cafetería y me despido con un «Auf Wiedersehen!»

—Pues chica, sí que estás rara hoy—comenta mi compañera.

El resto de día continua con su habitual aburrimiento, hasta que a las 4 nos otorgan la libertad, salida para consumir, transportarnos o, simplemente, seguir aburriéndonos.

Son las 9 y mi compañero retorna a este supuesto hogar.

—He preparado unas salchichas y puré de patata para cenar.

—Perfecto—me responde, y ya no volvemos a hablar hasta −¿qué canal quieres ver?−

Por alguna razón le miro y por un segundo no le reconozco.

—Me voy a la cama—informo.

Como leo el mismo párrafo cuatro veces decido dejar la lectura y apago la luz. Cuando pienso que no podré dormirme, caigo directa en la inconsciencia.

Me despierto confusa porque no he oído el despertador, pero unos silbidos muy familiares me llegan desde lejos y alguien menciona mi nombre en alto. Cierro los ojos otra vez, no es posible que haya pasado ya la noche, estoy agotada. Mi compañero me comienza a acariciar trayéndome una amalgama de olores a cereales y frutos secos.

Una parte de mí comienza a recordar un sueño, sí, había mucha luz, mucho blanco, creo que eran ¿papeles?, ¿qué son “papeles”?, no sé, es confuso, pero el recuerdo del sueño empieza a alejarse y el olor al centeno me invade. “Guten Morgen, meine Liebe*” dice mi compañero con las manos cubiertas de harina. Yo abro los ojos, y sonrío muy feliz.

—He tenido un sueño muy real—digo.

*Buenos días mi amor (google translator)

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