¡Dame un pan papá!

¡Dame un pan papá!

DiayMar

09/07/2024

Hoy retomo mis pasos cual “amortajada”, buscando ¡tal vez! Una forma de redimir mis actos. En esta ciudad oscura repleta de sombras, puedo vislumbrar a lo lejos un rayo de luz; para ti querido lector de mis tragedias, quiero presentarme como Jhoani, aunque tuve muchos alias de pandillas.

No puedes imaginarte, como es esta ciudad, en la cual varias de mis victimas me vigilan desde las esquinas, pero tengo mucha curiosidad de esta leve luz, ya cerca, puedo presenciar que es una panadería, ¡así que!, así termina mi final, con el leve recuerdo de mi pequeña infancia.  Que irónica es la vida, unos nacen como hijos de panaderos y otros como los pordioseros que imploran un bocado de pan duro. 

¡Una panadería vaya! Quién lo diría, así que, de esta forma termina mi recorrido, para acercarme a un más a las almas en pena que me esperan para mi juicio. Pero antes, quisiera contarte porque es tan importante esta panadería y sus manjares. Tuve un padre, a diferencia de muchos, un mal padre y sé que, al abrir esta puerta, él me está esperando, para que juntos procedamos al más allá, quien lo diría que nuestro lazo sanguíneo nos seguiría uniendo por toda la eternidad.

Bueno, ¿por dónde iba? Ah sí, mi padre era muy malo y yo el hijo mayor de seis hermanos, mi padre era dueño de una panadería, pero el licor le impedían darnos una buena vida, aunque veíamos tantos manjares como “milhojas” “pasteles” “pan de quesos” “buñuelos” “pandebonos” “tostadas”, no podíamos tomar nada de eso, al contrario, en el sótano de la misma estaba nuestra casa, mi madre trabajaba en aquel lugar sin derecho a sueldo y con maltrato, recuerdo que en su delantal escondía panes viejos para darnos de comer. Una esclava más.

En aquel sótano, se encontraba una puerta de leños, que dirigían hacia la calle, mis hermanas lloraban del hambre, yo les daba agua con sal, parecíamos cerdos dentro de un establo comiendo aguamasa. Un día, mi madre llego con los ojos moreteados y mi padre bajo detrás de ella con un látigo y los tragos encima, me golpeo y a mi hermana la que sigue, a los más pequeños los amenazo con el mismo y los hizo arrinconar; ese día no pude más y me escape por la puerta de leños, corrí hasta el barranco e intente acabar con mi vida lanzándome. Pero se escuchó un silbido y un grito, conjuntamente, ¡eyyy, tú, flaco! ¿qué haces? De un árbol bajo un joven, con un cigarrillo en mano y acercándose a mí, me decía ¡no te lances! Yo puedo ayudarte, fui con él, como un perro callejo busca a su amo, me llevo a una casa, en la cual vi muchos jóvenes como yo, me sentaron a la mesa y creí que eso era tener una familia, me dieron pan caliente con café, las lágrimas bajaban por mi rostro, cuando hube terminado les conté mi vida y cuando terminé, los vi, tomando pistolas y rifles hacia la puerta, eran diez, Tom el que me había recogido del acantilado, me hizo un gesto y me dice ¡vamos capeón, salvemos a tu familia! Desde ese día él fue mi mejor amigo, mi hermano.

Esa noche, rompieron la puerta de leños y salvamos a mi familia, mi padre no se enteró, el licor que llevaba esa noche en la sangre no lo dejo ni despertar. Nos quedamos en el cuartel por un mes, hasta que mi madre pudo regresar a la casa paterna con mis hermanos, yo decidí quedarme. Tom me enseñó a leer y escribir, a empuñar un arma y a conocer las fronteras de las pandillas. En todo el mes solo escuchamos los murmullos del pueblo mencionando que el honorable panadero su mala esposa lo abandono para irse con otro y se llevó a la familia, que hombre tan bueno y tan cordial, siempre, a los buenos les toca las peores mujeres, siempre cuido bien a su familia, pura bazofia de las personas, que se dejan influenciar por las habladurías de los demás. Se me rompían los dientes cuando los escuchaba hablar, quería golpearlos, pero Tom me detenía, mencionando que ellos tendrían su recompensa a su tiempo.

Con mi nueva familia, éramos el  terror del pueblo, no matábamos, solo robábamos y golpeábamos, nada más, a la policía la teníamos comprada. Una mañana bajé a desayunar un delicioso pan de queso con café, al probarlo supe que era de la panadería de mi padre y mordí ese trozo  con tanto deseo y en mi mente solo pude contemplar la expresión “el pan que me negaste, me lo estoy comiendo”. Tom me toco el hombro y me dijo, ¡amigo! ¿Qué tal has dormido hoy? – muy bien (le respondí) – me alegro (dijo él), Mira Jhoani, es que los compañeros han estado hablando conmigo y me han dicho que te hemos aceptado sin el rito de iniciación. – ¿rito de iniciación? (pregunte confundido) – sí, veraz, para entrar debes matar a alguien.

Con esas palabras se me helo la sangre, lo mire fijamente, él se rasco la barbilla, puso su lengua contra su labio inferior, apretó los labios y me dijo, debes hacerlo esta noche, yo le dije, ya lo tengo. Pasada la mañana me arregle, me puse una gabardina, me aplique perfume y lleve unas botellas de licor, en la panadería estaban cerrando, abrí la puerta y desde el mostrador estaba mi padre de espaldas mencionando que ya estaba cerrado. Le grite ¡Papá he regresado!, él feliz salió a abrazarme, me invito a que nos sentáramos en una de las mesas, me trajo un pan caliente, lo mire con rabia y desprecio, aquel me supo a estiércol. Papá te he traído las cervezas que tanto te gustan él me respondió que ya no bebía, después de narrarme su patética vida de reflexión estos últimos seis años, en mi mente solo se proyectaba el odio, le metí a la boca una cerveza y luego él no pudo parar, se las bebió todas, mientras llegaba a su elevación de embriaguez le dije, fuiste un mal padre y él con tono brusco respondió ¡sí y qué! Mientras seguía bebiendo, nos maltratasteis – si y lo disfrutaba, nos estabas matando de hambre- sí, eran mis ganancias y ustedes una carga. Para despedirme querido lector, le dije, pero a pesar de todo eres mi padre, por favor dame un pan. 

Se levantó de la mesa, fue al mostrador, lo tomo y me lo lanzo a los pies, – ¡toma, hay lo tienes! Lo levante con delicadeza y lo metí al bolsillo de la gabardina, me acerque hacia él y le di un abrazo, le dije, gracias papá, por motivarme aún más hacer esto, tome el pan y lo puse en la espalda al igual que un pequeño revolver, le di seis tiros, por los años de penuria que nos generó, ya se imaginarán el escándalo en el pueblo al otro día. Ahora me ves aquí amigo lector, en el final de mi trayecto, a las puertas de la panadería, en donde veo aquel hombre limpiando eternamente su sangre manchada en las vitrinas y ahora yo, a la espera de mi castigo. Fin.

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