Para sincerarme un poco, el pan ha sido durante mis 30 años de vida un alimento esencial; el pan no me hizo crecer, tampoco me fortaleció en momentos de tristeza, ni tampoco me contuvo en momentos de desesperación, y no, porque cabe decir que el pan no es para eso, si hay alimentos que consuelan o llenan de esperanza, el pan precisamente no es uno de ellos, el pan tampoco me abrazó un día por la mañana, la forma del pan no es apta para un abrazo humano, ni me consoló un día al llegar por la noche, porque el pan, bueno, no es precisamente algo que entienda lo que nos pasa a los seres humanos, es algo inerte sin vida, que esta aquí desde que yo tengo el uso de la razón, el pan no me vio crecer, desde su perspectiva en un rincón de la mesa, o enfriándose en la ventana, o por ahí comido hasta la mitad en algún rincón de la casa. El pan no fue mi asistente cuando abrí mi oficina, ni me decoró las paredes cuando me mudé de la casa; y bueno el pan no cae del cielo, aunque debería ya a estas alturas de la vida. Entenderán que desde que nos mudamos a la luna el pan es escaso, es una odisea que la harina llegue a la estación espacial, y recogerlo es otra odisea, muchas veces nos trasladamos en las naves que nos pasó el gobierno a nuestra llegada, y otras vamos a pie, aunque nos demoramos un par de días, porque visitamos gente en el camino, y así ahorramos también la escasa gasolina para la pequeña nave, y es que la civilización como se le conoce no se traslado en su totalidad al territorio lunar, y bueno, no podemos culparlos, porque la tierra aún es un lugar habitable, y solo unos cuantos valientes no teníamos casa para poder habitarla; y escogimos este tenebroso plan gubernamental para vivir aquí, creo que una de las cosas que mas extrañamos: son las esenciales. las que están descritas en el espíritu, y en el alma, los sentimientos justos, y las emociones precisas que en su justa medida nos definen a todos los seres humanos, desde aquí arriba cuando podemos, miramos la esfera azul, plagada de símbolos, dogmas, protocolos, en esa tierra azul habían cosas como el destino, y propósitos, y quizás por ello, nos limitamos; la pequeña población que habita la luna en seguir de la misma forma lo que nos queda de vida, pero algo tan simple como eso, a veces es en vano en el vasto y solitario universo que nos rodea. Cuando llegamos a la central lunar la harina se vende a un precio elevado, quizás las cosas mejoraran pronto, dicen algunos, aunque otros con un mayor grado de pesimismo tiran todas las esperanzas a la basura diciendo que solamente es una carga pesada y que esperan que ninguna cosa mejore, que nada salga bien, y mantienen la vista al frente  con una leve sonrisa, con una leve mueca de satisfacción, y procuran que nada les entregue una grata satisfacción; mal que mal llevamos diez años en la luna, y no podemos quejarnos mas de lo que ya lo hemos hecho. Volver a la tierra costaría una fortuna, pero querido lector, no me desconcentraré en ambigüedades para explicarles como comemos el pan en nuestra nueva morada, debido a que tenemos un horno pequeño como esos de las casa de campo en la tierra, y caben desde 5 a 7 panes bien moldeados, podemos elaborar los primeros, comer y mientras tanto elaborar los demás, por lo general llegamos hacer 21 con una contextura idónea para considerarse una porción, la cual puede dejarte con apetito para otra porción, o ser lo suficiente para la comida de la noche. Lo preparamos entre todos, aunque yo como dueño de casa colaboro menos en la elaboración, pero si en la repartición, y en la distribución en la mesa de las cosas para comer el pan,  aún no tenemos un nombre para la hora de la comida en la noche, porque no hay noche, aunque nos guiamos por el horario de la tierra, y por lo general a alguno se le escapa que es la cena, yo prefiero llamarle la hora de comer. 

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