La escultura de pan

La escultura de pan

Ruben Landi

16/06/2024

Desde muy niño, había notado que cada vez que traían el pan a la mesa, las personas parecían hallar la felicidad. Así como se ve, mis abuelos, mis padres y hermanos entraban en lo que para mí era una especie de trance, porque hablaban como cantando, sus voces se traducían en notas musicales, y mientras lo hacían, estoy seguro de haberlos visto bailar mientras saboreaban el manjar. Los encuentros de degustación, se volvían una fiesta de relatos donde la familia se hacía cada vez más unida,

Luego venían todas las cosas que podían hacer con el pan, desde rellenarlo con todo lo que encontraran en el refrigerador, mermeladas, manteca, queso, jamón; o remojarlo en leche para hacer el exquisito budín de pan que todos celebrábamos.

Yo, mientras tanto, había adquirido la costumbre de tomar pedacitos de miga que atesoraba en los bolsillos del pantalón para la hora de la siesta que detestaba. Si había algo que me aburría eran esas horas de silencio y soledad en que la familia parecía disfrutar del descanso luego del almuerzo, hasta un día en que me encontré moviendo los dedos, amasando y dando forma al bollito de miga y ahí sí comenzó mi deleite de escultor. Las primeras figuras eran bastante primitivas, un perro o un gato que mas bien parecían osos, para luego ir perfeccionando mi arte hacia formatos más sofisticados. Recuerdo que a los diez años, ya había logrado crear un castillo, un unicornio y hasta un ramo de flores siempre con esas migas robadas de la mesa familiar.

Por mi edad, no había advertido que la materia prima de mis obras tenía fecha de vencimiento y la fila de personajes iba cambiando de color y adquiría unas manchitas verdosas. Cuando las descubrió mi madre, quiso hacer limpieza mientras me daba un sermón, quedando muy sorprendida ante mi reacción desmedida de arrodillarme y pedirle ¡Por todos los santos y por sus maravillosas creencias que no las borrara de mi existencia, que perdería sentido esta vez para siempre! También tenía dotes de actor, según pude darme cuenta más adelante.

Por suerte le causó risa mi puesta en escena y me lo dejó pasar con la condición de que las colocara en un lugar del patio de la casa, y eso agregó un valor a mi trabajo porque pude disponer de mi propio taller desde entonces. No importaba si hacía frío o calor, hubiera sol o lloviera, siempre que regresaba de la escuela, me encontraban en ese lugarcito destinado a mis obras, amasando cada trocito para unirlos con las fuerza de mis manos de niño y mucha precisión porque cada vez iba perfeccionando los detalles, hasta darles la forma que yo había decidido otorgarle. Mi hermanos dejaron de reírse de mi porque ahora había pasado a ser el innovador y artista de la familia.

Fue sanadora aquella aventura, dejé de sufrir las penas del asma y la tartamudez que me aquejaban desde siempre y que obstaculizaban tanto mis avances académicos, porque muchas veces faltaba a la escuela por los ataques: y los problemas del habla me ganaban las burlas de mis compañeros, que no me dejaban pasar ninguna.

Años más tarde, cuando mis oficio de escultor se hizo reconocido en mi país y pude ganar galardones siendo considerado una promesa en representación del mismo en otros lugares del mundo, valoré muchísimo las anécdotas de mis comienzos porque no solo me llevaron a descubrir mi interés por el arte de esculpir sino que la materia prima de mis primeras obras, había sido nada menos que ese pan, el alimento diario más la creatividad y la intuición de un pequeño niño aburrido, lo que pasó a ser una leyenda en mi familia.

Hoy, residiendo lejos de mis orígenes en la pequeña ciudad estos recuerdos de afectos reunidos alrededor del noble alimento, son mi sostén anímico en cada paso que doy.

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