Su pasatiempo favorito era estar con sus abuelos los fines de semana. Era un niño muy consentido esto porque fue criado por ellos.

Cuando el llegaba a la casa de sus abuelos, se pegaba a la persona que más amaba, su abuela. Quien le prepaba un rico café, pero sobre todo lo que más amaba era untar el pan en el. No podía tomar café sin pan, no era lo mismo. Lo regañaban porque obviamente no era muy untar el pan sobre todo. Incluso lo hacía con el té.

Su abuelo era un persona de honir, aunque era carpintero, su valía como hombre era igual o superior al de un militar con sus insignias. Para David, era un sueño ser como él. Una persona sociable, querida por muchos, humilde pero sobretodo cariñoso. 

Érase una vez, David un niño muy callado, disfrutaba el silencio y muy cariñoso. Anhelaba ser su abuelo por eso trabajaba con el en la carpintería. Después de un arduo trabajo, o eso es lo que creía David, la abuela llamaba a la mesa. Era su momento favorito, el mismo decía su mítica frase. Sin pan, no hay paraíso. 

Regresaba a su casa, era muy tarde, su mamá llegaba para retirarle. Se despidió triste pero sabía que a la otra semana llegaría. Y prometió a su abuelita siempre visitarla los fines de semanas. La abuela muy contenta, también dijo que estaría siempre con el. 

Per algo cambio desde ese día, pero poco a poco, con el pasar de los años, David perdía interés y se iba olvidando de sus raíces. Ese niño el cual pasaba todos los días con su abuelita, ese niño que trabajaba porque quería ser como su abuelo, ese niño que amaba el pan se había ido de alguna manera, podríamos culpar a la adolescencia, pero después de eso David no llamaba, nni tampoco contestaba, solamente los visitaba cuando era un día festivo. Sus abuelos muy tristes, fueron envejeciendo, y con más canas en el cabello, cosecharon las enfermedades que cultivaron en su juventud. David olvido quien era, porque solamente dejar de untar un pan, era dejar aún lado a su niño interior. Sufrió problemas psicológicos, era retraído, poco sociable, pero inseguro. Se encerrada en su cuarto todos los días después de clase. Y de alguna forma con el pasar de los años, ese niño se convirtió en un joven.

David consternado vio su vida entre sus ojos, no podía creerlo. Pero tenía todo el tiempo para ser mejor, y se dio cuenta de la falta que hacía sus abuelos. Su infancia. 

Rapidamente, tomó el carro de su madre, y llegó. Se reunió con sus abuelos, sus padres, un viernes por la noche, paso el fin de semana en su casa.  Eso pensó que sucedería pero durante su estadía ellos colapsaron. La vejez tocó la puerta. Las manos de la abuela dejaron de temblar, el abuelo a dejado de empuñar una clavilladora, estaban en una cama cuando David los encontró. 

David se derrumbó en lágrimas, no podía creerlo, llego tarde, 10 años tarde. 

Miro al techo, los policías pasaron de el y se fueron, y vio un techo hecho por su abuelo, recordó que lo ayudó a construirlo. Y se empezó a lamentar porque no dijo que los amaba. 

Bajo a la cocína, y vio una tasa de café caliente sobre la mesa, en el centro una funda de pan de un dólar, con su pan favorito. Era el último regalo que le entrego sus abuelos. 

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