Correteo por el jardín viendo a los niños jugar.
Les llamo, «niños es hora de merienda».
El pan tierno, la mermelada, las frutas.
El olor de pan recién hecho, que me traslada a mí infancia, a mí lejana tierra, al jardín de mil secretos.
Es el aroma de mil recuerdos, de una bella infancia.
Veo a los niños correteando por el jardín y les llamo: » Niños es la hora de la merienda», no parecen escuchar, los juegos son más divertidos.
Y mientras repito la misma frase, me detengo un instante recordando mi jardín, aquellos panecillos que hacía la abuela, que olían a gloria y sabían aún mejor.
Me siento feliz, pero vuelvo a mí realidad, a mis niños, a los panes recién hechos, a su aroma que se mezcla con el aroma de las flores del jardín.
Al fin los niños se sientan para su merienda, veo sus miradas felices, sus sonrisas tiernas y vuelven otra vez a mí, recuerdos de una infancia ya muy lejana, de los panecillos de la abuela con sabor a gloria y olor a flores.
Siento una profunda alegría, que se mezcla con una nostalgia lejana.
Despierto y veo a los niños comer con placer, saborear ese pan tierno, hecho con amor y horas de duro trabajo y me siento con ellos, me como yo también un panecillo y vuelvo a ser por un instante la niña de antaño.
Saboreo con placer lentamente y disfruto de las risas de los niños, de su inocencia y vuelvo por un instante a la ilusión primera del panecillo tierno de la abuela…
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