Primeramente se  tomarán  trozos de masa de unos 300 gramos, se formarán  bolas y sobre ella se pondrán unas tiras de masa que simularán los huesos de una calavera, luego  se pintarán con una mezcla de huevos batidos y azúcar blanca. Seguidamente se meterán al horno de leña y se esperará a que se cocinen mientras se escucha música ranchera y se bebe un buen mezcal.

Con éstas instrucciones, don Antonio Rosales se disponía a elaborar el mejor pan de muerto de Guadalajara.

La extraña fiesta mexicana de cada 1 de Noviembre estaba ahí nomás y había que estar listo para cuando la clientela llegara a su panadería por el pan ofrenda, ese que se ponía en un altar casero lleno de comida,  velas , fotos del difunto y guirnaldas.

Las manos huesudas del panadero revoleaban la masa  dulce y mantecosa hasta formar un bollo lustroso que olía a azahares.

Nunca olvidaría el día que el mismísimo mayordomo de Porfirio Díaz llegó a comprar su pan. No se lo cobró ya que el solo hecho de que el presidente de la República quisiera honrar a sus difuntos con su pan  era suficiente paga.

No había sido fácil empezar de tan abajo, no señor. 

Siendo muy pequeño supo muy bien lo que significaba pasar hambre. 

Era el mayor de nueve hermanos y el menor en la panadería que le habían empleado después de llorar y rogar al patrón por un pan para su casa a cambio de hacer lo que fuera. Al hombre le partió el alma así que le dió trabajo porque había mucha chamba ya que estaba próximo el día de muertos.

El escuálido niño corría de un lado a otro llevando sacos de harina, limpiando bandejas o pesando las masas .

Robó oficio y ganó respeto, mientras se le vinieron los años,  se le fue doblando el lomo y apagándose los ojos .

Mientras boleaba las pequeñas pelotas de masa,  solía recordar las madrugadas eternas junto al horno, oyendo a los panaderos viejos contar historias sobre aparecidos que llegaban por esas fechas a compartir con los vivos la única fiesta que les era permitido volver. A él no le daba miedo, a nadie se lo daba pues ese era un día de festejos y música, donde la muerte se hacía la viva mostrando su lado inocente en los rostros de las muchachas pintadas como Catrinas.

Solamente una vez quiso plantarle cara ; cuando un malandro borracho clavó un puñal en el pecho de su madre,  en el mercado, por robarle la plata que traía para el gasto.

Así que el niño se hizo hombre a fuerza de sufrimiento y creció como crecen las mezclas de harina, agua y levadura trabajadas hasta el cansancio.

Cansancio que lo venció cuando un dolor insoportable en el pecho le hizo apretar los dientes  mientras desde la puerta del negocio  le sonreía una calaca burlona.

 Años después, cada 1 de Noviembre, un muchacho que se le parecía mucho, buscaba el mejor lugar para poner un altar lleno de panes, mezcal y la foto de un panadero sonriente junto al viejo horno a leña .


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