Sueños de harina y agua

Sueños de harina y agua

Neecrom

16/06/2024

El piso crujía al son de mis pasos lanzando migajas a mis pies. Nuevamente soñaba con el pan, no era extraño, después de todo no hacía nada más que pensar en él y en cocinarlo.

Esta noche estaba sobre un viejo planeta de no más de dos metros de diámetro, flotaba sobre el espacio interminablemente oscuro, y pintado sobre este, pequeños cristales de sal brillaban con la misma intensidad de su sabor.

No tuve tiempo para disfrutar de la vista, mis manos temblaban calientes, repetían el movimiento de amasar en el aire como un adicto rasca su nariz deseando encontrar restos de su alivio.

Desespero de mis manos desiertas, doy un paso en falso y comienzo a caer.

Caigo infinito desvelando fantasías y pesadillas, otros planetas cruzan a mis costados, desde el primer pan que hornee, salado y quemado, hasta el último, tiene forma de estrella y una luna de corazón, estaba sabroso. Veo los futuros, saben a ajo, queso, chocolate, betarraga, hasta gomitas con lechuga; cualquier cosa que me haga sentir distinto al anterior.

Incluso ahora, mis manos continúan moviéndose solas, amasan el aire que golpea fuerte mi caer. No puedo evitarlo, sé que si me detengo no volveré a hornear, odiaría ver los platos de todos repletos de dicha mientras mi boca gotea frente a una mesa vacía.

Lo que recuerdo de esos días es ese hambre, me apretaba el cuello, me nublaba la vista, me rasgaba los antebrazos hasta saciar leche y miel. Pero ahora el hambre es temor, miedo de un día en que el pan no sea suficiente, que no importe cuanto me hinche el estómago este no se llene.

Puedo verlo, aun en momentos como este puedo sentirlo, cayendo rodeado de todo mi potencial expedito.

Puedo verlos a ellos también, aquel pan que hace el panadero nato, o el que nació con la masa en la mano. El mío nunca será así de crujiente ni de exquisito. También los veo a todos ellos, cientos, miles y millones de hombres, mujeres y niños haciendo pan a escondidas del mundo en un encierro involuntario; nunca alimentarán al pobre ni al corrupto, y por ello, los veo cada día abandonar la cocina optando por el hambre. Finalmente, por las rendijas de las ventanas del comedor observó a quienes no les importa, gustan del pan como el pan ama el acompañamiento, les llena de carácter, propósito y felicidad con solo sentir el olor o el calor del horno en sus manos. No les entiendo.

Lo odio, como no odiarlo, cada vez que entro a la cocina temo a la sal, la harina y la levadura, cuando cocino me siento fatigado, ansioso y decepcionado sin importar que tan precioso sea el resultado. No me acostumbro a quemarme las manos, tampoco a terminar agotado luego de amasar cada día, pero fueron ellos, fueron ellos quienes me dijeron que debía amasar cada día sin importar como me encontrara. Lo hice, heme aquí, cayendo en los finitos placeres de la gastronomía, los mismos placeres que ellos nombran mientras ocupan sus sueños rotos en cada preparación. Estoy horrorizado de un futuro en que mi pan mejore y mejore del mismo modo que el de ellos, usando ingredientes vencidos en un pan que consumo solo. Pero no me puedo detener, no puedo volver a ser la misma persona que antes, hambriento y desolado.

Caigo por fin, doy un sobresalto en la cama que es extinguido por el roce afable de las sábanas. Ahí acostado siento una punzada en el estómago, no me molesta, es solo que pensar en hacerme el desayuno me llena de lágrimas.

Mejor me imagino que me estoy comiendo un delicioso pan sin nada dentro.

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