Amasar los ingredientes del pan popular no es terrenal. Para mí es una acción divina digna de dioses reales. Lo fácil en labrar el pan es ficticio. Tan utópico como comer pan con pan en las tardes oscuras de los inviernos grises de esta Lima, que se agobia entre la desesperanza de sus habitantes y la corrupción entre sus gobernantes elegidos democráticamente en elecciones fraudulentas.

No hay bocado mágico que nos salve del caos.

Amo hacer panes en madrugadas cotidianas.

Soy feliz cuando los vendo baratito en los paraderos donde poquísimos trabajadores apurados saludan agradecidos nuestro esfuerzo en hacer pancitos populares, ricos y sabrosos, con migas nutritivas, y horneados en horno artesanal.

Pocos saben que es cansado y agotador amasar el pan antes de que el gallo cante; y aunque Pedro no nos niegue, a veces, la ingratitud de muchos comensales nos hace sentir como el Cristo que fue crucificado.

Comer pan con pan es un absurdo. 

Un sacrilegio.

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