«RAMBLA, MATE Y BIZCOCHOS»

«RAMBLA, MATE Y BIZCOCHOS»

Del marsellés uruguayo ya les conté en la otra convocatoria. Ahora voy a contarles de los bizcochos uruguayos: los «corasanes» salados de queso y jamón, los «corasanes» rellenos de membrillo o dulce de leche, los  «cuernitos» con grasa, las galletas dulces, las «margaritas»...

Hay también otras variedades, todos con elaboración artesanal realizados en la panadería. Son los que a los uruguayos nos gusta comprar para acompañar el mate.

Y esta historia es uno de los tantos testimonios que se presentaron en el concurso «Rambla, mate y bizcochos» que organizó hace poco el Centro de Industriales Panaderos del Uruguay (CIPU)


Juliana y Luis se conocieron por Internet en una aplicación de citas para personas que buscan pareja. Ella se logueó una tarde que estaba aburrida y quería conversar con alguien para pasar el rato. Él no… él se conectaba desde hacía tiempo y con bastante frecuencia. Quería encontrar pareja. Una pareja estable para formar una familia. Ya tenía 34 años y no encontraba ninguna persona que congeniara con él.

Era uruguayo y aunque también se llamaba Luis, no era ni el futbolista famoso ni el presidente de nuestro país. Cursaba un posgrado universitario al tiempo que trabajaba ocho horas como administrativo en una empresa multinacional. Le quedaba poco tiempo libre para socializar. No le gustaba frecuentar bares ni boliches las noches de los viernes como suelen hacer otras personas.

Aquel domingo de noviembre probó a conectarse una vez más y encontró a Juliana. Su foto, su edad, y su perfil le resultaron atractivos.

Ella era unos meses mayor que él y aclaraba que no tenía pareja. Es más, a pesar de las múltiples decepciones, desengaños y un divorcio no muy reciente, se consideraba sentimentalmente libre. Así que matchearon. Él le mandó un mensaje y ella le contestó. 

Hola, un gusto escribió él. 

Ella se tomó primero unos minutos para ver la foto de Luis y consultar su perfil. ¿Por qué no? pensó… y le contestó: 

¿Cómo vas?¿Todo bien?

Luego vinieron las preguntas típicas: «¿De dónde sos?» «¿Con quién vivís?» «¿Estás solo…o sola?»…

Luis le contó que era futbolero, hincha del carbonero pero que iba poco a la cancha.

 Generalmente voy cuando juega en el Campeón del Siglo. Voy con los muchachos. También con ellos hacemos bicicleta los domingos de mañana. Y después sale asadito siempre.

Juliana le confesó que era manya igual que él, pero que prefería ver los partidos de la celeste en la tele.

 No me los pierdo nunca. Armamos una picadita con las chicas y traemos mate. A veces compramos unos bizcochitos en la «pana» o unas «muzzas» en el bar de la esquina. 

—¿Viste  que siguen citando a Suárez?  le dijo él.

 ¡Y sí! Es uno de los pocos referentes que nos quedan. Valverde y Ugarte van muy bien y Darwin la rompe.


Esa tarde se contaron todo: sus gustos, sus dificultades, sus sueños, sus ambiciones y hasta sus fracasos sentimentales. De esto último hablaron poco. Ambos se propusieron ser positivos y encarar su amistad con optimismo. «Algo mejor, que sea bueno de verdad», se dijeron los dos.

Conversaron hasta tarde y prometieron volver a conectarse para seguir conociéndose.  Juliana le dejó su número de celular para que Luis la agregara a sus contactos. 

Así, en los días siguientes pudieron mantener una charla más privada lejos de la aplicación. Compartieron fotos y videos y hasta conocieron a sus mascotas a través del teléfono.

Pronto decidieron no alargar la situación virtual por más tiempo; ambos temían idealizar o incluso enamorarse de algo que no existía.

El encuentro cara a cara lo sintieron como algo fundamental. Toda química podría diluirse si lo que encontraban en la realidad no tenía nada que ver con ese perfil creado. Y aunque trataron de ser transparentes y sinceros desde un principio, pronto les llegó el momento de juntarse para conocerse en cuerpo y alma.

Ambos vivían en la misma ciudad, en Montevideo, pero en barrios alejados. Ella cerca de la costa y él más próximo a la zona rural del oeste. Así que la rambla montevideana junto al mar, les pareció el lugar ideal.

Dos semanas después de aquel domingo, otra tarde de sol, se citaron en la zona cercana a Punta Carretas, por las canteras del Parque Rodó.

Como buen uruguayo, Luis le ofreció llevar su mate para tomar con ella y Juliana, una bolsa de bizcochos de la panadería de su barrio.

Pero Luis no fue. Solo Juliana llegó con sus corasanes, sus galletones, sus margaritas… sus bizcochos preferidos… los que siempre compraba. Y sentada en el banco de la rambla, esperó. Lo esperó a él, a Luis, al muchacho de Internet.

 Al rato le llegó un mensaje por whatsapp: 
Estoy en otra… me surgió algo, no podré seguir… de verdad, lo siento.

Juliana se sintió vacía por dentro una vez más. ¿Qué hice mal? pensó desolada.

Con los ojos llenos de lágrimas levantó la cara para mirar el mar. Estaba encrespado. La espuma blanca de las olas pegaba en las rocas y luego rompían contra el murallón de piedra. Otra ilusión que moría igual que el sol, que, en ese momento, se escondía en el horizonte de un cielo teñido de rojo.

Los primeros calores del verano sofocaban a los paseantes que buscaban la brisa marina caminando por la rambla. Juliana también sintió el aire fresco en las mejillas. En la otra punta del banco Andrés la miraba. Con su mate amargo y su termo bajo el brazo, contemplaba la bolsa de bizcochos de la chica morocha que estaba a su lado.

¿Querés uno? le dijo ella Son riquísimos. Son de las pocas panaderías que todavía tienen horno a leña…¡Tenés que probarlos!

Andrés aceptó y le ofreció un mate. Ese día conversaron mucho. Se alegraron de haberse conocido.

 Y así comenzó su historia. Una historia más de «rambla, mate y bizcochos» que tuvo final feliz.

Cuando Andrés y Juliana tuvieron la seguridad de que ambos buscaban estabilidad, el cariño, el respeto, los cuidados mutuos y la complicidad se convirtieron en aspectos importantes. Lo cotidiano, el pequeño detalle, fue algo que los dos siempre tuvieron en cuenta.

Entre otras muchas cosas, Juliana supo que los corasanes de queso eran los preferidos de Andrés y él aprendió que en la bolsa de bizcochos siempre tenía que haber dos margaritas con crema para ella.

Las tardes en la rambla se convirtieron pronto en los desayunos con mate y bizcochos de los domingos en casa. Se agregaron otras variedades como las mantequillas rellenas de dulce de leche que compraban cuando venían las amigas de Juliana y las rosquitas con chicharrones que llevaban a los padres de Andrés cuando iban a verlos a su casa en el interior del país.

Tiempo después se casaron y ahora planean tener un hijo. Finalmente, Andrés y Juliana formaron una familia y son muy felices.

Lo merecen ¿verdad? El mate, los bizcochos y la rambla, al igual que el pan marsellés, son parte de nuestra idiosincrasia.

Declaraciones de ALVARO PENA, Presidente del Centro de Industriales Panaderos del Uruguay

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