Sí, sé que soy la Diógenes de cualquier cosa tuya que te sobreviviera. 

Otra vez en mis manos ha latido tu agenda. 

He ido pasando hojas, dejando que mis dedos acariciaran cada línea, se detuvieran un mundo en cada esquina; ya casi no importaba qué decía, era la magia de impregnar mis manos de tu piel y de ir anclando mis huellas en tus pausas. 

He guardado la agenda en tu mochila y me saltó a las manos tu sudadera gris, la que no quita frío, ni es bonita ni es memoria de nadie ni sé qué razón tiene de ser. Pero la he doblado una vez y otra y otra, tratando de convencerme cada vez que había quedado mal doblada. Hasta que se rebeló de mi obsesa locura y se dejó caer sobre mis pies. Las cosas también encuentran la manera de buscar paz, de defenderse. 

Se me han quedado las manos tan llenas de ti que las miraba, abiertas, con su vacío aparente y tanto tú navegando en sus líneas que he sentido una necesidad enfermiza de sacarte de mí, de volverte materia, de hacerte masa.
De hacerte masa.
Sí, de hacerte masa.

Con mis manos de ti he amasado mi pan, lo fui salando con algunas lágrimas que manaban de mí, muy lentas, con la delicadeza de toda pena sosegada… no, no eran lágrimas negras, tenían la transparencia de tu ausencia y se colaban entre las vueltas y dobleces de mi masa.

Mientras la dejaba levar,  dejé que la cocina se envolviera por una música vieja y sin nombre que calentaba el aire y apagaba los quejidos del tiempo malherido.  

En esa pausa,   me sentí pequeña, muy pequeña, con la cabeza refugiada en mis brazos cruzados sobre la mesa sin mantel, mientras escuchaba la voz lejana de mi padre contando historias de hombres chupasangre y tus dedos hacían caracolas en mi pelo. No sé cuánto duró la historia de mi padre ni cuántas caracolas se negaron a eternizarse caracolas. 
Cuando he vuelto a amasar, mis manos se movían como si regalaran paz… y he formado unos cuantos panecillos, pan de desayunar, pan para hacerse nido del tomate más rojo que cuelgue de la rama, pan para vestirse de fiesta de frambuesas, pan para partirlo con las manos y que suene a domingo y a mesa con café y jugo de naranja y ¿agua? sí, también…
Sí, he hecho pan de ti. La casa huele a pan. A horno caliente. A desayuno sin urgencia. Huele a ausencia y a ti. 
La casa huele a pan. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS