(Al pan, pan y al vino, Albino Fernández, criador de Canarios. Esta es una broma familiar que a mí me hace mucha gracia. Y cuanto más la cuento, más graciosa me parece. Igual que el chiste de Eugenio sobre los franceses, que hay que ver como son; porque que al pan le llamen “pain”-con su ortodoxa pronunciación, se diga comose diga-,vale, que al vino (Albino Fernández, criador de Canarios, y es que la vida es redonda, y todo vuelve y tiene sentido) le llamen “van”, vale, ¡pero que al queso, que se ve claramente que es queso, lo llamen “formage”!)
La abuela tiene el pelo oscuro, y no se tiñe. Vetas canas entretejen su melena. “Bájate a Colón y que te den una Viena y un rosco. Y mira bien las vueltas”.

Segovia. Es Navidad. Hay nieve en los tejados, en el suelo un hielo fino cubre los adoquines de granito, que brillan en la mañana. Será un año feliz. Todos los nietos están durmiendo en casa de Doña Sofía, la abuela Sofía. En las camas, las mantas pesan y las sábanas están tan frías que parecen húmedas. En casa de la abuela por la mañana olía a patatas fritas, a torreznos, a churros que ella misma hacía con una manga pastelera que también ella había cosido. El primero el levantarse tiene premio. Superar el frío del gigante cuarto de baño. Recorrer los pasillos helados y, siguiendo el aroma que sale de la cocina, ir al refugio de la abuela que oye la radio y trajina desde muy pronto. Que tiene mucha tarea.

El nieto privilegiado, el elegido, coge las monedas y le lanza escaleras abajo. No tiene edad para salir solo, así es que el reto es bárbaro. No hay consentimiento paterno, ni falta que le hace a la abuela. Buena es ella. Con un poquito de miedo, y cargado de responsabilidad, casi se olvida del abrigo. Repite el mandado mientras trota y se concentra en las vueltas que le tienen que dar.

En la panadería los cristales están tupidos por el vaho. Vacila. Entra y cierra la puerta, que se escapa el gato. El olor. Ese olor que dan la harina y el agua amasados y ya dentro del horno. Ese olor que solo emana de un horno de pan. Que es infantil, ataca a los sentidos, amenaza al estómago vacío. Ese olor que es presagio del deleite, del disfrute. Ese olor que dibuja la imagen del pan ya hecho, aún caliente, con sus cortes en diagonal. “Que no comas el pan caliente que te va a sentar mal”. ¿Pero cómo se puede no comer el pan cuando aún quema? Romper el pico es privilegio del que madruga y es voluntario. Esa miga que es casi líquida, ¿cómo no probar el pan y sentir el crujido de la corteza? ¿Qué te gusta más el pico o la miga? Es que a mí me gusta todo. En ese momento, antes de proceder, el niño trata de educar su voluntad para no ceder a la tentación, para no llegar a casa con el pan empezado. Para llevarlo con premura y que el calor no escape, que las nieves y los vientos segovianos, no le roben la magia. Colón es un local blanco de harina y sal, en Colón todas las superficies están cubiertas de una pátina que hace juego con el blanco de las tejas segovianas. En Colón ha nevado, pero se está calentito.

El pan une lo que hasta la guerra y los matrimonios fallidos separan. Recuerdo un incendio en una de las panaderías que inundaban de olor el pueblo, hasta la plaza. Salvaron la masa madre. Y a pesar de los rencores, se la cedieron a la competencia, que mejoró sus pobres hogazas y las convirtió en magníficas piezas. Tras la reconstrucción del horno, la masa madre volvió a casa. Preservada.

Dicen que hay tantos tipos de cafés o modo de tomarlo como personas. Por no hablar de los tipos de pan. Antes ya del inventos.

Con pan todo sabe mejor, con pan todo se agranda, el sabor se ensancha; con pan está más rico el huevo frito. Que sin pan no es huevo ni es nada, con pan las patatas. ¿Qué hay mejor que un bocata? Aunque sea de pan solo. Al pan, pan.

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