Juan le había dicho a Sara que no hacía falta esperar a una ocasión especial para darse un capricho. Aunque la previno de que irían a un sitio muy elegante, ella nunca hubiera imaginado que se trataba del Divin, el restaurante nuevo en la zona norte de la ciudad.

El chef que se encargaba de la inauguración era todo un espectáculo. Cuando el recepcionista dejaba en la mesa a los comensales Pierre Lombard aparecía con su uniforme rojo de corte chino y hacía un par de preguntas a sus clientes, muchas veces sin siquiera saludarlos. A las mujeres las cogía de la mano y las miraba fijamente a los ojos. Los hombres no recibían la misma deferencia. Con las respuestas y su intuición elaboraba platos personalizados, sorpresa, y, según decían, siempre acertaba. Solamente en una ocasión un cliente, un músico muy conocido, se levantó de la mesa montando un escándalo que sólo consiguió aumentar su clientela. Se decía también que la reina era una incondicional de sus guisos, además de toda clase de personajes acaudalados más o menos conocidos.

Pierre en persona les condujo hasta la mesa, -me alegra mucho de que hayan venido esta noche tan importante, el comienzo siempre marca el éxito o la muerte de los restaurantes- dijo con su acento francés. Invitó a Sara a sentarse corriendo suavemente su silla, mientras decía mirando a Juan – está usted preciosa con ese conjunto, madame-. Acto seguido se retiró.

La lista de invitados de esa noche estaba cerrada y era secreta. El restaurante se encargaba de asegurar la discreción a los asistentes y a sus acompañantes. Eso tanto para acceder al local como en su interior. Lo que allí pasara nunca saldría de allí.

-Juan, aún no me lo puedo creer. ¿Cómo se te ha ocurrido que vengamos a cenar aquí? Esto debe de costar una fortuna – Sara miraba a su alrededor y se pellizcaba el brazo para comprobar que no estaba dormida.

-No se será para tanto mujer. Tú disfruta, que casi nunca salimos a cenar.

-¿Sabes que este chef estuvo liado con Ricky Martin? Ahora dicen que tiene otro novio, uno millonario.

-Mientras cocine bien me da igual.

-¿Te has fijado en el collar que llevaba? Yo creo que era un diamante.

Un camarero vestido con camisa y pantalones negros les trajo una botella de Château Margaux y les llenó las copas.

-Cortesía de la casa. En breve el propio Pierre les traerá los entrantes y el menú exclusivo para ustedes.

Sara se llevó la copa a los labios –está buenísimo-. Empezó a mover el líquido rojo en círculos en la copa –creo que hay que olerlo primero. Espera –Sara saco el móvil y se puso al lado de Juan para hacerse un selfie.

-A ver si nos traen ya algo de picar.

-Joder Juan, aquí seguro que no te van a poner aceitunas. No des la nota por favor.

El teléfono de Juan empezó a sonar justo en el momento en que Pierre se acercaba con una bandeja.

Mi-cuit de foie con pan francés y tostas de Caviar Imperial con salsa de Vodka de la República Checa.

-Maravilloso, ¿puedo hacerme una foto con usted? Oh, por favor-. Sara no esperó la respuesta, se levantó con el móvil ya preparado y se acercó a Pierre con cuidado de no tocarle por si acaso.

-Diga- Juan puso cara seria mientras se levantaba de la mesa y se situaba detrás de un macetero tratando de ocultarse de su mujer. Asintió con la cabeza y colgó.

-¿Quién era?, ¿por qué coges el teléfono?- preguntó Sara con la boca llena.

-Un asunto de trabajo, nada importante.

-¿De trabajo? Un viernes por la noche, ¡anda ya!

-¿Qué tal esta eso?

-No cambies de tema, ¿para qué te llaman a estas horas del trabajo?

-Era un tipo del ayuntamiento, les estamos poniendo pegas a una licencia de obras que han dado sin nuestro permiso y le han visto las orejas al lobo.

-¿Y cómo es que tiene tú móvil?

Pierre tosió disimuladamente al acercarse con un plato en cada mano.

Voila, ¡sopa de cebolla francesa con su pan tostado y queso gruyere!

-¿Tenemos pinta de comer sopa de cebolla?, ¿es una broma?

-¡Juan cállate! Gracias Don Pierre. Seguro que está magnífica.

-Esta es una creación seulement. Je ne peux pas supporter les ignorants.

El chef se dio media vuelta y se marchó a la cocina con paso apresurado.

-Yo no pienso comer esa mierda.

– Está buenísima Juan. Pruébala. Y espero que te disculpes con Pierre, no me hagas pasar vergüenza por dios.

Juan saco un paquete de cigarrillos y un mechero y se levantó de la mesa. El camarero de negro le abrió la puerta de la calle.

El Divin
estaba en la ribera del río Bravo, rodeado de zonas verdes y álamos. La puerta con forma de arco de ladrillo era un resto del edificio anterior, un antiguo molino. Donde antes hubo piedras toscas ahora había estatuas de mármol y flores tropicales. Las muelas del molino sujetaban una barra con luces de neón en el porche, donde se podía tomar una copa después de cenar.

Se dirigió hacia la barra y pidió una copa al barman, también vestido de negro. Un hombre con traje a medida, pelo engominado y gafas se sentó a su lado.

-¿Qué tal Juan? Gracias por salir un momento. – le dijo mientras le estrechaba la mano. -Espero que estéis disfrutando la cena. Este sitio es genial, verdad. Un lujo que este en nuestra ciudad.

-Buenas noches Luis. Ya sabes que no depende de mí.

-Seguro que puedes intermediar, hombre. Total, esto no se ha inundado nunca.

-El informe dice que está en una zona de alto riesgo por inundación y prohíbe terminantemente el uso comercial.

-Los informes pueden cambiarse Luis, solo hace falta un poco de voluntad y comprensión. No querréis salir en los medios como los responsables de arruinar a varias empresas que no están haciendo otra cosa que crear empleo. Con la falta que hace.

-El lunes reuniré a los técnicos de medio ambiente y hablaré con el Director General. Pero no te prometo nada.

-Bueno, confío en ti. Ya sabes que te estoy muy agradecido por todas tus gestiones. Si a tu señora le gusta la cena puedo conseguirte más invitaciones sin problemas. Así solventas aniversarios y cumpleaños. Y por supuesto que puedes traer a quien quieras, ya me entiendes.

-Voy a entrar. Ya hablaremos, Luis, ya hablaremos.

-Eso es, hablamos- Luis se levantó y le volvió a estrechar la mano.

Juan tomo asiento y comprobó que Sara había terminado su plato de sopa y estaba sosteniendo su copa de vino llena hasta el borde mismo. Tenía los ojos llorosos.

-Juan, tenemos que hablar. No soporto tus cambios de humor. Te importo una mierda.

-¿Y ahora qué he hecho, joder?

-Te parece poco. Me traes aquí a cenar, a un sitio de ensueño, le montas un pollo al chef y me dejas aquí sola.

-¿Es que ahora tampoco puedo fumar?

-Por mí como si te fumas el periódico. Sabes qué te digo, que ya no te aguanto.

Pierre se acercó con el plato principal. Su cara era de circunstancia y aire altivo.

Magret de canard con salsa de damascos – dijo dejando los platos sobre la mesa. -¿Esta todo a su gusto?

-Tiene muy buena pinta, gracias Pierre. Igual le pido luego la receta si no es mucha molestia.

-¿Nos puede decir que es lo que se esconde debajo de los orejones? – pregunto Juan removiendo con el tenedor la torre de comida con cara de asco.

-Pato, monsieur.- contesto Pierre con cara de incredulidad.

-¿Pato? ¿Pato y fruta? Por mi puede llevárselo.

-Juan, ¡por favor!

-Como quiera. Va te faire voir!

Pierre se marchó hacia el camarero de negro y le dio instrucciones a viva voz en francés. Su cara roja no se distinguía ahora del uniforme, y gesticulaba aparatosamente. Finalmente dio un puntapié a la pared y desapareció en la cocina.

Sara comía sin levantar la cara del plato. Juan jugueteaba con un cigarrillo en la mano.

-¿Sabes lo que puede costar esta cena para que te pongan orejones con pato? Por lo menos un solomillo, o un asado, qué menos. Esto es una tomadura de pelo.

-Nos has dejado en ridículo. Esto no te lo voy a perdonar.

-Pienso poner una queja. A la mierda con el restaurante este. Así se lo lleve una inundación con el Pierre dentro.

-¿Por qué dices eso Juan? ¿De qué va todo esto?

– Bueno, ¿se te ha pasado ya el enfado?

Sara iba a contestar cuando el camarero de negro dejó una bandejita de plata con una cartera de cuero: courtoisie de la maison. A su lado una rosa roja y un puro. La dejó en la mesa y se marchó discretamente. Juan abrió la cartera y saco la nota que había en su interior.

-Juan ¿no lo has pagado tú?- La silla de Sara chirrió al levantarse precipitadamente y salir hecha una furia.- Ya hablaremos. Juan, ya hablaremos.

-Camarero, oiga, ¿es que aquí no hay postre?

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