Hoy es el santo de la abuela

Hoy es el santo de la abuela

Leo y Gerardo son amigos desde el instituto, tienen unos veinticinco años y están sentados frente a frente, a las ocho de la tarde de un día caluroso de junio, en la terracita del Siglo XXXIII. Pero antes de descongelar la imagen, os concreto un poco más:

Ubicación: el punto azul del google maps los ubica en un local de moda, adyacente a la plaza Santa Ana de Madrid. Lo ha elegido Leo, y Gerardo se ha dejado llevar –mejor arrastrar- por la decisión de Leo. En cuanto a los móviles en sí, también fue cosa de Leo, que eligió para ambos el mismo modelo, en una oferta en Amazon de 2×1. Conclusión: los dos móviles idénticos reposan sobre la mesa de la terraza como si de dos hermanos gemelos se tratara.

Tribu urbana: Leo es una mezcla remasterizada de metrosexual, hípster en su aire profesoral, pijo en su intelectualidad, skin en sus entrañas viscerales, millennial en las redes sociales, punk en sus gustos musicales, rocker en el peinado, heavy en las muñequeras, hip-hop en la gorra e influencer en su blog; aunque (todo hay que decirlo) según la hora del día y quién se le ponga por delante, Leo va dando saltitos de tribu en tribu, lo que lo lleva a emparentar en más de una ocasión con sus ancestros neandertales. Gerardo es de caracterización simple. Sobre sus hombros pesa tal carga de desdicha, que sólo hay una tribu catalogable para él: la de los cherokees o apaches, privados injustamente de raíces, tierras y orgullo.

Análisis tutorial: Leo ejerce de coaching amateur en régimen open 24 horas sin cierre al mediodía ni descanso dominical, e imparte su docencia a todo ejemplar doliente que se le ponga a tiro. Gerardo es ese ejemplar capturado para la jornada.

Discurso: Leo es orador voraz de tribunas donde exhibir sus decálogos arbitrarios de conclusiones cambiantes día a día. Gerardo es una nariz moqueante, unos ojos extraviados, una lengua pastosa y una garganta ajada de ¡Ayes! y frases entrecortadas.

Ingesta: Leo disfruta de su gin tonic de “Seagram’s” con su rodaja de lima que asoma por el borde de la copa. Gerardo va por la tercera infusión de poleo menta.

Índice pasional: Leo ha trascendido la etapa hetero y homosexual, hasta alcanzar el autoenamoramiento. Gerardo anda colado y maltrecho por Laura, inspiradora indirecta de las doce pelotitas de cleanex esparcidas sobre la mesa.

Asunto monotemático: Laura, instrucciones de ensamblaje, reglas de funcionamiento, manual de aprendizaje, detección de averías y estrategias de abordaje.

1.

​La acción comienza en el instante en que Leo da un sorbo a su gin tonic a la luz anaranjada de la tarde:

​-A ver, léeme otra vez el mensaje, que quiero meditármelo mejor… ¿Qué dice exactamente?

​Gerardo ya ha memorizado el descorazonador texto de Laura, pese a que no hace ni dos minutos que ha llegado. Lo lee a pequeños latidos desde el fondo del alma:

Vete a la mierda. Eres un auténtico coñazo. Ni loca me enrollaría con un tío tan patético como tú. Te bloqueo de todos mis contactos.

​Arrecian las lágrimas y Gerardo arremete con lo primero que pilla, que resulta ser el posavasos de Leo. Se suena con estrépito y lo estruja en una decimotercera pelotita.

​-Por mucho que digas que Laura te gusta un montón –dice Leo- a mí siempre me ha parecido una tocapelotas de Guinness. De todas formas, no tienes por qué tomarte su mensaje tan a la tremenda. Tu batalla por ella no ha hecho más que empezar. No está perdida, ni mucho menos. Es más, ese mensaje contiene posibilidades inusitadas.

​-Joder, Leo… no sé qué posibilidades ves en que me mande a la mierda.

​-No seas derrotista. Con esa vocecita, cualquiera diría que no eres más que un crío que se ha pelado la clase. Una ráfaga de aire y ¡zas!, Gerardo que se nos va a tomar por culo. Te rindes a la primera, y ésa es la peor táctica, créeme. La clave del éxito es el ímpetu. Mámatelo como si fuera un biberón de Baileys y grábatelo en la polla si es preciso: Ímpetu. Hay que analizar la situación desde ese prisma.

​-Ímpetu es de lo que adolezco ahora, como puedes ver…

​Leo da un capón a la mesa con los nudillos.

​-Lo que yo te diga: si lo analizas desde el ángulo correcto, el mensaje no es concluyente.

​-Pues ese vete a la mierda me ha aplastado. Me siento como si tuviera un hipopótamo dando brincos sobre mi cabeza.

​-Mira, Gerardo, tú no eres el estrangulador de Boston. A ti, tirando largo, se te puede enviar a la cama sin cenar o suprimirte el postre. Pero ¿mandarte a la mierda? Demasiado forzado, suena a excusa. Y más viniendo de una tía tan tiquismiquis y empalagosa como Laura. Ahí hay algo raro que me mosquea, tío; algo oculto. Un mensaje subliminal, diría yo.

​-¿Quieres decir que en realidad no me está mandando a la mierda?

​-Claro que no, idiota. Para mí que está tirando del hilo… te está probando para comprobar tu reacción y ver si caes en la trampa como un gilipollas. Cada vez lo veo más claro. Laura te está retando. Quiere saber si eres un cagado de mierda o un tío con los cojones bien puestos.

​-Ya no sé ni dónde tengo los cojones.

​-Pues vete cagando leches a la ventanilla de objetos perdidos, porque ella te los está exigiendo a gritos. Fíjate en la segunda parte del mensaje, que todavía es más explícita.

​-¿Te refieres a lo del coñazo?

​-Sí. ¿No te das cuenta de que ahí hay una contradicción de órdago?

​-No la sé ver, la verdad…

​-¡Joder, macho! Dale caña a las neuronas, que desde que te gusta esa tía estás de un espeso que pringa. ¡Las dos frases son contradictorias de la hostia!

​-Mierda, coñazo… –se repite una y otra vez Gerardo con la vista en el móvil, a la búsqueda de la contradicción.

​Su personal trainer sale en su ayuda.

​-Déjate de pajas mentales y fíjate en el dato crucial: primero te manda a la mierda y acto seguido te pone el coño por delante. –Hace un gesto desdeñoso con los hombros-. ¿En qué quedamos?

​Alza el gin tonic y brinda al viento, felicitándose por su agudeza.

​-Bueno –casi se excusa Gerardo- yo creía que el coñazo era yo…

​-Pues más claro, agua –dice Leo-. Hazme caso, que en esto tengo una experiencia contrastada: ninguna tía escribiría “coño” o “coñazo” en un mismo mensaje si lo que pretende es enviar a la mierda a alguien.

​Apoya los codos en la mesa para dar más énfasis a sus palabras.

​-Hay que aprender a leer entre líneas, Gerardo, que las tías son muy raras y siempre andan dándole vueltas y vueltas a cualquier chorrada. La línea recta no es lo suyo. “Vete a la mierda, pero aquí te dejo el coño para que me lo comas” –remeda con voz femenina-. No, no resulta creíble. O una cosa o la otra.

​Gerardo enarca las cejas y lee a la luz de la nueva perspectiva la frase del móvil. Quizá no esté aún muy convencido de la peculiar interpretación de Leo, pero lo que sí es cierto es que la decimocuarta pelotita parece que se resiste. Incluso una lucecita que antes no veíamos chispea en sus pupilas.

​-Bueno –dice algo más animado-, continúo leyendo: Ni loca me enrollaría con un tío tan patético como tú. –Hace una pausa y mira a Leo-. Siguiendo tus teorías, adivino que ahora vas a decirme que la patética es ella y que lo que busca es enrollarse con un tío guay como yo…

​-Tampoco te las des de Casanova, que yo no he dicho eso –sonríe Leo condescendiente-. Pero en lo del patetismo la entiendo, porque no hay más que verte, Gerardo. En eso coincido con Laura. Llevas una tarde, que estás de un plasta subido…

​-¿Soy patético? –pregunta Gerardo con un hilito de voz, escudándose tras su taza de poleo menta.

​Dejemos la interesantísima pregunta suspendida en el aire y cambiemos rápidamente de escena, porque las partenaires femeninas ya no aguantan más su mutismo y se desesperan por hacer su aparición.

2.

​-¡El que es Superpatético es tu amigo! –estalla una voz femenina contestando a la pregunta de Gerardo-. ¡Un patético del copón!

​Leo y Gerardo se giran hacia la mesa de al lado, donde hay dos chicas de edad parecida a la de ellos. La que ha hablado está junto a Leo, una chica obesa vestida con pantalón y camiseta negros, de pelo azul cortado “a lo chico” y un montón de pearcings y tatuajes recorriendo su geografía.

​-¡Ya salió la feminista de turno! -dice Leo echando la silla hacia atrás con incipiente cabreo-. ¿Y tú por qué te metes donde no te llaman? ¿Qué te pasa exactamente? ¿Te acabas de empoderar o qué?

​-Pues me pasa que mi pareja y yo llevamos una hora machacadas de rollos paternalistas y estamos hasta el coño de oírte.

​-Pues fácil solución. Seguid mariconeando y no cotilleéis.

​-¡Ah!, ¿es que tampoco toleras las parejas gays? ¡Lo que te faltaba! Eres un machista de mierda.

​-Y tú una marimacho fea de cojones.

​Ella se dirige a Gerardo.

​-Como sigas dando cancha a este cavernícola, te puedes despedir de la tal Laura hasta los restos.

​Leo atrapa el móvil de Gerardo de un manotazo y lo deja en la otra mesa.

​-A ver, lista. Déjate un rato de militancias y reivindicaciones, y veamos qué le dices tú de esto. –Le muestra el mensaje-. ¿Qué? ¿Cómo lo interpretas?

​La chica se aparta instintivamente y lo mira con aprensión.

​-Leo, haz el favor de no ser pegajoso como el covid ese, y deja de meterme el teléfono en las narices. Después de tu hora de monólogo paliza, el mensaje nos lo sabemos de memoria.

​-¿Me has llamado Leo? ¿Y desde cuándo te sabes mi nombre?

​-¡Menudo descubrimiento! –se burla ella-. Toda la terraza está harta de oírlo. ¿Quieres verlo? ¡Eh, oye! –Llama al chico de greñas rubias que está solo en la mesa contigua a la de Leo y Gerardo, en el otro costado-. ¿Sabes cómo se llaman estos dos?

​El chico es de cuerpo robusto y marcado aspecto alemán. Lleva unos shorts de color beige, unas sandalias en las que se le ven más de veinte dedos y una camisa azul a pecho descubierto, pues sólo un par de botones resisten los tirones de su barriga. Por toda respuesta suelta una carcajada, alza la litrona de cerveza y dice con voz de bajo:

​-Herr Leo, Herr Gerardo ¡Good luck!

​Levanta el pulgar en señal de victoria. Leo lo mira estupefacto y la chica de pelo azul se echa a reír, lo que provoca que ambos vuelvan a enzarzarse en asuntos espinosos de maltrato y violencia de género. Entretanto, su compañera se gira hacia Gerardo y dice con voz dulce:

​-Hola Gerardo. Soy Mónica, y ella es Reme, mi pareja. Créeme que me da muchísima pena ese mensaje… Seguro que no te lo mereces.

​-Gracias, Mónica. Eh… encantado de conocerte. –Mira agazapado hacia el resto de mesas-. La verdad es que estoy violentísimo. Tengo la impresión de que todo el Siglo XXXIII está la mar de entretenido cotilleando a mi costa. Me da tanto corte que estoy por hacer caso a Laura… echarlo todo a rodar e irme a la mierda definitivamente.

​-¡Ni hablar de pirarte! A mí la gente sincera me mola un montón, y tu actitud es una auténtica pasada. –Se sonríe-. La infusión, toda esta colección de cleanex… Seguro que tienes un puntito romántico, y eso queda superchulo. A nosotras lo que…

​Algo llama su atención y deja la frase sin concluir.

​-Mmm… ¿Puedo ver tu móvil un momento? -pregunta.

​-Sí, claro.

​Gerardo se lo acerca. Mónica no mira el mensaje sino el nombre de la remitente.

​-¡Laura Carrizales! –exclama. Y añade a voz en grito-. ¿La chica que te gusta es Laura Carrizales?

​Se hace un silencio expectante en la terraza, como si todos aguardaran ansiosos la respuesta.

​-Sí –susurra alarmado, con la vista clavada en las mesas plagadas de espías enemigos-. Pero habla bajito, por favor. Todo el mundo se ha enterado.

​-Perdona, pero es que… ¡Qué coincidencia!

​-No me digas que la conoces.

​-Pues claro que la conozco… de hace años, además. ¿Y ella es la que te ha mandado a la mierda? –Hace una pausa-. ¿De verdad? ¡No me lo puedo creer! Espera, que la llamo enseguida y lo aclaramos.

​-¡No! –Ahora es Gerardo el que grita asustado.

​Reme, un tanto harta ya de departir con Leo, pregunta curiosa:

​-¿Por qué chilláis los dos?

​-Atenta al bombazo, Reme –contesta Mónica riendo-. La tal Laura del mensaje no es otra que Laura Carrizales.

​-¿Lo dices en serio? ¿La de la mierda y el coñazo es…?

​-La misma –confirma Mónica-. Alucinante, ¿no? ¿A que no te esperabas una cosa así de ella?

​-Ni borracha. ¡Jo con la mosquita muerta! ¡Cómo se las gasta!

​Y se carcajean las dos, pero enseguida se arrepienten al ver a Gerardo reptar por la mesa como un despojo humano.

​-Ay, perdona, perdona… –dicen al unísono- pero es que es muy fuerte, tío.

​Gerardo depone las armas y precipita su tránsito hacia el más allá.

​-Ya no hay remedio para mí… -Y presto a expirar, suspira con matiz shakespeariano-: Mi alma está tan debilitada, que la puntilla casi se agradece…

3.

​A todas estas, hemos dejado solo a Gerardo y tenemos a Leo arrinconado desde hace rato, y eso no puede ser. Compensémosle con una escena aparte para aplaudir su vuelta.

​-Eso, eso, Gerardo –dice con sorna-. Tú ve siguiendo al pie de la letra las instrucciones de estas arpías, y verás qué rápido te hunden en la miseria.

​Aferra el móvil de Gerardo y añade con tono desafiante:

​-¡Este móvil no se toca! A Laura no la llama nadie. –Hincha el pecho-. ¡A Laura la llamo yo! ¿Algo que objetar?

​Dicho y hecho. Antes de que los otros reaccionen, Leo tiene el móvil en la oreja. No ha conectado el altavoz, pero las señales intermitentes se oyen nítidas, así como la voz del robot femenino que salta tras varios tonos de conexión fallida: Lo sentimos. El titular de la línea ha restringido temporalmente sus llamadas a este número.

​-¡Será cabrona la tía! –estalla Leo-. ¡La muy hija de la grandísima puta te ha bloqueado el teléfono!

​Vomita su invectiva arrojando a Gerardo un dedo acusador que atornilla el cerebro del infeliz enamorado, que sólo acierta a decir:

​-Bueno, Ella ya lo decía en el mensaje… ¿no?

​-Alucino en colores, Gerardo –se lamenta Mónica-. Ahí hay algo que no me cuadra.

​-Sí, es muy extraño… –apostilla Reme-. ¡Qué fuerte!

​Leo aprovecha el resquicio dejado por ambas en la resolución del enigma y se cuela por él con la agilidad de un avezado trapecista.

​-Os asombráis del efecto sin analizar las causas, lo cual es muy propio de dos tías empanadas y muermas como vosotras.

​-Atención al lumbreras -reacciona Reme-. Todo el mundo a sus puestos, que habla el filósofo.

​Sin dignarse a dirigirle la palabra, Leo aparta con asco la taza del poleo menta.

​-Gerardo, para ya de hierbecitas, que esto no es un geriátrico. Tenemos que averiguar de dónde le viene ese cabreo a Laura. A ver, dale al tarro. ¿Qué es lo último que le dijiste para que se pusiera de morros y te bloqueara?

​Gerardo se sonroja y responde:

​-Le envié una poesía de Bécquer. Aquélla que empieza diciendo…

​-Qué mono… –dice Mónica.

​-¡Qué mariconada! –dice Leo-. ¡Ahora me explico el puto bloqueo! A las tías de hoy en día las poesías se las suda, porque les importa un carajo si las oscuras golondrinas regresan o se quedan en África. Lo que las pone cachondas no es un sentimentaloide rancio de picha floja sino un tío bien macho para restregárselo a las amigas hasta que se pongan verdes de envidia.

​Las dos chicas se echan a reír, casi a su pesar.

​-¡Qué fuerte! Te has pasado tres pueblos, tío –dice Reme-. Eres tan paleolítico que das risa. Ni siquiera ofendes. A ti sí que te mandaríamos a gusto a la mierda y no al pobre de tu amigo.

​Leo responde con suficiencia, pero a través de Gerardo, que se convierte en la diana donde confluyen los estallidos del fuego cruzado.

​-Ni caso, Gerardo, que por mucho victimismo que le pongan, son unas calenturientas, como todas, y ya las tenemos con el chochito húmedo. –Hace una pausa y culmina con una frase de su cosecha que ilustra el perfil de su blog-. Como suelo decir en estos casos: “El corazón de las hembras finge clamar por el poeta, pero su cuerpo clama en verdad por un ardiente semental que las folle y las proteja”.

​-Lo siento, Gerardo, pero no aguanto más –se sulfura Mónica, llevando la mano al bolso-. Me da igual cómo te pongas. Voy a llamar inmediatamente a Laura para aclarar la situación. No, no empieces a protestar ni a poner cara de susto… te prometo que todo irá bien.

​Pero la llamada no se realiza, porque el momentáneo silencio queda interrumpido por el tintineo del móvil de Gerardo, que anuncia la llegada de un nuevo whatsapp. Los cuatro contertulios miran embobados el teléfono que ha quedado sobre la mesa.

​Para acentuar el paréntesis, dejemos a los cuatro ahí pasmados en esa foto fija mientras pasamos con toda naturalidad a la última escena.

4.

​Gerardo coge el móvil con mano temblorosa, consciente de que los otros tres están pendientes de sus movimientos. Desliza el dedo por la pantalla y lee en voz alta el mensaje recién llegado a las 19,57.

​-Mamá móvil: Acuérdate de felicitar a la abuela, que hoy es su santo.

​-¡Vaya, tanta expectación y no era ella…! –dice Mónica.

​-¡Menudo chasco! –se lamenta Reme-. Esperaba algo más excitante.

​A los que no se les ve muy excitados es a Leo y Gerardo. Ambos han enmudecido repentinamente y se miran con los ojos muy abiertos. Mónica se inclina hacia las dos estatuas y agita la mano ante la cara de Gerardo.

​-¡Eh…! ¡Eh…! ¿Se puede saber qué os pasa?

​Gerardo responde simplemente:

​-Pues lo que pasa es que yo no tengo abuela…

​En un gesto simultáneo, Leo y Gerardo se lanzan sobre los móviles, y se percatan de que en efecto ha sucedido lo que ambos intuían desde que han visto el último mensaje: como los dos móviles son idénticos, se han pasado toda la tarde confundidos, tomando por el móvil de Gerardo el que realmente era el de Leo.

​Gerardo devuelve a Leo el móvil, sin saber muy bien qué decir.

​-Bueno, Leo, ya puedes hacerle caso a tu madre y llamar a tu abuela.

​Lo dice sin pizca de ironía, pero Leo se lo toma como se lo toma.

​-Menos recochineo, gilipollas… la llamaré cuando me dé la gana.

​Tira sobre la mesa el otro móvil y se marcha sin despedirse de nadie. El alemán sí se despide de él, levantando su segunda litrona de cerveza.

​-¡Herr Leo! ¡Good Luck!

​Leo inicia el gesto masculino de arremangarse la camisa, mostrando unos más que apreciables bíceps, pero en el último momento rebaja su ardor y decide que no es ocasión propicia para ejercitarlos. La envergadura del alemán no parece el mejor de los alicientes para una exhibición prometedora.

​Mónica se lanza sobre el móvil de Gerardo con su risa más eléctrica.

​-¡No pienso largarme de aquí sin echarle un vistazo! –Desliza su bonito dedo índice y empiezan a discurrir los mensajes-. Antes de llamar a Laura, a ver qué es lo que te dice. A ver, a ver…

​Los tres arriman las cabezas y se enfrascan en la pantalla, mirando los mensajes, riendo, charlando sobre Laura…

​Dejémoslos así. Levantémonos también de la mesa desde la que hemos venido observándolos y marchémonos del Siglo XXXIII, sin curiosear más.

​Gerardo ha conseguido remontar, y eso es lo que importaba.

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