CUÉNTALE QUIÉN ERES

CUÉNTALE QUIÉN ERES

Cuando acabé la carrera de historia me dediqué a fondo a estudiar idiomas. Con doce años visité Roma con mi familia y en la oficina de turismo me llamó la atención una mujer que trabajaba allí. Atendió a la pareja anterior en un perfecto inglés, como si lo llevara en la sangre. Llegó nuestro turno y su español era excelente. Me pregunté cual sería su procedencia. Imaginé que italiana pero fue imposible adivinarlo. Desde ese mismo momento supe que yo quería ser así, hablar una multitud de idiomas de manera tan exquisita que nadie supiese mi país de origen. Soñaba con ser ciudadano del mundo con nacionalidad secreta.

Me reuní a las diez con el grupo de turistas. Desde mi primer tour me habitué a bautizar a cada cliente con el nombre de su país o ciudad de origen. Aquel día tenía cuatro personas que se llamaban Chile, dos con nombre Logroño, dos Málaga, un Brasil y un Bilbao. Empecé la ruta como siempre, en la plaza Luís de Camoẽs, donde les narré la importancia de este poeta para nosotros, los portugueses. Acostumbraba a contar algo de historia general sobre el país, un breve resumen desde antes de Cristo hasta la actualidad, pasando por reinados de todas las épocas, para acabar con la razón de denominarnos alfaciñas o en su idioma, lechuguitas. También solía mencionar el puente Vasco da Gama, el más largo de Europa. Les hablaba sobre Saramago justo al lado del mismo olivo bajo el que están enterradas sus cenizas. Les conté que este escritor encontró su vocación alrededor de los setenta años, que no desesperaran si aún no tenían clara su dedicación: Brasil y Logroño 1 rieron. Yo intentaba empaparles del amor por mi ciudad y por personajes como Camoẽs, Saramago y Pessoa. Los tres grandes.

En la plaza largo do Carmo me solía extender bastante, ya que allí se encontraban las ruinas del convento do Carmo, construido en el siglo XIV y parcialmente derruido por el gran terremoto de 1755. Aprovechaba para detallarles el desastre natural que sufrió la ciudad y para transmitirles el sentimiento de adicción nostálgica que nos invade a todos. Nos gustaba, nos gusta y nos seguirá gustando mantener los edificios tal y como quedan después de las catástrofes, en honor a plasmar ese recuerdo trágico. Nos regodeamos en esa melancolía, estamos cómodos en ese oscuro victimismo.

En esa misma ubicación les hablaba sobre el 25 de Abril del 74, fecha clave para nosotros los portugueses. Frente al Cuartel do Carmo, perteneciente hoy a la Guardia Nacional Republicana, les contaba lo que ocurrió pocos años atrás: en él se refugió el dictador Marcelo Caetano cuando llegaron las tropas para destituirle del poder. Portugal llevaba sufriendo una dictadura casi cincuenta años, a decir verdad estábamos hartos, y el ridículo accidente doméstico del anterior dictador que le dejó en coma, nos pareció una oportunidad kármica para acabar con este periodo opresor. Salazar murió y Caetano asumió su puesto. En ese momento las tropas se organizaron para atacar: era entonces o nunca. Ocuparon la radio para hacer sonar Grandola, Vila Morena’, una canción revolucionaria de José Afonso, prohibida por el régimen. Esta canción era una señal pactada por los soldados para prepararse en puntos estratégicos definidos con anterioridad, y a su vez, una llamada a la libertad. Era pronto, apenas amanecía. Al mismo tiempo, un local cercano a la plaza se disponía a celebrar su primer aniversario aquel día, para el que habían comprado multitud de claveles para regalar a las mujeres y vino de Oporto para los hombres. Debido a la inquietud y alarmismo que había en las calles, tuvieron que abstenerse de abrir el restaurante y el dueño instó a los empleados a marcharse a sus casas. Celeste, una de las camareras, caminaba con los claveles en la mano. Paró frente a un soldado al que atisbó tiritando de frío y le preguntó por la situación. El soldado le contestó que aquello era una revolución, un golpe de estado, que iban a derrocar al dictador, por las buenas o por las malas, que se fuera a casa, y que si era tan amable de darle un cigarrillo. Celeste no tenía tabaco, le dijo que lo único que podía ofrecerle era un clavel. El soldado, conformado, agarró el clavel y lo colocó en su cañón. Celeste aprovechó para regalar más claveles, de tal forma que los soldados los colocaban en sus fusiles en aras de demostrar que su intención no era disparar balas, sino conseguir un nuevo régimen por las buenas. Este movimiento de las fuerzas armadas dio paso a una época de democracia parlamentaria. Fue un golpe de estado bastante pacífico en el que tan solo se contabilizaron cuatro muertes.

Mi parada favorita en los tours era la del local de fado llamado Machado. Era un local con una fachada preciosa de azulejos de color amarillo mostaza decorados con dibujos que me daban pie a charlar amplio sobre nuestra cultura. Señalé las sardinas y pregunté:

– ¿Alguien sabe qué país es el mayor consumidor de pescado per cápita?

Bilbao contestó que Japón. Le choqué la mano para premiar su acierto. De cerca le seguían Portugal y España, que año tras año disputaban ese segundo puesto mundial. Señalé los toros también, les expresé que era algo tradicional pero polémico hoy día. Había varios dibujos del famoso gallo, lo que me dio pie a contar la historia de origen de este símbolo nacional, la cual me encantaba ya que el final dejaba una moraleja muy útil para la vida, la de no juzgar. Había también botellas de vino:

– ¿Y alguien sabe quién es el mayor consumidor de vino per cápita? -repetía.

– España -dijo Logroño 2.

– No -contesté yo con aire misterioso.

– Portugal -dijo Málaga 1.

– El país que luce con orgullo el honor de ser el mayor consumidor de vino es el Estado de la ciudad del Vaticano – dije jocoso.

Aquel dato daba lugar a carcajadas. El segundo país era Portugal, pero después del primer impacto ya no emocionaba tanto. Como era inevitable también había dibujos de guitarras españolas y portuguesas. Había una representación de cada una también en el rótulo luminoso del local. Traté de plasmarles que el fado es algo más que música. Amália Rodrigues es para nosotros una diosa, que como tal, está enterrada en el Panteón Nacional, donde por fortuna o por desgracia, compartirá en un futuro espacio con Cristiano Ronaldo.

Aquel día tras acabar la jornada llamé a mi amiga María. La conocí cuando trabajábamos en el Castelo de Sao Jorge. La precariedad laboral junto a la pasión por la historia que ambos compartíamos nos unió. La invité a tomar café pero ella prefirió quedar en el nuevo apartamento que había arrendado. Me dijo que quería enseñarme algo que me iba a sorprender, supuse que era algo relacionado con la mudanza. Cuando llegué a su casa se encontraba acompañada de una señora mayor. Estaban sentadas junto a una lámpara con luz tenue. Disfrutaban de un café y rápido me uní a ellas. La señora era su nueva vecina y al presentármela me preguntó con aire misterioso:

– ¿A que no sabes quién es?

Respondí un tímido no, lleno de intriga.

– ¡Es Celeste, la mujer de los claveles! -dijo-. Mis ojos miraban a los suyos y mi mente revivía la historia, en un intento de encajar su cara en aquel personaje. No conseguía hablar, las preguntas se me amontaban en el cerebro pero las palabras no salían de mi boca.

María interrumpió el silencio:

– Celeste, cuéntale quién eres -dijo.

Celeste comenzó a hablar en primera persona sobre aquel 25 de abril. Yo no paraba de sudar. Aquello era lo más emocionante que me había pasado en la vida. Hoy día Celeste cobra una pequeña pensión con la que sobrevive como puede. Filosofamos sobre ello. Recordamos como los claveles contribuyeron a dulcificar un ambiente que de por sí ya se pretendía pacífico. Los disparos aflorados quedaron como símbolo de esa intención. Los claveles fueron y son un icono de lo vivido. Hablamos sobre la relación que tuvo Saramago con su olivo con el cuál mantenía francas conversaciones. Llegamos a la conclusión de que no hay nada más poderoso que las armas de la naturaleza, para combatir las barbaries humanas.

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