Nuestra historia comienza en un pueblecito modesto y agradable situado en la falda este de las Montañas de Plenaluna, al oeste del linde del Gran Bosque de Aralia y a varios días de viaje al sur de la ciudad portuaria de Buenosviajes. Lo bastante cerca de la civilización como para no ser del todo remota, lo bastante remota para no ser del todo civilizada.

En una de las casitas de la periferia, junto a la muralla de madera que protege el pueblecito, vive una familia.
El padre es costurero. Hábil y trabajador, afable, de buen trato y muy conocido en la comarca por sus trabajos de calidad a precios razonables. No pocos montaraces, tramperos y leñadores le deben la vida a sus prendas cuando llega lo crudo del invierno. La madre es marinero mercante. Una mujer grande y ruda de risa fácil y aún más fácil enojo. Dura pero justa, pasa largas temporadas fuera del hogar, comerciando con los países vecinos en busca de buenas compras, mejores ventas, y finas telas de exóticos colores para su marido. La feliz pareja tiene dos hijas. La mayor se llama Nessa, y es una muchacha respingona, alta y fuerte para su edad. En dos inviernos dejará de ser una niña y podrá celebrar su ascensión a mujer de pleno derecho, y no puede esperar dos inviernos más. Está en esa etapa en la que es una mezcla de candor infantil y rebeldía desenfrenada. Aventurera nata y espíritu indomable, es el orgullo de su madre y a su padre le trae de cabeza. La pequeña se llama Kathia, y es una muchachita amable, curiosa y servicial. Le encanta pasar tiempo en el taller de costura ayudando a su padre, demostrando ya una gran pericia en trabajos sencillos como zurcir y coser agujeros y desgarros. Entrega personalmente cada trabajo en el que ha tomado parte, y amonesta con rostro severo a los clientes que vienen a recoger sus prendas, quienes siempre prometen tratarlas con sumo cuidado a partir de ahora, divertidos ante la solemne gravedad de esa chiquilla que apenas levanta cuatro palmos del suelo.

Normalmente si no está ayudando en el taller, Kathia suele estar siempre pegada a su hermana, a la que adora con fervor. Piensa que su hermana mayor es increíble. Suelen jugar juntas cerca del linde del bosque, mucho más cerca de lo que los adultos, y sobretodo su padre, consideran seguro, pero a Nessa no le preocupa, sabe que tan cerca del pueblo no hay ningún peligro. Conoce el bosque mejor que la mayoría porque cuando se queda sola siempre se adentra en lo profundo y vuelve antes del anochecer, con las botas llenas de barro, algún raspón en los codos y rodillas y el ocasional desgarro en las ropas que su hermanita le remienda mientras escucha embelesada las aventuras que ha vivido ese día en el bosque. Es a la única persona a la que no amonesta cuando trae algún siete en la camisa.

Una mañana de los últimos días del verano, Kathia está buscando a Nessa, que lleva un par de semanas de muy mal humor, y se escabulle al bosque o se pasa las horas escondida, como ahora.
Apenas han estado juntas últimamente.
Hoy está tumbada en lo alto del granero del vecino, uno de sus lugares favoritos. Lleva toda la mañana mirando al cielo, partiendo en trocitos briznas de heno y maldiciendo entre dientes. Está de un humor de perros.

– ¡Nessa! ¡Nessa donde estás! ¡Papá te está buscando! – oye como la llaman desde el patio de la casa. Tarde o temprano acabará dando con ella, pero ahora mismo no tiene intención de salir de su escondrijo. Parte otra brizna de heno con rabia. – ¡¡Neeeessaaaaa!!

Finalmente la chiquilla la encuentra, la cara brillante de alivio y feliz de ver a su hermana. La alegría le dura poco, al ver la expresión de Nessa.

– Papá te está buscando, Nessa. – Dice mientras juguetea nerviosa con la falda, mirando de soslayo al suelo.

– Lo sé, te he oído.

– ¡Jo, pues haber venido! Te he buscado por todas partes. Ven, necesita ayuda.

– No voy a ir.

– ¡Pero solo tú puedes ir al bosque!

– ¡No voy a ir al bosque a por estúpidas fresas!

– Pero mamá… mamá va a volver pronto…

– ¡Hace tres semanas que dijo que volvería! ¡Tres semanas! – Se levanta de sopetón, encarando a Kathia – ¡Ya busqué las mejores fresas, las más grandes y bonitas y jugosas y rojas de todo el bosque! ¡Y le hicimos su tarta! ¡Su tarta favorita! … Y no vino.

– Papá dijo que…

– ¡Me da igual lo que dijera papá! ¡Era la mejor tarta del mundo y su favorita y la tuvimos que tirar! – Kathia siente las lágrimas brotar. Mamá no pudo llegar a tiempo y tuvieron que comerse la tarta, que estaba deliciosa. Era la mejor tarta que Nessa había preparado nunca, la más grande, más bonita y la más dulce. Y Nessa ni siquiera la probó. Mientras ellos comían y comentaban lo rica y lo buena que estaba ella tiró su trozo al suelo y se marchó furiosa dando un portazo. Y lleva enfadada desde entonces.

– Ya no quedan fresas – Continúa Nessa . Da la espalda a Kathia y se deja caer de nuevo sobre las pajas.

– Papá dice que tú podrías encontrar fresas, en lo profundo del bosque. – Se recompone la niña con esfuerzo. – Dice que te da permiso para ir hasta los acantilados si hace falta.

– No voy a ir a por estúpidas fresas.

– ¿Nessa? Por favor…

– ¡Vete! Déjame en paz.

    Kathia parece que va a decir algo más y finalmente se marcha, dejando a Nessa sola de nuevo, mirando a las nubes y torturando briznas de heno. Pasan las horas y nadie más va a buscarla, y eso también la molesta, por alguna razón. Ya está por acabar la tarde cuando decide entrar en la casa.
    No se puede estar enfadada y hambrienta a la vez durante mucho rato.
    Abre la puerta con cuidado para tratar de entrar desapercibida, pero su padre está zurciendo calcetines en el comedor, sentado mirando a la puerta, como hace siempre que espera a que vuelvan las niñas.

    – ¡Nessa, por fin apareces! – La mira de reojo sin dejar su labor. -¿Habéis encontrado buenas fresas?

    – ¿Fresas? Yo no he ido a por estúpidas fresas.

      Nessa se acerca a la cocina, recoge un cuchillo serrado y se sirve una generosa rodaja de queso y una rebanada de pan de centeno. Su padre la mira pensativo, y deja aguja y calcetín sobre el montón de ropa pendiente.

      – Pero Kathia me dijo que ibais a ir a por fresas, y había cogido la capa y la cesta… ¿Nessa, donde está Kathia?

      – ¿Qué?

      – Tu hermana, Nessa ¿No estaba Kathia contigo?

      – ¿Kathia?

      – ¡Si, Kathia! ¿Donde está tu hermana, Nessa!

      – Yo, yo no…

      – ¡Nessa!

      – No estaba conmigo ¿No estaba aquí?

        – Oh Dioses. Oh Dioses, no… – masculla mientras se levanta con urgencia, en dirección al cuarto de las niñas.

        – ¿Papá? ¿Papá, que pasa? – Nessa deja el pan y el queso a medio comer sobre la encimera y corre tras su padre, asustada. Papá casi nunca se altera ni suele levantar la voz, y mucho menos a ellas.
        Algo no está bien, ha pasado algo.
        Al llegar al cuarto que comparten las hermanas, casi choca con su padre que sale de la habitación, aún más preocupado si cabe. Tiene una caja entre las manos.

        – Su capa no está. Y tampoco el puñal de vidrio. – Dice señalando la caja. El sello que la mantenía cerrada, roto antes de tiempo, antes de la ceremonia de ascensión. – Kathia a ido al bosque. Ella sola.

          – ¿Qué?

          Eso es imposible, el bosque es muy peligroso y Kathia lo sabe. Es imposible.

          – Nessa. – El padre se arrodilla y agarra a su hija de los hombros. Nessa nunca lo ha visto tan serio. – Escúchame bien. Voy a ir a pedir ayuda a los adultos del pueblo. Saldremos lo antes posible pero ya casi está por anochecer y no podemos perder más tiempo. Tú conoces el bosque mejor que nadie. Encuentra a tu hermana.

          – ¿Yo?

          – Kathia siempre ha ido contigo, y conoce el bosque por tus historias. Seguro que las usará para guiarse. Quiero que la encuentres y cuando estéis juntas y estéis a salvo, quiero que lances una señal luminosa y os quedéis donde estéis. Nosotros llegaremos enseguida.

          – ¿Señal luminosa?

          – Si, cariño. – Relaja el agarre y con ternura acaricia el corto pelo de su hija mayor. – Aún es demasiado pronto, pero Úrsula lo entenderá. Dile que te deje usar fuego de hada. Vamos, corre. – Nessa asiente con gravedad, recoge su capa, su zurrón y su daga y sale de la casa a la vez que su padre, cada uno en una dirección pero con un mismo objetivo.

            La casa de Úrsula está pegada a la muralla, bajo un enorme castaño que atraviesa el techo circular de la vivienda y ocupa una buena parte de la única y abarrotada estancia de la casa. A Nessa le gusta la casa de Úrsula, y le fascinan los incontables frasquitos, cajitas, plantas, plumas , huesos de animales y enormes libros de cubiertas de cuero y metal que parecen estar desparramados sin orden y concierto por todas partes. Es una poderosa druida, una practicante de magias sagradas, y cuida del pueblo y del bosque y viceversa. Úrsula es más vieja de lo que parece. Y parece muy vieja.
            Nessa entra en la casa sin llamar, como hace siempre. Siempre es bienvenida en la casa.

            – ¡Nessa! Pasa querida, pasa. ¿Quieres un té de raices? Veo que no te hizo falta en ungüento.

            – ¿El ungüento?

            – Si, tu hermanita Kathia vino esta mañana a por pomada para tí, me dijo que tenias que ir a lo profundo del bosque a por fresas para tu madre. Cuanto me alegra que por fin esté de vuelta. Veo que al final no te hizo falta. Me alegro. – Continúa la mujer mientras sirve té en dos tacitas de madera.

            – Úrsula, Kathia no me dió ningún ungüento. Se fue sola al bosque. Y no ha vuelto.

              Una taza de té a rebosar cae al suelo.

              – ¿Kathia se ha ido sola al bosque?

              – Si.

              – Ay, Dioses de lo antiguo y lo sagrado, proteged a mi niña. Ay Dioses… – Úrsula rebusca en un rincón aparentemente al azar y saca una bolsita, que tiende a la niña. – Es fuego de hada. Es demasiado pronto, lo sé, pero úsalo para encontrar a tu hermana.

              – Muchas gracias, Úrsula. – Dice mientras guarda la bolsita en el zurrón con cuidado.

              – Dame las gracia encontrando a tu hermana sana y salva. – Le responde la mujer con rostro serio.

              Nessa corre por el bosque. El sol ya está casi en lo más bajo, no le queda tiempo. Ha mirado en las zonas que ambas conocen, pero no había rastro de su hermana. Ahora está en las zonas más profundas de sus paseos habituales. Kathia solo las conoce de oídas.
              Corre sin parar, apenas sin aliento, pero no puede detenerse a descansar. Tiene que encontrar a Kathia. 

              – ¡Kathia! ¡ Kathia donde estás!

                Cruza un riachuelo de aguas turbulentas, trepa los túmulos olvidados cuajados de moho. Nada. Al pasar corriendo junto a un promontorio, se para en seco al atisbar un grupo de zarzales entre las rocas. Alguien ha cogido las fresas más accesibles. Kathia está cerca.

                – ¡Kathia!

                  Consigue distinguir el rastro de su hermana entre la hojarasca, yendo y viniendo entre los matorrales hasta perderse en la espesura de nuevo. Nessa llega hasta la última de las huellas que es capaz de reconocer, tratando de decidir que hacer ahora. ¿En qué dirección, en qué dirección? ¿Norte, o sur? ¿Quizás hacia el este, adentrándose todavía más en el bosque? No sabe, no puede decidir y cada vez queda menos tiempo. ¡Piensa Nessa, piensa! ¡¿Por donde?!
                  De pronto un horripilante chillido la sobresalta hasta casi tirarla al suelo.

                  – ¡NO! – Nessa corre con desesperación hacia el origen del ruido – Nonononono ¡Kathia!

                    Al llegar a un claro en el bosque, al pie de un macizo de rocas, Nessa se agazapa entre unos arbustos, y observa con horror. Una, dos, tres espantosas criaturas de cuerpo quitinoso, pálidas y letales.

                    Paranoias.

                    Se mueven lentamente, desplegadas en abanico en dirección a las rocas, bufando con fuerza, las puás de queratina de sus lomos erguidas y erizadas, los largos dedos de sus patas abriendo surcos en la tierra con sus garras curvas como de aves de presa. El veneno gotea de sus colmillos y humea dejando un rastro de diminutos cráteres en el suelo del bosque.
                    Una cuarta criatura, cerca del centro del abanico yace de costado, Aún respira pero está herida de muerte, la espesa sangre morada mana de entre las placas del abdomen y encharca y envenena el suelo a su alrededor. Hay fragmentos de cristal por todas partes.

                    Kathia está contra la pared atrapada justo en el centro del semicírculo que han creado las paranoias, respirando entrecortadamente y con tanto esfuerzo que Nessa puede oírla perfectamente desde su escondite. Casi no reconoce a su hermana pequeña. Tiene una espantosa herida en la cara, una supurante úlcera morada y marrón que le cubre el lado derecho del rostro. Sujeta los restos del puñal de vidrio entre sus manitas abotargadas que, tan infectadas como su cara, son como dos manojos de pústulas blancas y violetas. Temblorosa y febril, a duras penas consigue sostener en alto el cristal destrozado, que emite una lastímera vibración que se desvanece a cada instante. Es el séptimo y último tono de la magia de protección del puñal, la última esquirla de defensa que le queda a la niña.

                    Nessa se muerde el interior de la boca con fuerza y ahoga las lágrimas, incapaz de apartar la vista de las heridas de su hermana. El dolor que provocan esas pústulas es brutal, ha visto a adultos cuatro veces el tamaño de Kathia aullar de dolor por un corte poco profundo en un brazo y caer inconscientes por un mordisco al sucumbir a las fiebres. Kathia tiembla y se tambalea, pero se mantiene firme y en silencio. La mirada fija en sus verdugos, respirando con dificultad. Decidida a morir matando. No puede creerlo ¿Es Kathia de verdad?

                    Al puñal apenas le queda magia, las paranoias se impacientan. No le queda tiempo. Saca de su zurrón la bolsita de Úrsula y susurrando con voz entrecortada, recita el conjuro más poderoso que se atreve a recordar, uno que le ha visto hacer a los adultos en las fiestas de la cosecha. Las últimas sílabas se convierten en un improvisado grito de guerra al cargar de un salto desde su escondrijo, sorprendiendo a las bestias.

                    – ¡Udgarda faoris! – Chilla mientras con un gesto arroja un gran puñado de polvo en un arco que estalla en llamas rojas y verdes, cubriendo de lleno a dos de las paranoias y espantando a la tercera, que se escabulle bufando.

                    – ¡Nessa! – La pequeña grita y tose entre espasmos por el esfuerzo.

                      Nessa recorre a la carrera los últimos metros que la separan de su hermana y se revuelve con la mano de nuevo dentro de la bolsa, preparada enfrentarse a las paranoias. Pero la sorpresa combinada de la emboscada y las llamas han hecho su trabajo, apenas tiene tiempo de ver perderse entre la espesura a las dos criaturas restantes, que todavía brillan ligeramente por el fuego que cubre sus lomos.
                      Espera hasta estar segura de que se han marchado definitivamente para retirar la mano de la bolsita y respira por fin, aliviada. Se gira hacia su hermana. Las heridas tienen peor aspecto desde tan cerca.

                      – Kathia…

                      – Nessa…

                      – ¿Kathia, estás bien?

                      – Si – Miente la niña. Tiene los labios cuarteados y púrpuras. Jadea con dificultad.

                      – Kathia, Kathia, Kathia ¿Porqué?

                      – Porque pensé que si traía las fresas, ya no estarías enfadada conmigo porque yo sí me comí la tarta que hiciste para mamá.

                        Nessa rompe a llorar y se abalanza sobre su hermana y la abraza, con tanta fuerza que Kathia suelta el puñal con un chillido de dolor. Nessa se disculpa y la besa en la mejilla buena. Ambas lloran y se abrazan con cuidado. Kathia se derrumba y Nessa tiene que sujetarla. Qué poco pesa, y que pequeña es. Y que caliente está.

                        – ¿Kathia, te han mordido?

                        – ¿Qué? – Responde la niña, agotada.

                        – ¿Te han mordido, Kathia? ¿Y el ungüento?

                        – No – Señala con dedos abotargados cerca de la paranoia caída. – Ahí, en la cesta.

                          Nessa deposita a su hermana con suavidad en el suelo, apoyada en la pared, y se dirige hacia el cadáver. En efecto, a un lado de la bestia se encuentra la cesta, a rebosar de fresas ahora desparramadas por el suelo. Ha debido de estar horas buscando. Secándose las lágrimas recoge el frasquito. Está milagrosamente intacto.

                          – ¿Las fresas están bien? – oye preguntar a la pequeña, apenas con un hilillo de voz.

                          – Si, están estupendas. Son perfectas Kathia, has recogido muchísimas. Mamá se pondrá súper contenta. – Endereza la cesta y recoge los frutos, devolviéndolos dentro.

                          – ¿Y tú?

                            Vuelve con su hermana y la acomoda con su capa a modo de improvisada almohada.

                            – Yo estoy súper contenta, Kathia. Lo siento. Lo siento mucho….yo…

                            – Te quiero mucho, Nessa.

                            – Y yo a tí Kathia. Te quiero mucho.

                              Para cuando termina de aplicarle el ungüento en las heridas ya ha oscurecido casi del todo. Ha tenido que rajarle las mangas de la camisa con la daga porque no podía sacar los brazos de tan hinchados que estaban. Kathia ha gritado y ha llorado y ha chillado. Pero ha aguantado consciente todo el proceso.
                              Ahora duerme, arropada en las capas. La inflamación casi ha bajado del todo, aunque la piel aún tiene un tono enfermizo. Con los cuidados de Úrsula es probable que casi ni le queden cicatrices. Nessa mira a su hermana pequeña, a la paranoia muerta, a la cesta de fresas y de nuevo a su hermana. Ha conseguido lo imposible. Es asombroso. Sonríe con orgullo y adoración. Su hermana es increíble.
                              Mete la mano en la bolsita, y recitando las palabras mágicas lanza un puñado al cielo que sale despedido hacia arriba como un cometa, estallando en mil pétalos de rosa y azul. Están juntas, están a salvo y pronto estarán de nuevo en casa.

                              Y harán dos tartas. Una para su madre, y otra para Kathia.

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