porno halloween party

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Maleni

14/07/2020

Tenía los ojos inyectados en sangre, por eso no se quitaba las gafas de sol mientras hablaba conmigo. Estábamos en un tugurio de mala muerte, me acababan de despedir y estaba ahogando en alcohol la frustración de no haberle partido la cara a mi jefe antes de irme. Me resultaba difícil reconocer que eran las cuatro de la tarde y no las cuatro de la mañana, a juzgar por la oscuridad reinante, por el tipo de fauna que había allí y por mi propio estado, después de tres whiskys y seis cervezas. No me suelo perder por clubs de alterne pero quería beber sin miradas curiosas hasta perder el sentido y vaya si lo estaba consiguiendo. El entró tambaleándose, pensé que iba tan borracho como yo. Lo vi dudar unos instantes entre irse al fondo de la barra o sentarse en el taburete libre que quedaba a mi lado. Optó por lo segundo, imaginé que tendría ganas de hablar y como yo estaba dispuesto a escuchar cualquier gilipollez con tal de quitarme a mi jefe de la cabeza, en seguida entablamos conversación. Estaba esperando a una mujer. Me contó que aquella iba a ser su última cita, muy a su pesar porque era la mujer que le había enseñado lo que era “el deseo en mayúsculas”. Se le veía impaciente, mirando de vez en cuando su reloj aunque sin poder ver la hora con las gafas de sol en aquella oscuridad, bebiéndose un whisky tras otro como si fuera agua, el tío, y mirando hacia la puerta, sin dejar de hablar.

– ¿Te suena la marca SATYR? – Me preguntó mirándome a los ojos. A mí no me sonaba de nada.- Son juguetes eróticos – Me aclaró. En aquel tugurio y borracho como estaba, no me pareció una pregunta fuera de lugar.

– No tengo ni idea del tema. –Balbuceé. Decidí no beber más whisky esa noche.

– Yo soy buen cliente de Satyr. Participé en el sorteo de una invitación a una fiesta porno/halloween privada, “un evento exclusivo al más alto nivel” , anunciaban. Nunca pensé que me pudiera tocar a mi. Una semana antes de la fiesta, un mensajero me trajo en un sobre de seda granate la invitación personalizada, una preciosidad, con letras góticas doradas sobre fondo de terciopelo negro.- Dejó un momento de hablar, palpándose los bolsillos de la chaqueta hasta dar con el tabaco. – Aquí se puede fumar, es el menor de los vicios.¿ Quieres?- Me alargó el paquete de Camel. Yo negué con la cabeza. Intentaba hablar lo menos posible, por si se me trababa la lengua. Soltó la primera calada y continuó hablando.

– Aquello tenía nivel. Yo ya me imaginaba en la fiesta rodeado de chicas, con poca ropa, ganas de alternar y curadas de espanto. Estaba impaciente por que llegase el día. Y al fin llegó. Una limusina negra de cristales tintados me recogió la noche de Halloween. Yo me había vestido de negro de pies a cabeza, traje, corbata, camisa, calcetines y zapatos, hasta los calzoncillos. Entregué la invitación al chófer, que me vendó los ojos antes de subir al coche. En la invitación ya me habían advertido que sería así. No me dirigió la palabra en todo el trayecto. A los cuarenta minutos (eso sí, controlé la hora de salida y la de llegada a la casa) el coche se paró. Cuando me quitó la venda me encontré en una zona residencial, frente a la lujosa entrada de un chalet que parecía más bien una fortificación, rodeado de altos muros y con cámaras en las esquinas.-

Apuró su whisky y me ofreció compartir otra ronda. Desistí una vez más sin hablar, con un gesto de la mano. Quería recobrar la sobriedad, me interesaba más escuchar su historia que continuar bebiendo. Yo procuraba no distraerlo, me tenía intrigado. Pidió otro whisky para él y continuó hablando.

– Antes de que pudiésemos tocar el timbre un cachas nos abrió la puerta, vestido de negro como yo, con un pinganillo en el oído. Nos condujo directamente al jardín. Atravesamos varios salones vacíos espectacularmente decorados, con cientos de velas, tules negros derramándose desde las lámparas de araña hasta el suelo y niebla artificial que nos llegaba hasta los tobillos. Una pasada, yo estaba impresionado. Todo el mundo estaba en el jardín, calculé debía haber unas treinta personas, charlando en pequeños grupos. Algunos estaban junto a la mesa en la que se ofrecía el cocktail de bienvenida, un brebaje de color rojo sangre. Otros paseaban en parejas por zonas más discretas y oscuras, perdiéndose hacia lo que parecía ser un laberinto vegetal. El agua de la piscina también era roja. Con las luces encendidas parecía un inmenso rubí brillando bajo la noche sin luna. Algunos perros grandes se paseaban entre la gente, creo eran tres, luego me daría cuenta de que aunque estaban domesticados eran auténticos lobos. Me bebí dos cócteles seguidos, para ambientarme. Estaban bien cargados de alcohol. Con el tercer cocktail en la mano me encaminé hacia el bar de la piscina. Allí estaban apostados los tipos descolgados como yo. Una mujer pantera atendía la barra recorriéndola de punta a punta como un animal enjaulado. Sus movimientos eran felinos, la cola acompañaba el ondulante movimiento de sus caderas. Me senté en un taburete y observé con atención a los invitados. Señores maduros y chicas jóvenes, la fórmula perfecta. De repente sentí un soplo de aire en la nuca. Me di la vuelta y me encontré con unos ojos de rubí clavados en los míos. Era la vampiresa más sexy que yo había visto en mi vida. Instintivamente me puse de pie, para ofrecerle mi asiento. Me sacaba un palmo, sobre sus zapatos de tacón de aguja. Aceptó el ofrecimiento mostrando una sonrisa de blancos y afilados dientes. No parecía muy habladora. Me gustó que fuese así, un gesto vale más que mil palabras. El body negro de encaje transparente le sentaba como un guante. Dejaba entrever la lencería fina, también negra, que resaltaba a la perfección sus pechos turgentes y un estómago liso donde reinaba el ombligo que mi lengua ya deseaba. Sin dejar de mirarme, clavó la uña de su dedo índice en la mano que yo tenía apoyada en la barra hasta que brotó la sangre. No sé si fue por el alcohol ingerido o por el deseo que me despertaba aquella mujer, el caso es que no me dolió en absoluto. Le mantuve la mirada, sin hacer el más mínimo movimiento. La melena negra y salvaje se derramaba por su espalda. Acto seguido se dio la vuelta y avanzó unos pasos hacia la casa. Sus nalgas eran perfectas. Se dio la vuelta invitándome sin palabras a seguirla. Asi lo hice, después de apurar la copa. Desde la sala central se abría una espectacular escalera elíptica que subía al primer piso, la barandilla de hierro estaba rematada con una cabeza de dragón de fauces amenazantes. La seguí, como las ratas siguieron al flautista de Hamelín, hechizado por sus movimientos, hipnotizado por el vaivén de sus nalgas y su melena.

Entró en el dormitorio sin encender la luz y yo detrás de ella. Una farola del jardín mantenía la habitación en una penumbra cómoda. No me podía creer la suerte que estaba teniendo aquella noche. Estaba abierto a cualquier proposición que me hiciera la vampiresa. Del dosel de la cama de hierro colgaban cuatro cintas de cuero negro, dos en el cabecero y dos en los pies, preparadas para hacer un bondage. Me empujó sobre la cama y empezó a desvestirme, sin dejar de deslizar sus uñas por mis antebrazos, muslos y torso, donde se entretuvo en pellizcarme los pezones. Me marcó todo el cuerpo con sus arañazos. Cuando me tuvo en pelotas me ató y se sentó a horcajadas sobre mí. Yo notaba mi sangre bombear frenéticamente y el deseo que esto provocaba en ella. Empezó a lamerme las clavículas, el cuello. Con un gesto preciso introdujo mi pene en su cuerpo, lo sentí ardiendo dentro de ella. Estaba dispuesto a subir al cielo o a bajar al infierno, lo que reclamara la noche. Una oleada de placer tensó mi cuerpo cuando clavó sus colmillos en mi cuello. Creí que iba a morir de gusto mientras la sangre abandonaba mi cuerpo. Pero al poco separó sus labios, irguiendo el tronco mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano. El carmín permaneció intacto. Dijo que era suficiente por esa noche, que no quería llegar a más en la primera cita. Yo estaba como loco por que siguiera, pero estaba claro que era ella la que mandaba. Me desató y desapareció mientras yo me vestía. No la volví a ver más aquella noche.

Regresé a la barra de la piscina donde continué bebiendo para acabar borracho tumbado en una hamaca del jardín. Me desperté en el portal de mi casa, helado de frío y con una resaca del copón. En algún momento de la noche había potado, tenía los zapatos salpicados de vómito.-

Apuró el cuarto whisky. Estuvo unos instantes callado, quizás esperaba que yo le hiciera algún comentario. De su relato me lo podía creer todo excepto lo del acto vampírico, quien no se ha llevado alguna vez un mordisco más fuerte de lo deseable o un ingrato chupón que ocultar durante días. Pero de eso a que le chuparan la sangre… Se estaba quedando conmigo. Yo continuaba en silencio, por si añadía algo más.

– Desde entonces he perdido la calma. Han pasado tres días y apenas me entra la comida, no duermo, su imagen se ha instalado en mi mente, no puedo pensar en nada más. Solo deseo volver a aquella habitación, a aquel momento, a terminar lo que dejamos a medias. Ayer soñé con ella, sonriente, lujuriosa, sobre una cama en llamas. Me citaba por fin, en este bar, “para llegar hasta el final”, decía en el sueño.-

Volvió a mirar hacia la puerta y le cambió la expresión de la cara. Yo también miré hacia la puerta. Allí estaba ella, su esbelta silueta recortada por la luz de la calle, la melena salvaje, los tacones de aguja. El peligroso movimiento de sus caderas mientras avanzaba hacia nosotros. El estaba petrificado, boquiabierto, esperándola. Entonces lo vi. Cuando se levantó del taburete y se puso de pie para recibirla vi las dos pequeñas marcas en su cuello. Ella no se acercó más, desde la mitad de la sala hizo un gesto con la mano. El pagó todas las rondas y se marchó tras ella sin despedirse. Creo que se dejó el abrigo, o eso comentó el camarero. Era una mujer impresionante. En la oscuridad del bar sus ojos brillaban como rubíes.

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