EL REENCUENTRO

Engullo la ensalada, a la vez que miro con odio al teléfono que no deja de sonar. Me limpio con la manga los restos de aceite que me caen por la barbilla y cojo el móvil. ¡Me irrita tanto ese sonido!

── Sí, ya voy a por mamá y se queda en mi casa ── contesto.

──¡Ni comer puedo! ── grito, aunque sé que nadie me oirá.

Agarro el bolso con tal cólera, que se desparraman todas las cosas, pillo las llaves y el monedero y dejo el resto por el suelo. ¿Qué importa eso ahora?

Uf! Había quedado con Tanu a las tres para hablar. ¡Me relaja tanto! Menos mal que me he acordado. Le escribo un mensaje diciéndole lo que ha pasado y que en cuanto pueda me conectaré. Me doy cuenta de que si vuelvo después de las seis, en la India será tarde. ¡Qué rabia! ¡Madre mía que complicación!

Abro la nevera y me meto en el bolsillo los restos de la tableta de chocolate que siempre me ayuda a serenarme y, hoy, lo necesito.

Mientras bajo a la calle a tratar de arrancar ese tastarro de veinte años que nadie se explica cómo sigue moviéndose, voy pensando todo lo que me caerá encima. ¡Ahora que me había librado de Paco y atisbaba un poco de paz! ¿Qué voy a hacer? ¡Nunca me he entendido con mi madre!

En el camino, recuerdo el último día que la visité. Cómo me gritaba: “Una mujer tiene que estar con su marido y nada de reuniones de trabajo, viajes y amiguitos. Ya te lo he advertido durante años”. ¡Yo no tenía la culpa de mi separación! Se había ido con otra, pero según mi madre, era por mi manía de sentirme libre. Aún veo con que odio la miré cuando me contó que Paco había ido a verla. Le había contado todo. Me los imagino criticándome sin pudor. ¡Parece mentira! A ese tipejo le daba tapers de comida cada dos días y a mí ni me llamaba. En la cocina le tiré la tortilla de patatas que estaba haciendo. Ahora me rio, ¡qué escena, para una película!

Un coche me pita, sin darme cuenta me he parado en un ceda el paso. Cuando llego al hospital, intento abrazarla y ella se retira, como siempre. Está lloriqueando y no deja de quejarse. El médico está de pie mirándola y sin saber qué hacer. Nos dice que le ha dado el doble de tranquilizantes y nos da una caja. Ella es así, le comento, a lo que mi hermano tiene que apostillar: le duele, se ha roto la muñeca y, mirando al doctor, me señala y dice: ella es la dura de la familia.

Me doy cuenta de que es la mano derecha, habrá que ayudarla en todo. Pienso. En ese momento, por primera vez, noto un sentimiento de pena hacia ella: es la anciana que yo seré. ¡Cómo nos parecemos! ¡Qué pena que no haya salido a mi padre!

Cede a cogerme el brazo. Aparentemente se ha tranquilizado. La meto en el coche y le abrocho el cinturón, parece ser que le roza la mano y empieza con sus reproches. Cómo si no oyera nada, nos despedimos de mi hermano, que sigue diciendo “entiéndelo, entre los niños, el perro y ya conoces a mi mujer…” Él es el bueno de la familia, pero siempre que hay problemas no puede hacer nada. Ella le tira un beso por la ventanilla y empieza a llorar. ¡Hay que fastidiarse!

Llegamos a casa y casi se tropieza con todos los cachivaches del bolso que siguen en la entrada. Protesta constantemente por los muebles y los colores de las paredes. Empiezo a pensar que nunca se ha molestado en venir. Siempre estaba enferma y había que ir a visitarla. ¡Qué pena de vida! ¿Cómo ha podido aguantarla mi padre?

Decido aparcarla en un sillón y poner la tele para descansar un ratito. Con la excusa de que tengo que llamar, me voy a mi habitación. Abro el ordenador y veo que tengo un mensaje de Tanu, “Cariño, paciencia, voy a casa de mis padres, hablamos esta noche, besos”. Me tumbo en la cama, la cabeza me estalla. Me arrepiento y me voy a la sala con ella. Le doy el mando y cambia a una emisora que emite esos programas que odio; se me ocurre comentarlo y ya no quiere encenderla, y se pasa el rato mirando al techo y quejándose.

Tengo ganas de estrangularla cuando dice: el teléfono, seguro que es tu hermano para ver cómo estoy. Se lo paso e inmediatamente le está contando lo de la tele, que se va a la habitación y que no quiere cenar. Primero parece que es porque el hospital le ha angustiado y luego también para no molestar. Él protestando y dando órdenes pero no soluciones. ¡Qué les den! ¡No puedo oír más! Me voy a la cocina a tomar una infusión.

Cuando vuelvo se ha encerrado en el dormitorio. Al ir a preguntarle si quiere algo, me doy cuenta que oigo voces, me quedo en la puerta, no me atrevo a entrar. Es su voz, pero no parece ella, está hablando por teléfono amablemente. Pienso que nos estamos volviendo locas.

Yo también me voy a mi habitación, para hablar con Tanu. Tengo que desahogarme, aunque sé que él no puede entender que sea un problema tener a una madre en casa. Incluso me comenta que cuando venga podrá ayudarme. En su cultura veneran a los mayores.

No sé cómo decirle a mi madre que tengo un novio indio y que vendrá dentro de siete días. Seguro que su religión va a ser otro tema de enfrentamiento y además pensará que la quiero echar por mucho que insista en que él estará más en casa y tendrá más compañía. Llamo a su puerta y se lo cuento de sopetón.

Me sorprende ver que me escucha y no lloriquea como siempre. Me dice tranquilamente que se alegra y empieza a hacerme preguntas:

─¿Y me dices que es indio o hindú?, ¿cómo se dice?

─Es indio, de la India, e hindú por su religión ─ le contesto asombrada.

─¿Cómo se llama?

─Tanu.

─¿Tanu?─ repite ella.

─Sí, significa la fuerza del león. Espiritualmente es muy fuerte.

─¿Cómo lo conociste?

Estoy alucinando, es la primera vez que se interesa por mi vida.

─¿No te acuerdas? El año pasado fui a la India.

─!Ah! Sí, es verdad te ibas todos los veranos lejos.

─Fue el destino. Los dioses nos ayudaron─.

─¿Cómo? ¿Cómo? Cuenta.

Estábamos en un templo jainista en Ranakpur, una maravilla, no te lo puedes imaginar. Me había quedado rezagada mirando tanta belleza y quería tener un recuerdo de una estatua que era un elefante enorme. Detrás de mí, estaba sentado en el peldaño de una escalera un señor, al principio me dio corte molestarle, pero luego pensé que el no ya lo tenía y le pedí que me hiciera una foto. Empezó a explicarme todo el templo, en cada rincón había una anécdota. Su voz me iba envolviendo, yo notaba que se metía en mi mente y la iba transformando. Una mano de una compañera de viaje me hizo volver a la realidad y nos despedimos. No pude olvidar: esa serenidad de su cara, todo lo que me había explicado, esa forma de ver la vida y la muerte.

Seguimos el viaje y, ya en Delhi, sentado en el suelo de un templo Sij, estaba él en pose contemplativa. Era un sitio increíble, un antiguo palacio de mármol blanco con cúpulas doradas. Había un comedor enorme donde todo el mundo estaba invitado, independientemente de la religión que profesase. Yo estaba extasiada por la paz que emanaba ese lugar, por los colores de los turbantes, los saris… No lo pensé y puse mi mano en su hombro, la recubrió con la suya, y entonces sentí que hubo magia. Nos quedábamos tres días en la ciudad y tuve un guía maravilloso.

─¿Y luego?

─Whatsapp y videoconferencias, hicieron que pudiéramos hablar, hablar, y conocernos como si hubiésemos estado toda la vida juntos.

─¿Os habéis vuelto a ver?

─Sí, Tanu pudo venir en octubre una semana y luego nos vimos en Roma; él tenía un congreso y yo aproveché el puente de diciembre. En Navidades volví a la India. !Os lo conté en la cena de Nochebuena!, La verdad es que no preguntasteis nada. Ahora viene la próxima semana.

Mamá, me ha cambiado la vida, ahora estoy feliz. Él me da tanta paz. Tú ya me conoces, siempre me enfadaba por cualquier cosa y ahora siento que estoy serena.

Riéndose como hacía años que no la veía me dice: “estás enamorada, como yo”.

¿He oído bien?, pienso. La miro y como si hubiera leído mi pensamiento, me repite: “sí como yo, yo también estoy enamorada. ¡Qué tu padre me perdone! “.

La abrazo, ella se agarra muy fuerte a mí. ¿Lo estoy soñando? No recuerdo en veinte años ningún gesto cariñoso de mi madre.

─Cuenta, cuenta. Ahora te toca a ti─ le digo con una sonrisa que cubre toda mi cara.

─No me atrevía a decíroslo, me quiero ir a vivir con Juan. Ya lo teníamos pensado y ahora la caída… Por eso lloraba.

─¿Quién es Juan? ─ pregunto con todo el desconcierto del mundo.

─Mi novio ─ contesta entre sollozos.

Me doy cuenta de que es con el que hablaba amablemente.

Consigo tranquilizarla y, sin apenas preguntarle, habla y habla.

─Le conocí hace medio año, en el supermercado del Corte Ingles. Ya sabes que a mí me gusta merendar galletas untadas con mantequilla de Soria; esas de chocolate redondas que tienen allí.

Yo asentí, aunque no tenía ni idea de sus gustos.

─Sigue, sigue.

─Bueno, pues las galletas las habían puesto en el estante de arriba y no llegaba. No encontré a ningún chico del supermercado y subiéndome en el primer peldaño me aupé. Tiré todo lo de abajo, me caí, un desastre. Juan estaba enfrente y enseguida me ayudó a levantarme, a recoger todo y salimos juntos. Como me encontraba algo mareada y con un rasguño en la mano que me sangraba, me llevó la compra hasta casa.

En agradecimiento y, porque estaba un poco atontada, le dije que si quería tomar un café.

─¿Tú? ¿Invitando a un extraño?

─Te lo confieso, me gustó su cara, de esas redonditas y era tan suave su voz. ¿Qué piensas, que las viejas no nos fijamos?

Su sonrisa pilla no cabía en su rostro contraído por el dolor de la muñeca, pero ella ni se acordaba.

Nos echamos a reír.

─Mamá, ¡no me lo puedo creer!

Yo cada vez estaba más alucinada y más intrigada y le pregunté: “¿Y luego?”

─Él es un señor muy educado y en correspondencia me invitó a merendar en una cafetería. Quedamos al día siguiente. Era viudo como yo y los dos necesitábamos compañía. Dijo muy bajito como si no quisiera decirlo

Fíjate le he hablado mucho de vosotros. Yo soy otra con él, nos reímos mucho.

De camino a la cafetería pasamos por el Retiro y Juan se conocía todos los árboles, cada uno tiene una historia. Me dijo que había muchos más y que podíamos quedar al día siguiente. Hemos ido más de quince veces y paseando hemos hablado de todo, incluso de religión y no te lo creerás pero me gusta más la suya que la mía.

─¡Mamá!─ grito.

Le propongo preparar unos sándwiches y seguir la conversación. Mi estómago me advierte que necesito parar.

Mientras unto el queso y pongo el jamón de york, me parece que lo estoy soñando. Con unas cervezas que admite sin reproche, vuelvo a su cuarto.

─Cuéntame lo de la religión.

─¿Tú también te has cambiado? Me salta a bocajarro.

─ Hace mucho que no tengo ninguna─ digo con toda normalidad.

─ ¿Y tu novio, también es ateo? ¿Cómo se llama?, ¡qué cabeza, se me ha olvidado!

─ Tanu. Es hinduista, pero no fanático.

─ ¿Y por qué te parece mejor la religión de Juan? ¿Qué es?

─Es budista. No sé mucho, me ha explicado que puedo vencer mi sufrimiento: si yo amo, mi cabeza produce amor. Juan siempre intenta buscar por qué hacemos las cosas, nunca dice que es pecado y te van a castigar. Solo piensa en lo que pasa hoy y nada más. Él se pone a meditar, creo que es así. ¡Es tan bueno! Es el amor de mi vida. Afirma toda segura.

─ Están muy bien esas ideas. El hinduismo es parecido, digo mientras le animo a comer y a beber. Está tan ensimismada que no ha probado bocado y yo siento que estoy cansada pero sigo, la curiosidad me puede.

─¿Juan? ¿De dónde es? ─ le pregunto.

─Su nombre es Guang y es chino ─ me dice con suavidad.

Suelto una carcajada y la abrazo. ¡Teníamos el mismo problema! ¡Qué testarudas somos las dos!

Siento una alegría enorme por mi madre mezclada con tristeza por mi padre; ella dice que Juan es el amor de su vida.

Me cuenta que esta tarde le ha llamado. Juan quiere que se vaya a su casa, él la cuidará. Y llorando añade: No lo vais a entender. ¡Qué tristeza!

─Mamá, te comprendo, como nunca.

Venga que hemos tenido un día duro, con la cervecita y el analgésico vas a dormir estupendamente.

La miro y no veo a mi madre. Es como si el amor hubiera borrado su odio acumulado en todos estos años

En ese momento, me da pena que se vaya. Le prometo que mañana le ayudo a recoger sus cosas y que iré a visitarla a casa de Juan. Le propongo una comida los cuatro cuando venga Tanu, seguro que se van a llevar muy bien. Asiente encantada.

La beso. !Un beso de buenas noches a mi madre! ¿Estaré soñando?

Pero cuando al despedirse me dice: sí, ven a verme que ya sabes que yo siempre estoy enferma, me derrumbo. Me voy a mi cuarto pensando: ¡Pobre Juan! ¡Pobre Guang! En el fondo, las personas no cambian.

No puedo dormir, toda esa conversación envuelve la oscuridad de la noche, a veces la ilumina y otras produce una sombra de irrealidad.

Tengo que contárselo a Tanu. Él ya estará despierto. Enciendo el ordenador, pero hoy no puedo. Caigo rendida en la cama, sueño con mi madre.

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