Carlos era mi amigo, compartí con él casi todo, el tiempo, el coche, el pueblo, las confidencias, los calimochos y hasta los besos con la misma chica cuando tuvimos dieciséis. Juntos aprendimos a conducir, a esquiar, y a manejar el carburo cuando nos apuntamos al grupo de espeleología de la Standard. Nos gustaba explorar cuevas. Ese año los dos hacíamos la mili en el mismo cuartel. A él le tocó ser cartero.

En el batallón de zapadores donde estábamos, los mandos sabían que era mi amigo, por eso me encomendaron a mí pesar, recoger el macuto oficial de su seiscientos, dos días después del accidente que le costó la vida.

El coche estaba en el desguace de la carretera de Extremadura, cerca del cuartel. No me atreví a entrar. Por la ausencia de cristal de la ventanilla derecha, pude acceder al asiento del copiloto y a la guantera. En el primero estaba el macuto, vacío de cartas, y en la guantera encontré los papeles del coche, dos sobres cada uno de ellos con una carta, y un libro. A Carlos le encantaba leer. Cogí todo y me alejé deprisa.

Al rato, de vuelta al cuartel observé los sobres. Uno de ellos iba dirigido a mí amigo.

Cuartel Capitán General Muñoz Grandes

A la atención de Carlos García Albarrán

Batallón de Zapadores

Paseo Extremadura 441

Madrid

Extraje la carta que contenía el sobre y comencé a leerla.

Salamanca 21 de octubre de 1975

¡Hola Carlos!

Ayer recibí tu carta, la esperaba, estaba intrigada por lo que me dijiste el domingo antes de volverte a Madrid.

Por lo que me has venido contando y sin conocer a esa chica venezolana, de la que nunca me dijiste su nombre, creo que habéis hecho bien en dejarlo. Al final, has puesto en práctica lo que piensas que, la búsqueda de la libertad debe estar por encima de todo, y coincido con lo que me has dicho alguna vez de que, la felicidad y la libertad las tenemos que encontrar en nosotros mismos y no al lado de nadie.

Yo también creo en la libertad y la busco cada día, pero al final de cada jornada no sé hasta qué punto puedo decir si esto o lo otro, lo he hecho libremente. Es tan grande el efecto de emulación hacia las personas que tomamos como referentes, que me hace dudar si las decisiones son realmente mías.

Te confieso que a mí, me ocurrió lo mismo, salí con un chico hace tres años, cuando cumplí los quince y acabó por parecidas razones. Me sentía privada de libertad, no salía ni con Luisa, ni con Tinita, mis mejores amigas a las que ya conoces, y cada vez que iba al pueblo, trataba de no relacionarme con otros chicos, porque a Iván, que era como se llamaba, le molestaba y hasta se enfurecía por ello. Descubrí que era un celoso enfermizo, pero dada mi inexperiencia, pensé que eso era normal. Cuando acabó, también lo hizo la amistad y tú que conoces bien mi sentido de esta, comprenderás que fue un golpe para mí.

Pero afortunadamente te he conocido y tú me has ayudado mucho, inconscientemente quizás, pero he recuperado nuevamente el sentido de ese maravilloso concepto. Espero que no interpretarás esto como una petición de que salgas conmigo, pero me tienes para todo lo que necesites, sin excluir nada, así veo nuestra amistad, y cada día la siento más fuerte. Te sorprenderá que te mande un libro, pero cuando quiero a una persona y estoy a gusto con ella, pienso, ¿por qué no hacerle un regalo? y, sin más, fui a Galatea en la calle Libreros y lo compré. Yo ya había leído Camina o Revienta y recuerdo que me gustó mucho. Se respira en cada una de sus páginas su lucha por la libertad. Pero bueno, léelo y comentamos.

En cuanto a la elección para enlace sindical, te felicito, pero no sé si alegrarme, porque pienso que es un camino que puede generarte más problemas que satisfacciones y más estando haciendo el servicio militar.

Por cierto de la mili nunca me cuentas nada, seguramente porque no quieres hablar de lo que te fastidia hacerla. Te mandé la carta con el libro al cuartel, porque como me dijiste que eras el cartero del batallón, así tendrás una que no tengas que repartir y te podría hacer ilusión.

No te llame el sábado porque creía que estabas acuartelado con lo de la enfermedad de Franco. La verdad es que particularmente estoy de Franco y su enfermedad hasta las narices, no me entra en la cabeza por mucho médico que tenga alrededor, que con la cantidad de cosas que dicen que no le funcionan pueda resistir. Pensando humanitariamente, no entiendo tener a una persona tanto tiempo así, sabiendo que en el momento que le quiten los aparatos va a morir, y lo que es peor, están retrasando un futuro para España que antes o después tiene que venir, quieran o no quieran. No sigo, que me enrollo con la política de mala manera.

Por aquí, no pasa nada, “nunca pasa nada”, salvo que hay varias universidades cerradas por las huelgas, entre ellas la Pontificia, alguna que otra manifestación disuelta por los grises y la detención de un estudiante con próximo juicio en el TOP.

Por último, decirte que me encantó tu última carta. Por la noche soñé con cada párrafo.

Un abrazo muy fuerte de tu amiga para siempre ¡lo prometo! y pase lo que pase.

Raquel

Posdata.- Me encantará verte pronto, o sea dile al del taller que te arreglen el coche y te vienes el próximo fin de semana. En casa tengo sitio de sobra, porque mis tíos se suelen ir al pueblo los viernes hasta el domingo. Mi teléfono, ya lo sabes 21-46-40.

El otro sobre, este escrito con letra conocida, iba dirigido a Raquel.

Raquel Martin

c/ Obispo Jarrín nº 4-2º

Salamanca

Era la contestación de Carlos. Extraje la carta y también la leí.

Madrid 27 de octubre de 1975

Buenas noches Raquel:

Hoy he recibido tu carta, y no he podido esperar a contestarte. Mañana mismo cuando vaya a recoger el correo del batallón, te la enviaré.

Me has dado una gran alegría dirigiendo la carta al cuartel. Cuando voy a Correos y recojo todas, nunca suelo mirar quienes las reciben; me parece una especie de intromisión en sus vidas, aparte que somos doscientos en cada una de las dos compañías que componen el batallón, y se reciben todos los días una media de sesenta cartas. Ya me gustaría no tener esos principios, porque me habría ahorrado el cachondeo que se ha armado. Te cuento. Yo normalmente cuando llego al cuartel se arma un revuelo. ¡El cartero! ¡Ha venido el cartero! Entonces me subo a una especie de altillo por el que se entra a cocinas, y en voz alta voy nombrando a los destinatarios de las cartas. Los compañeros atentos, me escuchan tres escalones abajo. Pues bien, cuando ya casi no quedaban que repartir más que cinco, más o menos, canto en voz alta, igual que las anteriores mi propio nombre, ¡joder pero si ese soy yo! , se me escapó también en el mismo tono de voz. El “descojono” ha sido mayúsculo de todos los compañeros reclutas que estaban allí y, cuando al mirar el remite veo tu nombre, me ha dado una alegría inmensa mezclada con un cierto escalofrió en el estómago. Vamos que me quede en blanco y los compañeros que aún estaban, tuvieron que recordarme que quedaban unas cuantas por repartir.

Siempre logras sorprenderme y eso me gusta, como ha sido el regalo del libro. Es el mejor regalo que pueden hacerme, la lectura. Mis padres siempre me están regañando cuando voy al servicio por lo que tardo, y es que me gusta leer hasta en el cuarto de baño.

Lo que me ha encantado de verdad, es el contenido de tu carta, y por eso no podía esperar a mañana para contestarte. No sé si sabré expresar lo que siento. ¡Es tan difícil encontrar las palabras adecuadas cuando quieres decir algo relacionado con los sentimientos!

Antes, contarte que la chica venezolana con la que salí se llama Ana, nació en Caracas, pero sus padres son españoles, gallegos que emigraron al parecer en los años cincuenta. No sé porque nunca te dije su nombre, quizás porque al pronunciarle podía romper algo en esta relación tan especial que tenemos. No lo sé, la verdad. El otro día nos volvimos a ver en la Facultad de Económicas. Lo que sí te dije, creo, es que estudiaba lo mismo que yo, un curso posterior. Estaba convocada Asamblea General de Estudiantes para elegir representantes ante el claustro, que dicho sea de paso, me han elegido junto a otros cinco compañeros en una de las tres candidaturas que nos presentamos, o sea que me he liado un poco más, pero bueno como tu decías, Franco se muere y esto cambiará quieran o no quieran y, somos muchos como tú y yo, los que soñamos con una España más justa, más libre y llena de oportunidades y es lo que pienso en esta especie de fábrica de sueños que hoy ocupa mi cabeza. Por eso, tenemos la obligación de implicarnos en este momento de nuestra vida, pero bueno como tú bien dices en tu carta, no sigo, que me enrollo de mala manera con la política.

Bueno, pues lo que te decía, coincidí con Ana y tuve la sensación que el chico que la acompañaba era algo más que un compañero. Creo que le ha durado poco tiempo el disgusto, pero fíjate y te lo digo muy sincero, al pensar eso, sentí que me alegraba por ella, y también por mí.

Cambiando de tema, el libro me está gustando mucho, por las verdades que expresa, como esa de “Primero hay que luchar por el pan, porque sin pan no hay libertad que valga”. Cuando lo acabe, que espero hacerlo antes de vernos, lo comentamos.

Por último, decirte que después de leer tu carta varias veces dudo que esta noche pueda dormir siquiera, pero pongo una coma en vez de un punto, porque quiero contarte algo, y espero que me creas. Tengo unas piedras pequeñas, negras, suaves, que cogí hace meses, en una incursión de espeleología a la cueva de la Galiana en Soria. Seguramente estas piedras procederán de algún rio que antiguamente discurriera por la propia cueva, pero yo siempre he querido pensar que proceden del exterior, de otra galaxia, y que son mágicas, porque cuando las aprieto en la mano, me devuelven una sensación cálida y llena de energía, y el otro día, cuando paseamos me pasó lo mismo. Recordarás que me agarraste la mano para enseñarme “el cielo de Salamanca”, y entonces, sentí lo mismo que con las piedras, una sensación que me llenó de paz. Me gustó mucho, pero no me atreví a decírtelo. Ahora después de leer tu carta, he vuelto a frotarlas y quizás por eso me atrevo a decirte que me encantaría hacer el mismo recorrido del otro día con tu mano entrelazada y no solo admirando “el cielo de Salamanca”. No sé bien donde está la línea que separa la amistad de algo más, pero creo que debe ser muy delgada, cuando el deseo empieza a invadirlo todo. Y yo deseo que me sigas sorprendiendo, deseo que me sigas escuchando sin juzgarme, deseo que me lleves a todos y cada uno de los rincones de ese lugar del mundo que ya has elegido para vivir. Deseo compartir contigo nuestras ideas de cambio de esta sociedad que nos ha tocado vivir, deseo seguir escuchándote y aprender de ti, de tu conciencia social, de tu idea de igualdad frente a los hombres y deseo sobre todo, compartir contigo todos los momentos mágicos que están por venir.

El próximo sábado espérame porque voy como sea, si no puedo quedarme en tu casa porque están tus tíos, duermo en el pueblo, total son cuarenta kilómetros de nada. Estoy deseando verte.

Hasta muy pronto. Un beso. (Lo prefiero al abrazo que me mandas en la tuya)

Carlos

Después de leerla, lentamente la metí en su sobre. Lo cerré. Le puse un sello de dos pesetas y la eché al buzón de correos.

Antes anoté la dirección de Raquel, en ese momento fue un gesto mecánico, me sentía en el deber de escribirle para contarle lo ocurrido, pero en los días siguientes no lo hice y el deseo de conocerla fue creciendo hasta convertirse en una obsesión, aunque esa es otra historia que algún día les contaré.

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